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Zapatero, los "brujos visitadores de la Moncloa" y Rubalcaba
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José Antonio Zarzalejos

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Zapatero, los "brujos visitadores de la Moncloa" y Rubalcaba

El final del zapaterismo no sólo afecta a la política. Implica consecuencias negativas -pérdida de influencia social e interlocución con el poder- para personas y empresas

El final del zapaterismo no sólo afecta a la política. Implica consecuencias negativas -pérdida de influencia social e interlocución con el poder- para personas y empresas que han constituido bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero una suerte de nomenclatura de la situación en España. Juan Luis Cebrián, a la sazón consejero delegado de PRISA, definió el círculo de amistades del presidente como “brujos visitadores de la Moncloa”. Lo hizo en octubre de 2007 en una conferencia que dio mucho que hablar. Atribuyó a estos “brujos” nada menos que “una nueva ocupación del espectro financiero y mediático, al hilo de su influencia en el entorno del presidente”.

Y puso ejemplos del poder de los “brujos”: en lo empresarial, el control de Endesa; en lo financiero, el intento de descabalgar a Francisco González del BBVA -operación comandada por Luis del Rivero-; y en lo mediático, los “brujos” eran los “amigos” de Miguel Barroso, secretario de Estado de Comunicación por aquella época, que fueron los que pusieron en marcha La Sexta y el diario Público: Roures, Contreras, García Ferreras et alii.

De 2007 al presente, se ha acreditado que Juan Luis Cebrián sabía de lo que hablaba: PRISA y El País perdieron ascendiente sobre el presidente del Gobierno y sobre el propio Gabinete y el grupo comandado por Roures se situó a la izquierda de los medios del fallecido Jesús de Polanco y se produjo un reequilibrio de fuerzas en ese espectro ideológico-mediático. Al tiempo, el diario El Mundo, enfrentado a un Mariano Rajoy al que nunca ha logrado marcar la agenda, se hizo criptozapaterista, cuidando durante su gestión a la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, a la que llegó a premiar con el mayor boato.

En definitiva: desde 2006-2007 se produjo una operación en pinza para reducir la influencia y el poder de PRISA en la medida, se decía, en que El País representaba al felipismo, al socialismo anacrónico y al PSOE de la Transición. Es decir: el periódico de Cebrián se presentó entonces como el pasado. El presente resultaba ser un periódico sin dogmatismos editoriales pero de izquierda neta como Público y una cadena de TV militante como La Sexta, con una potentísima productora, Mediapro.

Intelectuales zapateristas como Ignacio Sánchez Cuenca o José Andrés Torres Mora, gran consultor de las líneas maestras de la memoria histórica, han encriptado en sendos artículos una despedida defraudada del zapaterismo según Zapatero

Alfredo Pérez Rubalcaba -tampoco José Blanco- nunca participó de la predilección de Zapatero por los “brujos”. Más aún, él y otros dirigentes del PSOE se sentían mejor reflejados en El País que en cualquier otro medio. Las preferencias mediáticas del presidente del Gobierno -que incluían “matar a besos a Pedro J.”- han mantenido abierta una grieta en el PSOE y en el Ejecutivo. Pero la batalla acaba de dirimirse. Mientras los “brujos” apostaban por Chacón y unas primarias competitivas (la ministra de Defensa, a mayor abundamiento, se convirtió después de la denuncia de Cebrián en esposa de Miguel Barroso, al que se atribuye el diseño de su estrategia política), El País lo hacía claramente por Pérez Rubalcaba. Y desde el 22-M las tornas se han vuelto, porque los partidarios del vicepresidente del Gobierno instalados en determinados medios de comunicación observan con complacencia la derrota de los “brujos visitadores” quizá con la esperanza de sustituirlos de manera inmediata.

La caída de Zapatero es, en cierto modo, el resbalón de todo un entorno presidencial -ciertamente heterogéneo- en el que Javier de Paz, consejero de Telefónica y presidente de Atento, tuvo la gallardía (reconozcámoslo) de estar con su amigo Zapatero durante la para él aciaga noche del 22-M. De bien nacidos es ser agradecidos.

Intelectuales zapateristas como Ignacio Sánchez Cuenca -inspirador de las políticas más agresivas  del presidente- o José  Andrés Torres Mora, diputado y gran consultor de las líneas maestras de la memoria histórica, han publicado sendos artículos (el primero en Público el pasado sábado, titulado ‘La deriva socialdemócrata’; el segundo en El País, también el sábado pasado, bajo el título ‘La democracia es también para el invierno’) en los que han encriptado una despedida defraudada del zapaterismo según Zapatero. Se les nota a ambos decepcionados y de alguna forma, también desconcertados con la marcha de los acontecimientos.

El desplome del presidente del Gobierno y la emergencia indiscutible de Rubalcaba, altera no sólo al PSOE y a las distintas corrientes que se mueven en su seno, sino también a entornos distintos a los partidarios que se disputan ámbitos de influencia y poder sobre la cúpula del socialismo español. Son entornos, desde luego, mediáticos, pero también empresariales, que al calor de Zapatero han conseguido posiciones de ventaja que podrían ir perdiendo por más que estén intentado giros y volantazos para instalarse, bien en las proximidades de Rubalcaba y su equipo, bien en las de Mariano Rajoy y el suyo. Lo que habitualmente ocurre cuando el poder cambia de manos.

El final del zapaterismo no sólo afecta a la política. Implica consecuencias negativas -pérdida de influencia social e interlocución con el poder- para personas y empresas que han constituido bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero una suerte de nomenclatura de la situación en España. Juan Luis Cebrián, a la sazón consejero delegado de PRISA, definió el círculo de amistades del presidente como “brujos visitadores de la Moncloa”. Lo hizo en octubre de 2007 en una conferencia que dio mucho que hablar. Atribuyó a estos “brujos” nada menos que “una nueva ocupación del espectro financiero y mediático, al hilo de su influencia en el entorno del presidente”.

Alfredo Pérez Rubalcaba Juan Luis Cebrián Mariano Rajoy