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Un culpable, muchos responsables
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José Antonio Zarzalejos

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Un culpable, muchos responsables

Escribe Hannah Arendt en su ensayo Responsabilidad Colectiva (1968) unas lúcidas reflexiones que vienen como anillo al dedo ante la sensación individual y/o colectiva de que

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Escribe Hannah Arendt en su ensayo Responsabilidad Colectiva (1968) unas lúcidas reflexiones que vienen como anillo al dedo ante la sensación individual y/o colectiva de que asesinatos masivos como el perpetrado por Anders Breivik en Noruega nos conciernen y comprometen. O en otras palabras, que nadie es ajeno al acaecimiento de la tragedia más allá del sentimiento de compasión que suscitan las víctimas de la masacre. Según la filósofa judía “existe una responsabilidad por las cosas que uno no ha hecho; a uno le pueden pedir cuentas por ello. Pero no existe algo así como sentirse culpable por cosas que han ocurrido sin que uno participase activamente en ellas. Éste es un punto importante, que merece señalarse alto y claro en un momento en que tantos buenos liberales blancos confiesan sus sentimientos de culpabilidad con respecto a la cuestión racial”.

Y continúa Arendt recordando cómo en Alemania, después del régimen nacionalsocialista de Hitler y su comportamiento con los judíos, se recitó a coro el “todos somos culpables”. Añade nuestra autora con perspicacia que “donde todos son culpables nadie lo es. La culpa, a diferencia de la responsabilidad, siempre selecciona; es estrictamente personal. Se refiere a un acto, no a intenciones o potencialidades”.

 Pero ¿aun no siendo culpables hemos de sentirnos responsables? La escritora responde con meridiana claridad: “Yo debo ser considerada responsable por algo que no he hecho y la razón de mi responsabilidad ha de ser mi pertenencia a un grupo (un colectivo) que ningún acto voluntario mío puede disolver, es decir, un tipo de pertenencia totalmente distinta de una asociación mercantil que puedo disolver cuando quiera”. Y hay, efectivamente, pertenencias indisolubles: a una sociedad por razones culturales, a un Estado, a una clase profesional, a una nación o a una familia".

¿Pueden la sociedad y el Estado noruegos desembarazarse de responsabilidad por su soberbia y autosuficiencia policialmente ineficaz y desentenderse de albergar en su sistema político representativo un partido que linda con las ideologías de carácter xenófobo?

Con estos criterios tan claros parece nítido que Anders Breivik es el único culpable de los asesinatos que perpetró sin posibilidad alguna de transferir a ningún partido, colectivo o sociedad esa culpabilidad. El hecho, ciertamente verosímil de que se trate de un loco, no le exime necesariamente de culpabilidad. Seguramente, los diagnósticos psiquiátricos de Hitler, de Stalin o de Mao, mostrarían patologías de variadísima gama, pero no por ello -como le ocurre a Breivik- dejaron de ser culpables de sus barbaries y, en consecuencia, imputables por ellas en la medida en que sabían lo que hacían, querían hacerlo y lo hicieron.

La responsabilidad está en el "grupo"

Ahora bien, hay responsables. O sea, instancias y personas que acaparan una cuota indeterminada pero cierta de responsabilidad en la tragedia acontecida en Noruega. Responsables en tanto en cuanto el criminal pertenece a lo que Hannah Arendt denomina “grupo” o “colectivo” del que uno no puede desgajarse voluntariamente. Y es en este punto en donde aparece la propia sociedad y Estado noruegos -a los que pertenece Breivik- que han generado dos fenómenos gravísimos.

De una parte, el narcicismo de sentirse a resguardo de toda amenaza terrorista, observando con suficiencia brotes de esa violencia en otras sociedades europeas -como España-, hasta el punto de llegar a la jactancia. La ausencia de medidas de seguridad y la tardanza policial negligente en neutralizar al asesino remiten a un Estado autosuficiente y soberbio que, como cuenta el periodista Florencio Domínguez (La Vanguardia del pasado miércoles 27 de julio), es el primer financiador del Centro Henri Dunant para el Diálogo Humanitario, con sede en Ginebra y que fue la entidad mediadora entre ETA y el Gobierno en el “proceso de paz” de 2006. En Oslo se reunieron en noviembre de 2005 Josu Ternera y Jesús Eguiguren, amparados por el Gobierno noruego y a esa capital -con resultado negativo- se ha dirigido el mediador Brian Currin para que el Ejecutivo escandinavo interviniera en el caso español.

