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La revancha de la otra España
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José Antonio Zarzalejos

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La revancha de la otra España

La lección más explícita y menos alambicada de cuantas puedan extraerse del éxito de la selección española de fútbol en el Mundial de Sudáfrica es, sin

La lección más explícita y menos alambicada de cuantas puedan extraerse del éxito de la selección española de fútbol en el Mundial de Sudáfrica es, sin duda, que la sociedad española tiene necesidad y capacidad para ilusionarse con proyectos comunes que apelen al esfuerzo, la excelencia, las trayectorias meritorias por su profesionalidad y constancia. Todo eso representa la Roja -un eufemismo que sin embargo no elude la denominación nacional de la selección-y lo hace tanto en tirios como en troyanos. Por una especie de taumaturgia, cuando el combinado nacional compite -plagado de jugadores del Barça, ciertamente-, se produce una expectativa de éxito que lleva a que las diferencias se difuminen y emerjan los sentimientos más unitarios.

Algunos creen que el fútbol favorece expresiones nacionalistas, pero semejante interpretación del fenómeno social que estamos viviendo con la selección de fútbol resulta insuficiente. La cuestión es que a la sociedad le movilizan más las aspiraciones que disponen de cierta épica y capacidad de representación colectiva que los discursos políticos de parte. Los ciudadanos, además, perciben que el crédito de la sociedad española no está ya, ni sólo ni principalmente, en el ámbito de lo político o de lo estrictamente económico, sino, especialmente, en aquellas gestas que remiten a valores permanentes -individuales y colectivos- que sirven de referencia común.

La Selección, campeona de Europa, es probablemente, la destilación deportiva profesional de la última década del siglo pasado, los años noventa, que arrancó con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla en 1992 y culminó en el 2000 con la integración de nuestro país en la euro zona, mediando entre esos acontecimientos la crisis de 1993-1996 que logró superarse con más que razonable éxito. Esos diez años sentaron las bases de una sociedad diferente, intercambiable con las europeas, competitiva y con unos adolecentes y jóvenes cuya memoria no alcanzaba las convulsiones de la transición ni, mucho menos, las del franquismo.

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Los jugadores de la Roja, un espléndido Rafael NadalPau Gasol, Alberto ContadorFernando Alonso, se cuajaban en esos años y es ahora cuando vuelcan toda su valía y capacidad rescatando a España desde el éxito deportivo profesional del deterioro de su imagen, que está siendo galopante desde mediados de la década actual. Pero el seguimiento enfervorizado de estos grandes deportistas -no hay medio que se resista a su magnetismo, ni instancia política que los cuestione- se alcanza porque hay unas condiciones endógenas en la colectividad española que son de solidaridad, de unidad y de proximidad. En otras palabras: la fragmentación política, no se corresponde con la social, de ahí que en los barómetros de CIS -el último, el de esta misma semana- la tercera preocupación de los consultados -inmediatamente por detrás del paro y la situación económica- sea “la clase política”. Ese dato demoscópico, que comienza a reiterarse, es el que delata el divorcio, cada vez más explícito, entre los ciudadanos y sus dirigentes.

Rehabilitación de la marca España

La posible victoria de España mañana en Sudáfrica sería un acontecimiento histórico con consecuencias en la psicología colectiva -extraordinaria mejora del estado de ánimo común- y, según los expertos, en la propia economía. La dinamización de la publicidad y el marketing durante este Mundial y la apuesta de las empresas patrocinadoras por el éxito de la selección están siendo también indicativas de una necesidad de desquite sobre el ensombrecido horizonte español transido de conflictos y enfrentamientos y sin grandes proyectos. El hecho de que nuestros deportistas profesionales, además, no reproduzcan, sino que superen, los comportamientos públicos en España -gente respetuosa, esforzada, discreta y que hace gala de humildad y constante agradecimiento-, les cataloga como referencias de actitudes deseables y compartibles. Estas virtudes se encuentran todos los días en el impecable discurso de Rafa Nadal, Iker CasillasDavid VillaFernando Torres, Pau Gasol…pero también en un hombre cuajado, veterano y sensato como Vicente del Bosque, seleccionador nacional, que ofrece a diario un recital de señorío y buen  hacer. Se puede vencer y convencer desde el respeto y el buen sentido en las palabras y en las decisiones.

Es importante que la selección y sus éxitos hayan favorecido la publicidad, las ventas de muchos productos deportivos, alentado fórmulas de captación de ahorro en Bancos y Cajas, la creatividad en los patrocinios, la estimulación de un periodismo deportivo profesionalmente dubitativo y el incremento en el seguimiento de los medios de comunicación. Y hasta que mueva al alza -como proclaman improbablemente algunas agencias- el PIB español. Pero lo sustancial es que los jugadores de la Roja -y con ellos otros de disciplinas distintas como el tenis, el ciclismo, las motos, la Fórmula 1, el baloncesto- han sido los grandes instrumentos para la rehabilitación de la marca España logrando una revancha colectiva –en el sentido de restauración de una pérdida de imagen y consideración- sobre la mediocridad y la fatua altanería de la vida pública española.

Por fin, los fuertes lazos de solidaridad y pertenencia que se consolidan con estos acontecimientos sirven de aglutinante y demuestran que querer convivir y hacerlo en torno a grandes ilusiones es posible y estimulante. Especialmente cuando el éxito lo traen de la mano representantes de una nueva generación de españoles -vascos, catalanes, madrileños, manchegos, canarios, extremeños- que ha superado las inercias cainitas que nos han desgarrado. Sólo por eso -y es mucho-, ocurra lo que ocurra en la final de mañana, la selección española ha hecho un enorme favor al país como con tanta frecuencia se lo hacen con sus victorias internacionales deportistas españoles de otras versiones competitivas.

La selección española abrirá los periódicos de medio mundo y obtendrá mañana una audiencia de cientos de millones de espectadores. Será, insisto, la revancha de la otra España y, en cierto modo, esa que representa un diagnóstico de la higiene social de la ciudadanía española. En definitiva: un gran hito deportivo que absorbe demasiados y reiterados fracasos en otros ámbitos y los compensa, elevando el rating español en todas las agencias de calificación que son las opiniones públicas internacionales. El lunes, los problemas socio-económicos y políticos seguirán ahí, pero gane o pierda España ante Holanda, algo habrá cambiado.

La lección más explícita y menos alambicada de cuantas puedan extraerse del éxito de la selección española de fútbol en el Mundial de Sudáfrica es, sin duda, que la sociedad española tiene necesidad y capacidad para ilusionarse con proyectos comunes que apelen al esfuerzo, la excelencia, las trayectorias meritorias por su profesionalidad y constancia. Todo eso representa la Roja -un eufemismo que sin embargo no elude la denominación nacional de la selección-y lo hace tanto en tirios como en troyanos. Por una especie de taumaturgia, cuando el combinado nacional compite -plagado de jugadores del Barça, ciertamente-, se produce una expectativa de éxito que lleva a que las diferencias se difuminen y emerjan los sentimientos más unitarios.

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