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Guardiola, el revolucionario
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José Antonio Zarzalejos

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Guardiola, el revolucionario

Pep Guardiola, entrenador del Barça, ha logrado algo más que llevar a su equipo a la cima. Ha conseguido también que, con un despliegue de persuasión

Pep Guardiola, entrenador del Barça, ha logrado algo más que llevar a su equipo a la cima. Ha conseguido también que, con un despliegue de persuasión comunicacional -gesto y palabra-, un club que suscitaba en ámbitos muy amplios de la opinión pública española un perceptible sentimiento de antipatía, sea ahora, además de admirado, observado con cercanía. El Barça de Guardiola, en definitiva, es ahora más simpático.

La trayectoria del entrenador del Barça es inequívoca: catalanista, por una parte, y barcelonista, por otra, Pep se ha forjado, no obstante, en la dificultad. Abandonó la Ciudad Condal asediado por determinadas insidias y jugó al futbol en Italia (Brescia). Allí hubo de hacer frente a una acusación grave para un deportista: dopaje. No se rindió y, después de casi ocho años de pelea, demostró su inocencia. Y ahora triunfa él por sí mismo y suministra al club, además del manual para que el equipo gane partidos, argumentos para  que la institución  que el Barça representa en Cataluña y en el conjunto de España –más que un club--, adquiera una empatía social de la  que antes no disponía.

Porque aunque Cruyff hizo historia, Guardiola le supera en su capacidad personalísima de construir un referente de determinados valores y de constituirse en un icono (algunos hablan de “mito”) de los nuevos tiempos en los que la imagen resulta un condicionante estratégico. ¿Cómo lo ha conseguido? En esencia lo ha logrado con una implacable coherencia. Porque el entrador del Barça cuando habla lo hace con respeto al contrario y humildad sobre las posibilidades y capacidades de su equipo, introduciendo factores de cautela y ponderación. Además de lo que dice, se pronuncia en un tono y con un  gesto que es amistoso, exento de agresividad o exageración, mostrando naturalidad y sencillez, y evitando el lenguaje grueso. Entre lo que dice y cómo lo dice se produce una íntima relación que, enlaza, con lo que practica: plantea los partidos con ambición, imbuyendo confianza a sus jugadores, implicándose emocionalmente con ellos antes, durante y después del partido y haciendo todo esto compatible con el rigor y la disciplina. El vestuario azulgrana es una balsa de aceite.

Guardiola, además de ese lenguaje -moderado  pero no blando, cuidadoso pero no impostado- guarda, además, algunas bazas que terminan por perfilar su excelente imagen pública. Así, su aspecto ascético pero medido (barba de días y pelo muy corto pero no rapado), se combina con una notable elegancia en su indumentaria. Los magníficos trajes que viste durante los partidos –por más que se abrace con sus jugadores, corra o se mueva, nunca aparece una arruga en su chaqueta--, los combina con una ropa deportiva similar a la de sus pupilos en los entrenamientos, y otra casual de ultimísima generación, sean camisas, camisetas, pantalones o jerséis, y que suele usar en sus apariciones no profesionales.

Todo esto lo sintetiza Pep Guardiola en un mundo futbolístico que se caracteriza por las palabras gruesas y rutinarias, las actitudes chulescas y desafiantes y los gestos adustos e inamistosos. No voy a señalar a alguno de sus colegas que resulta el contrapunto bronco a Guardiola, creyendo que las demostraciones de testosterona verbal resultan más rentables y comerciales que la mesura y el sentido común.

Guardiola, como todos, tendrá buenos y malos momentos, y, antes o después, su ciclo virtuoso concluirá, pero nadie podrá negarle en lo sucesivo que es un auténtico fenómeno de la comunicación y del que se beneficia su figura pero también, y sobre todo, el Barça. Cuando la mayoría deseábamos que el equipo blaugrana ganase la eliminatoria al Chelsea en Londres –y lo hizo con el cañonazo de Iniesta en el minuto 90 del encuentro—muchos estábamos pensando, no sólo que la victoria la merecía el equipo, sino, sobre todo, que le era debida en justicia a Pep Guardiola. Porque creíamos y creemos que, cuando asume su responsabilidad pública, se comporta como un señor en un ámbito en el abundan los tahúres. Por eso, Guardiola, más que un mito, es un revolucionario: ha cambiado la manera de estar y de ser en el futbol, gracias a sus aptitudes y actitudes y a su gran capacidad para comunicarlas con credibilidad. El resultado es que este hombre de apariencia tímida y retraída ha generado un  aluvión de respetuosa simpatía pública. ¡Cuántas veces la forma es tan importante como el fondo!

Pep Guardiola, entrenador del Barça, ha logrado algo más que llevar a su equipo a la cima. Ha conseguido también que, con un despliegue de persuasión comunicacional -gesto y palabra-, un club que suscitaba en ámbitos muy amplios de la opinión pública española un perceptible sentimiento de antipatía, sea ahora, además de admirado, observado con cercanía. El Barça de Guardiola, en definitiva, es ahora más simpático.