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'La Dama de Hierro' denigra a Thatcher en tiempos de mediocridad política
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José Antonio Zarzalejos

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'La Dama de Hierro' denigra a Thatcher en tiempos de mediocridad política

En la segunda mitad del siglo pasado tres enormes personajes protagonizaron en buena medida el inicio de una nueva era, ya sin guerra fría ni “telón

En la segunda mitad del siglo pasado tres enormes personajes protagonizaron en buena medida el inicio de una nueva era, ya sin guerra fría ni “telón de acero”. El Papa Juan Pablo II, Ronald Reagan, fallecido presidente de los Estados Unidos, y la ex premier británica Margaret Thatcher, líder durante quince años del partido conservador y jefa del Gobierno del Reino Unido entre 1979 y 1990. Las raíces ideológicas del conservadurismo liberal en Europa traen causa del pensamiento y del ejercicio del gobierno británico por la baronesa Thatcher durante once años cruciales. Esperemos que Charles Moore, ex director del Daily Telegraph y columnista ahora del periódico conservador por antonomasia, concluya pronto su ingente obra biográfica de Margaret Thatcher para disponer de una perspectiva completa de su trayectoria política e, incluso, personal y familiar.

Porque si alguien intenta sacar conclusiones mínimamente certeras de la película La Dama de Hierro, protagonizada por una espléndida Meryl Streep, su pretensión será vana. Es una película bien ejecutada en lo técnico pero irritantemente sectaria. Margaret Thatcher es presentada como una anciana enajenada, recluida en su residencia de Chester Square en Londres, que baila como una posesa con sus recuerdos, en un totum revolutum dislocado, con flash back tan constantes como arbitrarios, que nos presentan una auténtica caricatura de una mujer extraordinaria.

De joven, la directora del film Phyllida Lloyd nos cincela a Margaret Roberts –su apellido de soltera- como a una niña zangolotina y acomplejada que se inspira en los discursos conservadores de su padre, un tendero de ultramarinos. Cursi, repelente y con voz desquiciante, la luego primera ministra es representada, ya universitaria, como una excéntrica que provoca la sonrisa conmiserativa de sus compañeros y la murmuración irónica de sus colegas de Gabinete cuando desempeñaba la secretaría de Educación.

Esta película es una más de esos filmes de falsos progresistas que asumen su profesión creativa en la cinematografía para “poner en su sitio” a personajes tan poliédricos, imprescindibles y con capacidad de referencia como la premier británica a la que se le regatean méritos para parecerse a su antecesor Winston Churchill

No se explica cómo Thatcher -apellido de un Denis Thatcher, su marido, que aparece como un personaje fantasmal y desvaído- alcanzó el liderazgo de los tories, cómo se enfrentó y con qué razones a los sindicatos, cómo abordó la colosal crisis económica en Gran Bretaña aquellos años, de qué manera se encaró con el terrorismo del IRA y sentó las bases de su derrota, y sólo apenas se vislumbra su entereza y decisión cuando tomó la determinación de enfrentarse a la dictadura Argentina y recuperar las islas Malvinas para su país enviando a la Armada a una aventura de improbables resultados. Y una omisión clamorosa: ni se menciona que fue Thatcher la que firmó en 1992 el Tratado de Maastricht constitutivo de la Unión Europea con otros once países, dato de esencial importancia en estos momentos.

La película se va en soliloquios de una demente con algunos raptos de lucidez que opacan su grandeza política, la encarnadura de su pensamiento, la estructura de su ingenio como gobernanta y su andamiaje moral para desempeñar el enorme servicio a su país. La interpretación de Meryl Streep envuelve la película en un intimismo complaciente con la anciana pero inclemente con su obra política que es maltratada con retazos mal contados, alterados en secuencias sin ligazón, explicados en caprichos o banalidades de lady Thatcher, hasta componer un cuadro grotesco de la ideóloga del conservatismo británico y, en buena medida, europeo. La película denigra a Thatcher porque es una pura fabulación –su demencia senil, que nadie conoce con certeza (salvo, quizá, Charles Moore)- en tanto que reinventa la historia para arrojarla a la cuneta de lo anecdótico. El colmo es la representación de una premier adusta, déspota y cruel que trata a sus subordinados como a esclavos.

No hace falta mucho ingenio para suponer que esta película es una más de esos filmes de falsos progresistas que asumen su profesión creativa en la cinematografía para “poner en su sitio” a personajes tan poliédricos, imprescindibles y con capacidad de referencia -Thatcher fue una demócrata ejemplar- como la premier británica a la que se le regatean méritos para parecerse -y se le parece-a su antecesor Winston Churchill.

La cinta es denigrante: no sólo hacia el personaje que deja en el espectador la amarga impresión de haber contemplado la vida de una mujer alocada y soberbia; lo es también para lo que significa el conservadurismo que propugna unos valores opuestos a los de la izquierda de entonces y de ahora. Por eso es importante que este biopic no se convierta en canónico. Sólo en ejemplo de un cine técnicamente correcto pero sesgado, injusto, de la factoría del agit-prop de un izquierdismo de salón que sólo promociona la hagiografía de la mediocridad.

En la segunda mitad del siglo pasado tres enormes personajes protagonizaron en buena medida el inicio de una nueva era, ya sin guerra fría ni “telón de acero”. El Papa Juan Pablo II, Ronald Reagan, fallecido presidente de los Estados Unidos, y la ex premier británica Margaret Thatcher, líder durante quince años del partido conservador y jefa del Gobierno del Reino Unido entre 1979 y 1990. Las raíces ideológicas del conservadurismo liberal en Europa traen causa del pensamiento y del ejercicio del gobierno británico por la baronesa Thatcher durante once años cruciales. Esperemos que Charles Moore, ex director del Daily Telegraph y columnista ahora del periódico conservador por antonomasia, concluya pronto su ingente obra biográfica de Margaret Thatcher para disponer de una perspectiva completa de su trayectoria política e, incluso, personal y familiar.