Por otra parte, es la sociedad noruega y el propio Estado el ámbito del ultraderechista Partido del Progreso (23% de voto popular) en el que militó el asesino Breivik con cuyas ideas comulgó durante un tiempo y de las que extrajo un abundante suministro de sentimientos reactivos xenófobos, ultra nacionalistas, sazonado todo ello de superioridad racial, machismo y aversión a los musulmanes, instalados en buen número en su país de manera no integrada sino multicultural exasperando así su fanatismo criminal.

Políticas culturales, no integradoras

¿Pueden la sociedad y el Estado noruegos desembarazarse de responsabilidad por su soberbia y autosuficiencia policialmente ineficaz y desentenderse de albergar en su sistema político representativo un partido que linda con las ideologías de carácter xenófobo? ¿Puede la izquierda escandinava en general y la noruega en particular desconocer que la socialdemocracia buenista allí imperante ha propiciado políticas multiculturales en vez de integradoras exasperando así hasta a una cuarta parte del censo electoral nacional? Y lo que se dice del ultraderechista Partido del Progreso de Noruega, puede predicarse de otros en la región: Demócratas de Suecia, Partido Popular Danés, Partido por la Libertad (Holanda), Auténticos Finlandeses y otros más en Austria, Reino Unido, Bélgica y Alemania.

¿Y qué ocurre con la Red? ¿Es que el Estado noruego no tiene la obligación de controlar, ateniéndose a la ley y con el paraguas judicial que en cada caso precise, los factores criminógenos que circulan libremente en formato de documentos, blogs, páginas webs…que deben alertar acerca de la posible comisión de terribles actos delictivos? ¿Acaso la libertad ha de ser entendida como ausencia de cualquier limitación? La estúpida creencia de que las ideas no delinquen forma parte de una falacia que se desmiente de manera constante porque las personas viven como piensan de tal manera que si albergan pensamientos y composiciones intelectuales criminales terminarán, a veces, por perpetrarlos como hizo Anders Breivik.

En definitiva, no cabe ese consuelo -siempre falso- según el cual “todos somos culpables” porque esa es, como advertía Hannah Arendt, la fórmula para que nadie lo sea. Hay que asumir que el culpable es el asesino, pero que su comportamiento criminal genera responsabilidades políticas y morales de gravísima importancia que hay que atajar. Por lo que a Noruega respecta resulta claro que debe apearse de la altanería de su sociedad paradisíaca; controlar los límites del discurso ultraderechista de partidos como el del Progreso; defenderse de la izquierda buenista que sistemáticamente se confunde en la gestión de los nuevos fenómenos migratorios y reconocer -como ha hecho la impagable novela negra de Jo Nesbo, de K.O. Dahl, de Karin Fossum o del inevitable StiegLarsson- que los trasteros de las sociedades escandinavas están tan sucios como los de cualquiera otros países.

¿Recuerdan el título de la segunda entrega de 'Millennium' de Larsson? Era éste: “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina”. Anders Breivik también soñaba con algo bastante parecido. Hasta que hizo su sueño realidad y Noruega pasó del Estado-Alicia a la pesadilla de una brutal realidad. De la que no ha sido culpable, pero, en indeterminada medida, sí responsable.

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Escribe Hannah Arendt en su ensayo Responsabilidad Colectiva (1968) unas lúcidas reflexiones que vienen como anillo al dedo ante la sensación individual y/o colectiva de que asesinatos masivos como el perpetrado por Anders Breivik en Noruega nos conciernen y comprometen. O en otras palabras, que nadie es ajeno al acaecimiento de la tragedia más allá del sentimiento de compasión que suscitan las víctimas de la masacre. Según la filósofa judía “existe una responsabilidad por las cosas que uno no ha hecho; a uno le pueden pedir cuentas por ello. Pero no existe algo así como sentirse culpable por cosas que han ocurrido sin que uno participase activamente en ellas. Éste es un punto importante, que merece señalarse alto y claro en un momento en que tantos buenos liberales blancos confiesan sus sentimientos de culpabilidad con respecto a la cuestión racial”.

Noruega Anders Breivik