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Ricos, ricos tramposos y ricos miserables
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José Antonio Zarzalejos

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Ricos, ricos tramposos y ricos miserables

Tarde o temprano habrá un impuesto a las rentas de “los más ricos”. El problema está en determinar quiénes son los ricos. Causa hilaridad suponer que

Tarde o temprano habrá un impuesto a las rentas de “los más ricos”. El problema está en determinar quiénes son los ricos. Causa hilaridad suponer que sean los que ganan en torno a 60.000 euros al año. Esos son, precisamente, parte de la clase media española. Los ricos serían, según algunos economistas consultados, aquellos que ingresan más de 200.000 euros/año y, además, declaran así a Hacienda. O sea, ricos transparentes. Admitamos que esta es una cantidad suficiente para considerarlos afortunados.

Luego están los ricos tramposos, que son aquellos que se refugian en el fraude y que el Gobierno no puede renunciar a sacarles de sus engaños y simulaciones haciendo que emerjan sus ingresos y patrimonios. Y, por fin, están los ricos miserables, que son riquísimos pero que parecen pobres: no tienen residencia porque está a nombre de una sociedad; tampoco vehículos porque tienen su propiedad atribuida a una Compañía; disponen de inversiones y depósitos fuera de España, en lugares desde donde se suministran el dinero para  sus vacaciones, amarran la propiedad de sus yates, los gastos y dispendios que se procuran en el extranjero… y el sin fin de comodidades con las que viven y se mueven. Son esos que según la prensa del corazón comienzan a “descansar” a finales de mayo y no terminan de hacerlo hasta finales de septiembre.

Son miserables -aunque ricos- por su insolidaridad, ahora en la crisis, como antes en la bonanza. Porque es miserable eludir el concurso a la economía nacional, o cobrar un sueldo moderado y completarlo con sobresueldos mediante asesoramientos de sociedades interpuestas o recurriendo a las mil y una formas que la ingeniería jurídico-fiscal permite cogitar para beneficio de este enorme grupo de aprovechados.

Operación de destape

Cualquier Gobierno -de derechas o de izquierda, tanto da- debe asumir la progresividad fiscal. Pero ésta sólo es convincente cuando se han agarrado con determinación los tentáculos del fraude, cuando de verdad los ricos miserables han sido desembozados, cuando los tramposos paguen el IVA de las obras que hacen en sus residencias, cuando se garantice que se abona la Seguridad Social de los empleados domésticos, cuando se velen por los derechos de los trabajadores temporales, cuando se meta mano a la economía sumergida, cuando el Estado no se lance sólo, ni principalmente, a la nómina de los que ganan bien o regular y abandone la lucha permanente contra la trampa y la elusión.

Si quieren que nos creamos que se van a gravar a los ricos en esta crisis, que haga el Gobierno una operación de destape como Dios manda. Yendo a quien de verdad tiene, disfruta y se burla de las apreturas del país. Atrapando a los tramposos y a los miserables, y no sólo los nominalmente ricos de 60.000 euros/año, se llegaría a un cierto grado de consenso en el justo reparto de los sacrificios que comportan la recesión. Este sí que es un objetivo nacional, transversal. Porque lo impone la decencia.

Tarde o temprano habrá un impuesto a las rentas de “los más ricos”. El problema está en determinar quiénes son los ricos. Causa hilaridad suponer que sean los que ganan en torno a 60.000 euros al año. Esos son, precisamente, parte de la clase media española. Los ricos serían, según algunos economistas consultados, aquellos que ingresan más de 200.000 euros/año y, además, declaran así a Hacienda. O sea, ricos transparentes. Admitamos que esta es una cantidad suficiente para considerarlos afortunados.

Fiscalidad Súper ricos