#noesunacifra
Por
Carles Mill, reparador de barcos y héroe de María
A ojos de María, Carles era un ser mitológico, el Ebanista, el Reparador de Barcos, el Constructor de Maquetas... Títulos nobiliarios para una persona asombrosa a ojos de una niña asombrada
Me preguntaba cómo hacer algo útil, cómo ayudar.
— Juan Soto Ivars (@juansotoivars) March 27, 2020
Y he pensado que puedo escuchar y contar la vida de algunos abuelos que mueren.
Combatir esa cifra impersonal.
Vamos a contar vidas. Disputemos el protagonismo a la muerte.
Así que este es mi ofrecimiento: jsoto@elconfidencial.com
Me escribe María Privat para recordarme que Carles Mill, fallecido por coronavirus, no es una cifra. María no es su hija. María no es su hermana. María no es su mujer: Carles era un amigo de sus padres, como Núria, su pareja. Pero a ojos de María, Carles era un ser mitológico, el Ebanista, el Reparador de Barcos, el Constructor de Maquetas, el Coleccionista de Conchas y Erizos. Títulos nobiliarios para una persona asombrosa a ojos de una niña asombrada.
Pienso, cuando María me habla de Carles, en esos amigos de nuestros padres que han sido héroes a nuestros ojos. Desde la perspectiva del recuerdo infantil, Carles es alto y poderoso. Está lleno de sabidurías secretas, sabe cuáles son las músicas misteriosas del mundo, y las pone con oronda alegría en la cadena de música de su casa antes de lanzarse a bailotear. María y sus padres van de visita en una furgoneta hippie por allí.
Los recibe Ara, la perra, que será madre del perrito de María. La casa ha sido construida por Carles y siempre está haciéndole la última reforma. Discute con Núria sobre las mejoras, se mosquean, se reconcilian: “¡Hostia, Núria!” es la frase que resuena en los oídos de María. De ellos va a aprender que el amor no es una cuestión de quererse uno mismo, de narcisismo, sino de entrega al diferente, a quien complementa. Una lección difícil que requiere aventura.
Allí, en esa casa, el recuerdo de las comidas copiosas y las sobremesas que se prolongan hasta la noche. Aparecen en el relato personajes secundarios: vecinos y amigos. Y son esas escenas luminosas de la infancia en que los adultos pierden los papeles y se comportan como si la juventud hubiera regresado. Son los bailes, las discusiones sin sentido, las carcajadas. Pienso, cuando María me describe las escenas, en lo fabulosa que parece la vida adulta cuando el niño es invitado a la fiesta como testigo.
Cuando los mayores se desinteresan de la presencia de los niños, cuando se olvida la necesaria rigidez pedagógica y nadie intenta ser ejemplar, el niño y la mascota observa con los mismos ojos, con la misma fascinación excitada. Aunque María es una mujer, en la forma en que me habla de Carles todavía sobrevive, creo, esa visión como de 'Cinema Paradiso' en que las imágenes son un carrusel y sobrevive el misterio.
Así es también como María se refiere al taller de carpintería de Carles. “Una entrada secreta” que bajaba por una escalera angosta. Allí abajo objetos fabulosos, detalles, maquetas de submarinos, catamaranes, menorquinas y veleros, puertas para restaurar, piezas raras, conchas y erizos marinos, silbidos del ebanista.
Pero la vida se encarga de poner las cuestas pronunciadas: Carles y Núria tendrán que enfrentarse al accidente, en el que Carles quedará inválido en una silla de ruedas. El último recuerdo que María tiene de él es silencioso, ajeno al bullicio de la inauguración de una exposición de arte comisionada por Núria. Allí encuentra a Carles sentado, ajeno.
“Carles estaba sentado en la silla de ruedas y me acerqué para darle un abrazo y un beso al saludarlo. Recuerdo cómo levantó su cabeza con mucho esfuerzo y me miró con alegría, y sin poder explicarme lo que le pasaba los dos nos emocionamos. Fue un momento lleno de silencio y cariño entre el bullicio de la inauguración”, recuerda María. La enfermedad lo cazó así, sentado, sin que pudiera escaparse.
Pero este final amargo no empaña los recuerdos. Carles y Núria se conocieron en una Semana Santa igual que todas las demás, salvo esta última. Decidieron, cada uno por su cuenta, decir que no a los planes propuestos por sus pandillas de amigos: un golpe de suerte que los llevó, hace cuarenta años, a la misma barra de bar.
En el London del Raval, cuando todavía era el barrio chino de Barcelona, fue donde conocieron a los padres de María. De aquel bullicio, de aquella pasarela de espíritus libres en los últimos compases de la dictadura, se forjó la alianza que sobrevive a la catástrofe nuestra, invencible en el recuerdo.
Me preguntaba cómo hacer algo útil, cómo ayudar.
— Juan Soto Ivars (@juansotoivars) March 27, 2020
Y he pensado que puedo escuchar y contar la vida de algunos abuelos que mueren.
Combatir esa cifra impersonal.
Vamos a contar vidas. Disputemos el protagonismo a la muerte.
Así que este es mi ofrecimiento: jsoto@elconfidencial.com
Me escribe María Privat para recordarme que Carles Mill, fallecido por coronavirus, no es una cifra. María no es su hija. María no es su hermana. María no es su mujer: Carles era un amigo de sus padres, como Núria, su pareja. Pero a ojos de María, Carles era un ser mitológico, el Ebanista, el Reparador de Barcos, el Constructor de Maquetas, el Coleccionista de Conchas y Erizos. Títulos nobiliarios para una persona asombrosa a ojos de una niña asombrada.