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No es no
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Sánchez es la X, el padrino, el ilustre "ignorante"
El informe de la UCO justifica toda la expectación poniendo en evidencia una trama de corrupciones que empieza con las primarias de 2014 y que desenmascara las cloacas remitiendo a la responsabilidad implícita del presidente del Gobierno
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Llamémoslo X. Convengamos que el informe incendiario de la UCO demuestra que el ciclo político del sanchismo comienza con unas elecciones amañadas. Y que Santos Cerdán manipuló a favor de Pedro Sánchez las urnas en las primarias de 2014, "ungiendo" un pecado original cuyas cloacas homologan todas las fechorías posteriores y explican el vínculo orgánico entre el patrón de Moncloa y el (aparentemente) más mediocre de sus costaleros.
Nadie hubiera pensado que un tipo grisáceo sin discurso ni carisma, Santos Cerdán, alcanzaría a manejarse con semejante pericia e inmunidad entre las cañerías del PSOE. Por eso el informe de la UCO tanto le pone camino de chirona como enfatiza su autoestima. Y descoyunta a brochazos la estrategia exculpatoria del Gobierno, cuya versión de la prensa ultraderechista, de la conspiración judicial y de la Guardia Civil patriótica ha degenerado obscenamente en una barbacoa antropófaga. Cuántas manos en el fuego sujetan ahora el espectro de Sánchez.
El boss no aparece en los audios, de acuerdo. No firma los contratos. No reparte sobres. Pero su ausencia ensordece. Y su silencio compromete. Difícilmente PS puede permitirse la ignorancia como defensa cuando las redes de corrupción se tejen a centímetros de su despacho. Y mucho menos cuando quienes las mueven son hombres de confianza, designados a dedo, promovidos por la estructura cenital y genital que él mismo ha fundado.
Sánchez no es ajeno. Es cómplice por omisión. Por mirar hacia otro lado. Por mantener durante una década en el centro del poder a la santísima trinidad de la basura: Cerdán, Ábalos, Koldo, uno y trino, todos para uno y uno para todos. El presidente, tan celoso del relato, tan obsesionado por el control, tan pendiente de la estética, eligió no preguntar. O no ver. O no interrumpir.
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El verdadero escándalo no es solo lo que hicieron Koldo o Ábalos a instancias de Santos Cerdán. Es lo que permitió Pedro Sánchez al no actuar. Al no destituir. Al no investigar. Al proteger con su silencio una estructura donde el mérito era la obediencia, y la lealtad, la moneda de Judas.
No es la primera vez que la corrupción se camufla en el lenguaje administrativo. Tampoco la última. Pero lo que revela el informe judicial sobre la red de contratos públicos liderada por el inefable Koldo —el chófer devenido mayúsculo conseguidor— no es solo un catálogo de delitos, sino la liturgia de una descomposición institucional. La política como sumidero. La emergencia como coartada. El Estado como botín.
Porque aquí no se investiga un error ni una negligencia. Lo que se desenmascara es una estructura, un modus operandi con jerarquías, mecenas y comisiones. Una red de influencias que empieza en los bolsillos de Koldo García, serpentea por los despachos del Ministerio de Transportes —y de transporte de basura— y acaba, sospechosamente, en los silencios blindados de José Luis Ábalos. El exministro no aparece firmando contratos ni amontonando mordidas, pero surge en todas partes. Como los fantasmas. Como los padrinos. Y como la bala perdida de Cerdán.
La explicación de lo ocurrido no es sanitaria, sino orgánica. Y no en el sentido de la biología, sino de la putrefacción. Lo que hemos conocido a través de este informe de la UCO es el mapa de la gangrena. Una empresa sin trabajadores, sin experiencia, sin almacén, adjudicataria de decenas de millones. Un asesor que se graba a sí mismo para dejar constancia de las comisiones. Un exministro que se declara ajeno, mientras el dinero fluye a su alrededor como el incienso de una ceremonia laica. Y una red que reparte influencias con la misma naturalidad que reparte mascarillas defectuosas.
No estamos ante un caso, sino ante un modelo. El modelo de cómo el PSOE, en plena pandemia —y antes, y después—, convirtió la excepcionalidad en una oportunidad de negocio. No el PSOE como partido, sino el PSOE como aparato. Como nomenklatura. Porque aquí no hay militantes, sino intermediarios. No hay dirigentes, sino mercenarios de un ejército invisible. La política entendida no como servicio público, sino como estructura clientelar. Como franquicia.
Koldo es solo la fachada siniestra y solanesca, mitad bufón, mitad secretario del crimen. ¿Cómo llegó a asesorar a un ministro?
Y en este teatro de los horrores, Koldo es solo la fachada siniestra y solanesca, mitad bufón, mitad secretario del crimen. ¿Cómo llegó a asesorar a un ministro? ¿Cómo llegó a manejar adjudicaciones multimillonarias? La respuesta está en su impunidad. En la certeza de que el poder no se gana, se reparte. Que lo importante no es el mérito, sino la lealtad… hasta que se rompe. Y que la estructura lo protege todo, mientras sirve.
Este escándalo no estalla por una voluntad regeneradora. Estalla porque alguien habló. Porque alguien no cobró. Porque alguien grabó. Y porque, de pronto, lo que era costumbre adquirió categoría de delito. La hipocresía es tan escandalosa como el propio caso. Sánchez dice no saber nada. Santos Cerdán, el gran muñidor, aparece como cobrador de facturas en efectivo. Ábalos se envuelve en el velo de la desmemoria. Y mientras tanto, el juez reconstruye una red de corrupción que no nace con la pandemia, sino que se amamanta de ella para terminar convirtiéndose en una forma de entender y ejecutar la política.
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El poder a veces se esconde en un despacho sin placas, en un pasillo sin ventanas, en una llamada sin registro. A veces se denomina Santos Cerdán. Y su función no es gobernar, sino engrasar. Lubricar los engranajes de un sistema donde las licitaciones se reparten como cuotas de poder y los favores se contabilizan en sobres, no en presupuestos.
Llamémosla organización criminal. Llamémosla X.
Llamémoslo X. Convengamos que el informe incendiario de la UCO demuestra que el ciclo político del sanchismo comienza con unas elecciones amañadas. Y que Santos Cerdán manipuló a favor de Pedro Sánchez las urnas en las primarias de 2014, "ungiendo" un pecado original cuyas cloacas homologan todas las fechorías posteriores y explican el vínculo orgánico entre el patrón de Moncloa y el (aparentemente) más mediocre de sus costaleros.