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Las infantas Elena y Cristina, mutis por el foro: la nueva verticalidad de la monarquía
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José Antonio Zarzalejos

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Las infantas Elena y Cristina, mutis por el foro: la nueva verticalidad de la monarquía

Mañana viernes se cumple el quinto aniversario del enlace matrimonial del Príncipe de Asturias con Letizia Ortíz Rocasolano, un hito histórico por partida doble: porque hacía

Mañana viernes se cumple el quinto aniversario del enlace matrimonial del Príncipe de Asturias con Letizia Ortíz Rocasolano, un hito histórico por partida doble: porque hacía más de un siglo que en España no se celebraba un matrimonio del heredero de la Corona, y porque este enlace refundaba la monarquía constitucional y parlamentaria que reinstauró la Constitución de 1978. A partir del 22 de mayo de 2004, estaban sobre el tablero todas las fichas del puzle que una monarquía exige: su titular (el Rey), su heredero (el Príncipe) y la consorte de éste que aseguraba la descendencia y, por lo tanto, la continuidad de la Institución. Aquel día tormentoso de mayo –cayeron truenos y relámpagos acosando la catedral de la Almudena—se quebró, además, una tradición que venía impuesta como norma interna familiar por la Pragmática Sanción de Carlos III, según la cual, quedaban prohibidos los llamados “matrimonios desiguales” como el que el Príncipe celebró aquella jornada histórica con la periodista de TVE. Ese día quedó derogada la disposición de Carlos III por la decisión del propio Príncipe con la aceptación del Rey.

Y a partir de entonces, todo han sido gestos –la monarquía se comunica con la opinión pública mucho más con gestos que con palabras—que han conformado la Corona como una institución muy sobria y, desde luego, vertical, en la que los brotes colaterales carecen de función propia en su proyección constitucional. El ejemplo de ello ha sido que en estos cinco años ha ido remitiendo el papel público de las infantas Elena y Cristina –por supuesto, el de sus consortes-, el de las hermanas del Rey –Pilar y Margarita—y  el de su primo, el Infante de Gracia, Don Carlos de Borbón Dos Sicilias. Así, poco a poco se van ajustando las posiciones del protocolo –el presidente del Gobierno o de las Cortes deben tener prelación respecto de las Infantas y sus consortes, por ejemplo—y los miembros de la Familia Real y de la familia del Rey –dos ámbitos diferentes—comienzan abiertamente a retirarse del escenario público. En España no ocurre, ni puede ocurrir, como en otras monarquías en las que existe una “lista civil” para retribuir a los parientes del Rey, ni la representación de la Jefatura del Estado se nutre de la parentela del monarca. Aquí las fotografías con multitudinarias  “altezas” han pasado a ser una etapa superada.

La posición de las hijas del Rey es paradigmática. Elena de Borbón, separada de su marido el Duque de Lugo, habita en una casa de vecinos lindante con el parque del Retiro de Madrid –un primer piso—y vive de su trabajo educativo y de su participación en una guardería. La infanta Cristina se marcha en septiembre a Estados Unidos siguiendo a su marido, el Duque de Palma, destinado por Telefónica a Washington –al parecer es un gran profesional-, al tiempo que ella negocia continuar con su labor en la Fundación de La Caixa. Las hermanas del Príncipe de Asturias dan así un paso atrás para que se muestre la verticalidad de la monarquía que ahora va en línea recta del Rey a la Infanta Leonor, sin distracciones colaterales.

La Corona es cosa de cuatro: dos titulares –Don Juan Carlos y Don Felipe—y sus dos consortes –la Reina y la Princesa de Asturias— (Doña Leonor es sólo una expectativa que no accederá a condición constitucionalizada hasta que sea la heredera al trono), sobrando todos los demás miembros de la familia a los efectos estrictamente institucionales. Las infantas –las hermanas del Rey y sus hijas—asumirán roles representativos, pero mínimos y residuales. Se conforma así una monarquía austera, sobria, sin parentelas ociosas o redundantes, y así debe visualizarse frente a otras que resultan tan excesivas y anacrónicas.

Cinco años después del enlace matrimonial del Príncipe, se ha logrado hacer llegar a la opinión pública la verticalidad de la Monarquía, consolidándola porque la inmensa mayoría no sólo no la pone en cuestión sino que la aprecia; las estratagemas para horadar la figura del Rey –aquella petición “ultra” que requería su abdicación—han fracasado y su familia, empezando por el mutis de las Infantas Elena y Cristina, se ha reacomodado para proyectar la imagen correcta de la más alta magistratura del Estado. Doña Letizia, en un proceso de adaptación más que notable, ha colaborado activamente en este reajuste y, disponemos así, del nuevo cuadro monárquico adaptado a los tiempos y a las economías del Estado.

La familia de Carlos IV, obra cumbre de Francisco de Goya y Lucientes, expresión de toda la decadencia borbónica, se ha reinventado en el lienzo inacabado de un Antonio López que todavía no lo ha concluido y que debiera hacerlo ya. Para comparar lo que fue y lo que es. De una monarquía horizontal y familiarmente perezosa, a otra vertical, constitucionalizada y al servicio del país. Lo que ha exigido mutis discretos pero implacables por el foro. Como el protagonizado por las dos Infantas de España, hijas del Rey. Ellas y otros deben perder visibilidad para que la ganen, de un lado, los que encarnan las más altas dignidades del Estado, y de otro, el Rey, su heredero y sus respectivas consortes, el “núcleo duro” de la Institución.

 

José Antonio Zarzalejos, director General de España de LLORENTE & CUENCA.

Mañana viernes se cumple el quinto aniversario del enlace matrimonial del Príncipe de Asturias con Letizia Ortíz Rocasolano, un hito histórico por partida doble: porque hacía más de un siglo que en España no se celebraba un matrimonio del heredero de la Corona, y porque este enlace refundaba la monarquía constitucional y parlamentaria que reinstauró la Constitución de 1978. A partir del 22 de mayo de 2004, estaban sobre el tablero todas las fichas del puzle que una monarquía exige: su titular (el Rey), su heredero (el Príncipe) y la consorte de éste que aseguraba la descendencia y, por lo tanto, la continuidad de la Institución. Aquel día tormentoso de mayo –cayeron truenos y relámpagos acosando la catedral de la Almudena—se quebró, además, una tradición que venía impuesta como norma interna familiar por la Pragmática Sanción de Carlos III, según la cual, quedaban prohibidos los llamados “matrimonios desiguales” como el que el Príncipe celebró aquella jornada histórica con la periodista de TVE. Ese día quedó derogada la disposición de Carlos III por la decisión del propio Príncipe con la aceptación del Rey.

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