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No es no
Por
Por qué Sánchez es más peligroso que nunca
El régimen se descompone y se corrompe, pero los estertores del sanchismo pueden resultar letales para los intereses de la nación a medida que se desboque la extorsión soberanista
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"Qué gran artista muere conmigo". Sentencia atribuida a Nerón antes de suicidarse.
Pedro Sánchez resulta más peligroso noqueado que lúcido. No porque conserve el poder titubeando, grogui, despistado, sino porque empieza a perderlo y a desperdigar el control. El presidente se encuentra en la antesala de la nada: sin mayoría, sin respaldo mediático, expuesto a la desbandada de los tránsfugas, sitiado por la deslealtad de sus socios y abandonado por los rapsodas que hasta ayer lo abanicaban.
No concibe rendirse. Se atrinchera. Se bunkeriza. Y amenaza con arrastrar consigo al país en su caída, inmolándose y mistificándose en la gran pira de los soberanistas. Lo tienen a su merced. Es el momento de liquidar la nación, de precipitar la escalada de las reclamaciones maximalistas, desde el cupo catalán hasta la eventual convocatoria de un referéndum de independencia.
Sánchez no sabe irse. No sabe perder. No sabe retirarse. Lo vemos ahora en la gestión catastrófica del desmoronamiento: hostil, revanchista, visceral. Como si gobernar fuera vengarse. Y como si quisiera escarmentarnos de sus propias fechorías. Lo ha dicho Rufián: hay que aprovechar la agonía del régimen, apresurarse a conseguir en siete semanas todo aquello que Sánchez ha prometido en siete años. Que luego viene la derechona y se clausuran las rebajas. Urge esquilmar las instituciones y llevar al extremo la extorsión independentista.
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Los tiranos no aceptan la decadencia. La niegan. Y, cuando es inevitable, la dramatizan. Por eso Sánchez no busca redención, sino una inmolación televisada. Querría reescribir la historia como un mártir de la regeneración, aunque en realidad encarna su caricatura: el dirigente que prometía dignidad democrática ha terminado convertido en rehén de Puigdemont, mayordomo de Bildu, fantasma ubicuo de las investigaciones de la UCO y polizón del Peugeot.
No hay pacto que aguante ya más que la desesperación. Y esa es su única alianza verdadera. No con Sumar. No con ERC. No con Junts, sino con el miedo y la disciplina de un escuadrón kamikaze. Sánchez ha comprendido que su continuidad no depende tanto del consenso como del vértigo. Y ha hecho del chantaje invertido su estrategia: "Si me caigo yo, nos caemos todos". Como si el país fuera su rehén, y su presidencia, un artefacto explosivo.
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La izquierda ya no le cree. La derecha nunca lo hizo. Europa empieza a temerlo. Y sus socios lo utilizan como un artificiero del tejido institucional. Pero ahí sigue. Afligido, asediado, beligerante. Más caudillo que presidente. Más náufrago que líder. Más obsesionado con sobrevivir que con gobernar. Y por eso resulta más peligroso ahora que nunca. Si el país se hunde con él, puede que lo considere una forma de justicia poética.
La liquidación del régimen no se ejecuta en un despacho ni en las urnas, sino en esta decadencia aparatosa donde la autoridad se disuelve, los apoyos se evaporan y el gobernante se convierte en caricatura de sí mismo. Sánchez no está cayendo: está descomponiéndose. Y el país entero asiste, entre el bochorno y la impotencia, al espectáculo terminal de un poder que se resiste a morir, pero que ya ha dejado de existir.
La crónica de su caída, si llega, no será heroica ni digna. Será una tragicomedia. Y su legado, un solar institucional sembrado de desconfianza, polarización, descrédito y cinismo. Hasta entonces habrá que soportar a este Sánchez crepuscular que ya no lidera, pero todavía dispara. Que ya no enamora, pero aún finge el control del poder. Y que, como todos los autócratas sentimentales, prefiere dejar ruinas que testigos.
Sánchez ya no gobierna un país: gobierna una ficción. Recuerda a ese Macron sitiado de los chalecos amarillos, refugiado en la grandilocuencia para disimular su desconexión con la calle. Incluso hay algo del Berlusconi decadente, rodeado de leales y prostitutas, convencido de que la política era un espejo de su ego. Sánchez va más allá. Porque no solo se cree imprescindible. Se cree insustituible. Como esos emperadores bizantinos que seguían firmando edictos mientras el Imperio caía a pedazos.
Lo que más llama la atención de este final prolongado no es la tenacidad ni la obstinación, sino la soledad. Nunca un presidente estuvo tan rodeado de tanta gente que fingiera acompañarle.
"Qué gran artista muere conmigo". Sentencia atribuida a Nerón antes de suicidarse.