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Feijóo cae en la trampa de Sánchez (gracias a Aznar y Ayuso)
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Rubén Amón

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Feijóo cae en la trampa de Sánchez (gracias a Aznar y Ayuso)

El presidente del PP ha sido rotundo en denunciar la masacre de Netanyahu, pero los conspiradores de su partido y el instinto depredador del líder socialista pretenden convertir Gaza en la reanimación de la izquierda

Foto: Feijóo y Aznar clausuran el Campus FAES. (EP/Matias Chiofalo)
Feijóo y Aznar clausuran el Campus FAES. (EP/Matias Chiofalo)
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Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a caer en la emboscada de Pedro Sánchez. Y lo ha hecho con la candidez de quien no termina de entender que el patrón monclovense es un manipulador de los humores, de las inercias y de las palabras. La guerra de Gaza, con su caudal de sangre y de imágenes insoportables, ha servido a Sánchez como ocasión providencial para renovar el truco más viejo de su repertorio: situarse en el eje moral de la contienda y presentar al adversario como esclavo de sus incoherencias.

Feijóo se ha expresado con la misma contundencia que el propio Rey para denunciar la masacre de Israel, pero el aparato sanchista ha conseguido fijar la percepción contraria, convertir la literalidad del discurso en una caricatura de ambigüedad. Bastó que Feijóo no pronunciara la palabra "genocidio" para que el PSOE y sus terminales pudieran instalar la sospecha de tibieza, cuando no de complicidad. Y bastó, también, que en su propio partido no se impusiera una doctrina inequívoca: la presidenta extremeña habla de genocidio sin reservas; el alcalde Almeida rebate la palabra con ardor. El PP transmite así la imagen de un ejército en el que cada soldado dispara hacia un frente distinto.

Sánchez ha olido la sangre. Ha entendido que en este contexto no importan las categorías jurídicas, ni la prudencia diplomática, ni siquiera la geometría de las alianzas internacionales. Lo que importa es apropiarse del relato emocional. Ha hecho suyo el clamor del "no a la guerra", evocando el fantasma de Aznar en 2003, cuando la foto de las Azores lo convirtió en cómplice de una aventura bélica que el tiempo reveló fraudulenta. Sánchez se propone repetir el truco con Gaza, inflar las calles de legitimidad moral y presentarse como el líder que se atreve a desafiar a Israel desde Europa, aunque en realidad no mueva una ficha efectiva en la diplomacia internacional.

Un buen ejemplo al respecto nos lo proporcionó hace unos días la visita de Friedrich Merz. Se vanaglorió Sánchez del clima de diálogo en la Moncloa, pero el canciller germano hizo pesar que Alemania no comparte la categoría del genocidio ni reconoce el Estado palestino. ¿Por qué entonces Sánchez se mostró condescendente? ¿No había sido mucho más tibio Merz que el líder del PP?

Sánchez repite el truco con Gaza, inflar las calles de legitimidad moral y presentarse como el líder que se atreve a desafiar a Israel

Feijóo no ha sabido resistir. Ha quedado atrapado en una ratonera que combina la instrumentalización de Sánchez, la presión de sus propios barones y la deslealtad crónica de José María Aznar. El expresidente, convertido en profeta de la civilización occidental, ha excusado la brutalidad de Israel en nombre de los "valores" que supuestamente defiende. Como si la matanza de civiles pudiera ser una forma legítima de resistencia cultural. Es la paradoja constante de Aznar: cuanto más ruido hace, más fácil resulta a Sánchez presentarse como la alternativa moral frente al PP. Y cuanto más se empeña el expresidente en hablar de Jerusalén, más se recuerda a los españoles que ya una vez confundió armas de destrucción masiva con pruebas imaginarias.

Tampoco ayuda al bienestar de Génova 13 la deriva sionista de Isabel Díaz Ayuso. La presidenta madrileña ha convertido la bandera de Israel en un estandarte propio, como si el drama gazatí pudiera reducirse a un alegato doméstico contra Sánchez. La sobreactuación resulta tan estridente que alimenta la caricatura que el Gobierno busca imponer: la de un PP alineado con la brutalidad de Netanyahu, incapaz de mostrar compasión por las víctimas palestinas.

Foto: feijoo-a-sanchez

Feijóo queda, así, se significa en la precariedad del liderazgo. No es lo bastante duro para conjurar la acusación de blando; no es lo bastante prudente para escapar a la acusación de cómplice. Y mientras tanto, Sánchez se alimenta del espectáculo. Exagera la ventaja electoral que le concede esta posición oportunista, pero cree haber recuperado la alquimia del 2003. Ha convertido Gaza en su Irak. Y sueña con que el clamor pacifista le absuelva de sus problemas internos: la erosión judicial, la fatiga de materiales, la insatisfacción de sus socios parlamentarios.

Conviene recordar que el "no a la guerra" de hace dos décadas no solo desangró al Gobierno de Aznar: cimentó la identidad de una generación política. Sánchez quiere replicar la fórmula. Le basta con sugerir que quien no pronuncia "genocidio" está en el bando equivocado. Le basta con reducir un drama internacional a la dialéctica parroquial de Moncloa contra Génova. Y le basta con que Feijóo no entienda que en esta guerra las palabras pesan más que las bombas.

Es posible que la ventaja que exhibe Sánchez sea ilusoria. Es posible que la sociedad española, harta de su oportunismo, no se deje arrastrar tan fácilmente por el espejismo pacifista, pero el escarmiento del electorado no contradice la imagen de un PP torpe, dividido y rehén del relato sanchista.

Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a caer en la emboscada de Pedro Sánchez. Y lo ha hecho con la candidez de quien no termina de entender que el patrón monclovense es un manipulador de los humores, de las inercias y de las palabras. La guerra de Gaza, con su caudal de sangre y de imágenes insoportables, ha servido a Sánchez como ocasión providencial para renovar el truco más viejo de su repertorio: situarse en el eje moral de la contienda y presentar al adversario como esclavo de sus incoherencias.

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