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"Vivos, locuaces, agresivos": ¿periodismo o espectáculo?
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José Antonio Zarzalejos

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"Vivos, locuaces, agresivos": ¿periodismo o espectáculo?

Miguel Angel Rodríguez tiene derecho a defenderse. Tanto como el doctor Luis Montes a querellarse contra él si entiende que el ex portavoz del primer Gobierno

Miguel Angel Rodríguez tiene derecho a defenderse. Tanto como el doctor Luis Montes a querellarse contra él si entiende que el ex portavoz del primer Gobierno de Aznar le injurió (le tachó de “nazi”) en un programa de televisión. Pero a lo que dudosamente tiene derecho Rodríguez es a la denigración generalizada de la profesión periodística. Hay algunos compañeros -no la mayoría- que sólo destacan, y son consecuentemente contratados, cuando en los debates se muestran “vivos, locuaces y agresivos”. Se supone que si los contertulios se conducen así, la audiencia aumenta y todos contentos. Y que las palabras se las lleva el viento.

Según Rodríguez, él cumple con eso de la viveza, la locuacidad y la agresividad; como le llaman a muchas tertulias no tiene tiempo para prepararlas, según su propia versión; por otra parte, cree que estos programas no son un “auditorio cultural” sino una “locura” y que el público ya sabe lo que va a ver y a oír. Parecería que lo que dice Miguel Ángel Rodríguez sea una verdad universal. Conviene refutarle: ni de lejos es así.

A algunos compañeros de profesión les ocurren cosas que no son tan usuales como parece. Por ejemplo, que los responsables de los programas de debate -algunos- les pidan expresamente que sean “agresivos” (¿en qué consiste esa agresividad?, ¿en insultar?, ¿en proferir tacos y elevar la voz?), entendiendo que no interesa ni la información ni la opinión sino el espectáculo de confrontación y dicterio. Constato, sin embargo, que en 30 años de profesión jamás se me ha pedido cosa semejante; tampoco se ha inducido mi opinión sobre los temas a discutir; y en ningún caso me he sentido constreñido al ofrecer mi punto de vista.

La FAPE muestra su preocupación por las ruedas de prensa sin preguntas; por la información enlatada que proporcionan los partidos; por el régimen electoral que condiciona la “capacidad y autonomía de las televisiones privadas” en época de comicios

Ni los responsables de ‘59 segundos’ de TVE, ni Carlos Francino en la SER, ni Iñigo Alfonso en RNE, ni sus equipos de dirección o producción, (tampoco en El Confidencial, en donde escribo con plena libertad, al igual que en La Vanguardia) me han pedido jamás que no sea ni vivo, ni locuaz, ni agresivo. Al contrario, desde estos programas -al menos en la actualidad- se llama a los colaboradores para informarles de los asuntos a discutir a fin de que puedan prepararlos; en muchos casos, se piden propuestas temáticas que puedan resultar interesantes y usualmente se informa de los compañeros que estarán en la tertulia.

Es verdad que hay otros programas que buscan objetivos determinados -audiencia, bronca, jaleo, locuacidad, agresividad-, pero basta abstenerse en el caso de ser invitado, o de comportarse con educación y deontología profesional en caso de asistir, y todo arreglado. Al  final, en ese tipo de debates y discusiones cada cual se retrata. Pero los periodistas no somos actores, ni representamos papeles. Cuando hemos perdido el rumbo, colectivamente, como quizás esté sucediendo ahora, parece valer todo. Así, hemos sustituido en muchos casos el argumento por el grito; la calificación por el insulto; la tendencia por el sectarismo y la educación por la chabacanería. Es verdad -y eso es de dominio público- que algunos periodistas reciben argumentarios de los partidos a los que son afines y que se atienen a ellos en los debates. Pero estas periodistas-correas de transmisión son también pocos.

Acaba de clausurarse la LXX Asamblea General de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España. Ha emitido un comunicado muy oportuno. Han pedido  que los “periodistas cumplan escrupulosamente los principios éticos y deontológicos de su profesión y que alejen de ella, con su comportamiento, a los que caen en el amarillismo, el servilismo o el escándalo interesado”. La Asamblea ha proclamado también que esos principios deontológicos no pueden supeditarse “a los gustos del público o a la búsqueda de la audiencia a toda costa”. La FAPE muestra su preocupación por las ruedas de prensa sin preguntas; por la información enlatada que proporcionan los partidos; por el régimen electoral que condiciona la “capacidad y autonomía de las televisiones privadas” en época de comicios. Pero también muestra su alarma por la mezcla de publicidad y de información y respalda el dictamen del Consejo de Estado que entiende razonable que una ley prohíba los anuncios de contactos en los periódicos.

Los miembros de la FAPE son periodistas sin ruidos, sin pretensiones, anónimos, con sueldos modestos, en muchos casos despedidos por el tsunami que ha arrasado el sector. Gente normal y moral, amante de su profesión y que se la cree en su dimensión social.  El periodismo -determinado periodismo- no es tal, sino una suerte de mutación hacia el espectáculo a veces esperpéntico. En eso no está la inmensa mayoría de los periodistas. Porque se tienen respeto a sí mismos y, sobre todo, respetan a los lectores, oyentes, espectadores e internautas. Nada hay más patético que un periodista apocado y cobarde; ni nada más detestable que un periodista prepotente, amoral y que se constituya en la voz de su amo. Por fortuna, de los unos y de los otros, pese a la mala prensa que padece la profesión periodística,hay muchos menos de lo que se supone. Seguro que de eso es consciente el mismísimo Miguel Ángel Rodríguez.

Miguel Angel Rodríguez tiene derecho a defenderse. Tanto como el doctor Luis Montes a querellarse contra él si entiende que el ex portavoz del primer Gobierno de Aznar le injurió (le tachó de “nazi”) en un programa de televisión. Pero a lo que dudosamente tiene derecho Rodríguez es a la denigración generalizada de la profesión periodística. Hay algunos compañeros -no la mayoría- que sólo destacan, y son consecuentemente contratados, cuando en los debates se muestran “vivos, locuaces y agresivos”. Se supone que si los contertulios se conducen así, la audiencia aumenta y todos contentos. Y que las palabras se las lleva el viento.

Miguel Ángel Rodríguez Periodismo