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Los pianistas de los burdeles no pueden con los políticos
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José Antonio Zarzalejos

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Los pianistas de los burdeles no pueden con los políticos

Juan Luis Cebrián, consejero delegado de Prisa, ha escrito un nuevo ensayo bajo el provocativo título de El pianista en el burdel. El académico -cuyas virtudes

Juan Luis Cebrián, consejero delegado de Prisa, ha escrito un nuevo ensayo bajo el provocativo título de El pianista en el burdel. El académico -cuyas virtudes y carencias destacaba Jesus Cacho el pasado domingo- toma el epígrafe del aforismo popular según el cual “no le digáis a mi madre que soy periodista, prefiero que siga creyendo que toco el piano en un burdel”. Es verdad: hasta hace unos años, en una familia bienpensante, dedicarse al periodismo era hacerlo a un oficio de baja estofa. Pero hubo un tiempo en que los pianistas de los burdeles eran capaces de revolucionar el salón. Tumbaban y alzaban a los políticos con una facilidad deducida de la alta credibilidad de los periódicos durante la Transición democrática. Ahora, el propio Juan Luis Cebrián recoge velas y afirma: “Los periódicos, con seguir siendo muy importantes, cada vez lo son menos en las sociedades desarrolladas. Su ascendiente sigue siendo grande entre las elites, pero a medida que las jerarquías sociales se difuminan, cambian de residencia o de lugar, el poder de los diarios, cualquiera que sea, disminuye para dar paso a los nuevos fenómenos de la comunicación electrónica y audiovisual”.

Esas afirmaciones responden a la verdad. Y las elecciones europeas han demostrado que los periódicos -y en general los llamados medios convencionales- han perdido fuerza en la opinión pública. Por ejemplo, el diario El País no ha logrado descabalgar ni a Ignacio González -vicepresidente de la comunidad de Madrid- ni al consejero de Interior y Justicia autonómico, pese a denunciar con verosimilitud presuntas acciones de espionaje a cuenta de la administración regional. Tampoco ha doblado el pulso a Luis Bárcenas, tesorero nacional del PP, al que ha implicado, sin éxito por el momento, en el llamado caso Gürtel. Lo mismo le ha ocurrido en Valencia con los famosos trajes de Francisco Camps. En el otro lado, el diario El Mundo no ha conseguido tampoco que doble Manuel Chaves por el nepotismo que suponen las ayudas a la empresa en la que su hija tiene una posición relevante. Y el juez Garzón, se le resiste. O sea, que ni unos ni otros pianistas logran imponer su ley como antaño.

No sólo eso: los políticos denunciados en los medios de comunicación convencionales, los desafían hasta con desagravios públicos, querellas y vetos. Se ha demostrado en las elecciones europeas: en Valencia y Madrid -focos de la supuesta trama de espionaje y de la Gürtel- el PP obtiene unos espectaculares resultados. Y en Andalucía -en donde Chaves ejercía supuestamente de padrino- los socialistas se mantienen a considerable distancia de los populares. En consecuencia, ¿son los periódicos tradicionales contrapoderes? Me temo que ya no lo son; que el periodismo en España -por causas varias- ha perdido fuerza en el impacto de sus denuncias y los políticos objeto de sus investigaciones, lejos de amilanarse, se crecen.

La comunicación de las corrupciones o corruptelas -eventualmente, de los delitos- en que pudieran incurrir los políticos requiere, creo, un mayor grado de sofisticación en la investigación y publicación. No basta el indicio, la sospecha y, muchos menos, el rumor. Hay que extraer datos incontestables y contrastados, listos para una reacción que evite cualquier tipo de elusión. Como ocurrió con Fernández Bermejo, ministro que fue de Justicia. Entonces, unas fotografías elocuentes y la ausencia de licencia para la actividad cinegética en Andalucía, dieron con el ministro en la calle y lesionaron también -sin dejarlo fuera de juego- al magistrado de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, compañero de cacerías del ex titular de Justicia.

La cuestión no sería sólo, ni principalmente, que los medios convencionales han perdido ascendiente en la opinión pública, sino que en su labor de denuncia e investigación han perdido calidad y han eludido métodos y procedimientos de contraste. Y que el soporte papel, ha perdido expansión. Es decir, que el periodismo tradicional aporta menos valor añadido, disminuye su carácter de referencia y alcanza, en consecuencia, menos repercusión. El presidente Jefferson -también citado en el ensayo de Cebrián- sostenía que “como nuestro sistema está basado en la opinión pública, entre un país con gobierno y sin periódicos y un país con periódicos pero sin gobierno me quedo con esto último”. Esta reflexión se derivaba del carácter controlador de los medios sobre las arbitrariedades del poder. Pues bien: los pianistas de los burdeles que supervisaban el orden en el salón, ya no lo hacen. O no lo hacen desde los medios convencionales. Quizás porque han nacido otros -que Jefferson no llegó a imaginar- que le han comido el terreno y la función: los medios en la red y las muchas fórmulas o formatos de comunicación viral que Internet propicia. Parece que el periodismo es ya 2.0 y que pronto podría convivir con el 3.0. Y los pianistas de burdel deberán dejar de ser analfabetos digitales y reconocer que hoy, además de la necesidad de añadir valor a su trabajo, han de volcarlo tanto en el papel como en las autopistas digitales. A los políticos ya no se les controla sólo desde las páginas sino también, y sobre todo, desde la galaxia digital, mucho más indócil e impertinente.

*José Antonio Zarzalejos es director General de Llorente & Cuenca.

Juan Luis Cebrián, consejero delegado de Prisa, ha escrito un nuevo ensayo bajo el provocativo título de El pianista en el burdel. El académico -cuyas virtudes y carencias destacaba Jesus Cacho el pasado domingo- toma el epígrafe del aforismo popular según el cual “no le digáis a mi madre que soy periodista, prefiero que siga creyendo que toco el piano en un burdel”. Es verdad: hasta hace unos años, en una familia bienpensante, dedicarse al periodismo era hacerlo a un oficio de baja estofa. Pero hubo un tiempo en que los pianistas de los burdeles eran capaces de revolucionar el salón. Tumbaban y alzaban a los políticos con una facilidad deducida de la alta credibilidad de los periódicos durante la Transición democrática. Ahora, el propio Juan Luis Cebrián recoge velas y afirma: “Los periódicos, con seguir siendo muy importantes, cada vez lo son menos en las sociedades desarrolladas. Su ascendiente sigue siendo grande entre las elites, pero a medida que las jerarquías sociales se difuminan, cambian de residencia o de lugar, el poder de los diarios, cualquiera que sea, disminuye para dar paso a los nuevos fenómenos de la comunicación electrónica y audiovisual”.

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