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No es no
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Un zombi agoniza en la Moncloa
La depresión y la putrefacción del régimen se acentúa de manera inexorable, mientras la celda de Cerdán se convierte en el sumidero del sanchismo y la amenaza letal al presidente del Gobierno
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Nadie se atreve a decirle a Pedro Sánchez que ha muerto, que es un zombi y que se aferra al poder como un espectro se aferra a los corredores del castillo embrujado. Pedro Sánchez no gobierna ya. Se descompone en tiempo real, igual que Macbeth se negaba a reconocer que su reinado era una alucinación de la sangre. Lo de Sánchez no es un mandato. Es una agonía. Y la suya no es una presidencia. Es una posesión fantasmal que todavía custodian los socios de legislatura a semejanza de una sesión de espiritismo.
Deambula Sánchez en la fase intermedia donde el cuerpo aún se mueve, pero el alma ha sido evacuada por la corrupción, el cinismo y las páginas en tinta china del manual de resistencia. La putrefacción funcional lo constriñe a maquillarse con más esmero que nunca. Y a perfumarse con fragancias orientales, no vaya a ser que el hedor alcance los sentidos de sus últimos rapsodas. "Pobre Pedro, lo han engañado", nos cuentan en TVE.
No hablamos de un político en declive. Hablamos de un político en trance funerario. Un residuo tóxico que sigue firmando decretos, convocando ruedas de prensa y fingiendo agenda internacional, como si la maquinaria del Estado no oliera ya a formol y pudiera encubrirse el duelo de las exequias.
Su permanencia en el poder no es una demostración de fortaleza, sino la prueba irrefutable de su derrota programada. No lidera. Se arrastra. No manda. Resiste. Y resiste no como un estadista, sino como una figura espectral. Ni siquiera los suyos se atreven a mirarlo a los ojos, no vaya a ser que descubran que detrás del iris no queda más que el vacío.
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Y, sin embargo, Pedro Sánchez no dimite. Ni dimitirá. Porque ha pasado del síndrome de Macbeth al del Doctor Frankenstein. Es prisionero de su propia criatura. Ya no controla al monstruo. Es el monstruo quien lo controla a él. Y en ese delirio gótico, cada nueva revelación judicial, cada informe policial, cada confesión de los ex socios infectados, lejos de alarmarlo, reafirma la dieta del vampiro. La Moncloa opera en ultratumba.
Shakespeare lo escribió con precisión cruel: "La vida no es más que una sombra que camina; un pobre actor que se pavonea y se agita una hora sobre el escenario, y luego no se le oye más". Salvo que aquí el actor no se va. Se encierra en el camerino. Se embalsama con titulares y con promesas. Se autoconvence de que el telón no ha caído. Y lo que estamos presenciando no es una función. Es una autopsia en directo.
La celda de Santos Cerdán identifica el sumidero donde se degrada la legislatura y donde se consumen los estertores del sanchismo
La celda de Santos Cerdán identifica el sumidero donde se degrada la legislatura y donde se consumen los estertores del sanchismo. Abjuran del criminal Montero y Alegría con el llanto dulce de las plañideras, pero los tatuajes del "secretario" y las fechorías de su ejecutoria caracterizan la jerarquía del camarada, su posición inequívoca de padrinos.
El relato consiste ahora en decirnos en que el PSOE no es la tapadera de Cerdán, sino la víctima. Y que el partido ha amanecido con la sorpresa de un factotum que lleva diez años operando en la sombra sin que nadie advirtiera la ubicuidad de sus tramas ni la profundidad nauseabunda de las cañerías.
Revestiría más credibilidad el planteamiento si no fuera porque Cerdán es indisociable del PSOE —orgánica, culturalmente— y porque la alerta —los síntomas— de la corrupción ya formaba parte de los deméritos políticos explícitos. Cerdán fue el correveidile de Puigdemont en Ginebra, la marioneta que utilizó Sánchez para inducir la danza macabra de Bildu.
Quiere decirse que el sanchismo está podrido por dentro porque ya estaba podrido por fuera. El umbral ético del patrón monclovense predisponía un régimen de tolerancia a la corrupción explícita e implícita. Cerdán era un delincuente político igual que ahora es un delincuente común.
Y es la celda de Cerdán el agujero negro del sanchismo, el cráter donde se precipita la combustión, el fin de régimen y el antro siniestro donde puede revivir la memoria del secretario de organización. No tiene pinta de mártir el costalero de Sánchez ni aspecto de encubrir a los matones, entre otras razones porque su esposa, La Paqui, amenaza con ejecutar el despecho y renegar del papel de viuda negra.
Todos en Ferraz saben que esto está acabado, pero nadie quiere ser el primero en apagar la vela ni a tachonar el ataúd. El PSOE se ha resignado a acompañar al muerto en su procesión. No porque le crean vivo, sino porque temen lo que viene después. El inventario de cadáveres. La limpieza del palacio encantado.
Nadie se atreve a decirle a Pedro Sánchez que ha muerto, que es un zombi y que se aferra al poder como un espectro se aferra a los corredores del castillo embrujado. Pedro Sánchez no gobierna ya. Se descompone en tiempo real, igual que Macbeth se negaba a reconocer que su reinado era una alucinación de la sangre. Lo de Sánchez no es un mandato. Es una agonía. Y la suya no es una presidencia. Es una posesión fantasmal que todavía custodian los socios de legislatura a semejanza de una sesión de espiritismo.