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Protección solar 50 para una ‘Soraya’ que no debe ser María Teresa
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José Antonio Zarzalejos

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Protección solar 50 para una ‘Soraya’ que no debe ser María Teresa

Cuando un político ha de combinar la titularidad de amplias facultades administrativas y una fuerte exposición a los medios, sus probabilidades de desgaste, en términos de

Cuando un político ha de combinar la titularidad de amplias facultades administrativas y una fuerte exposición a los medios, sus probabilidades de desgaste, en términos de opinión pública y publicada, se multiplican geométricamente con radical acortamiento de los plazos de abrasión. Es lo que podría sucederle a Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno, y ministra de la Presidencia y Portavoz del Ejecutivo.

La brillante abogado del Estado, la eficaz portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso en la legislatura anterior, está al frente de enormes responsabilidades: le corresponde la relación con las Cortes, la relación con los medios de comunicación, la relación con los delegados del Gobierno en las Comunidades Autónomas, la presidencia de todas las Comisiones Delegadas del Consejo de Ministros menos la de Asuntos Económicos, la presidencia de la Comisión de Subsecretarios con reuniones previas a la celebración de los Consejos de Ministros, la coordinación general de la acción del Gobierno…

De sus decisiones últimas dependen el Boletín Oficial del Estado, el Centro de Investigaciones Sociológicas, el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Patrimonio Nacional y, por si fuera poco, también ahora el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), desagregado de Defensa para pasar a depender funcional y orgánicamente de Presidencia. Añádanse a todo ello las funciones de representación del Gobierno, que no son pocas ni infrecuentes.

Sáenz de Santamaría, sin embargo, no es veterana y suple su bisoñez con las habilidades de que dispone. No obstante, y como refería un secretario de Estado de larga experiencia y con conocimientos administrativos, la vicepresidenta padece del llamado “empacho de novata” y la confianza que le muestra el presidente del Gobierno le da sostén, pero también se lo quita porque tanto la soberbia de unos como la envidia de otros son sentimientos tan libres como abundantes.

A muchos -¿a algunos ministros?- les importa una higa que la vicepresidenta tenga que lidiar todos los viernes con un auditorio periodístico crecientemente crítico y agudo y componer sus contradicciones e indisciplinas mediáticas, o que deba comunicar en la más estricta e innecesaria soledad –salvó la comparecencia multitudinaria y confusa del pasado día 30 de diciembre, con tres ministros adicionales en la mesa- los acuerdos de unos Consejos de Ministros que en las últimas semanas sólo parece haberse dedicado a nombramientos y a escuchar informes.

Lo peor de esas comparecencias de los viernes es que la vicepresidenta no dispone de una técnica reconocible de comportamiento. No hace como los portavoces de la Casa Blanca que “imponen” lo que se denomina “la historia del día”, sino que contesta con largueza de palabras y explicaciones  -a veces con reiteraciones- todo tipo de preguntas. No elude ninguna -virtud, pero también error- difiriéndola en el tiempo o reconduciéndola hacia el titular del departamento competente en próxima ocasión. La duración de la referencia hace que el interés vaya decayendo hasta concluir de manera verdaderamente aburrida. Sáenz de Santamaría no comente errores pero no le ha dado un perfil propio a su encuentro semanal con los medios.

Con la diarquía Montoro-De Guindos fuera de la necesaria sintonía y con un ministro de Hacienda que ha logrado desconcertar a propios y a extraños; con un presidente del Gobierno que asume de facto la vicepresidencia económica pero que no la ejerce; con unos ministros locuaces o transparentes según los casos (unos hablan mucho; otros parecen estar mudos); con un Gabinete que nada fácil de cohesionar, la vicepresidenta se ve obligada a cubrir demasiados espacios sin que, aparentemente al menos, disponga aún de autoridad y coordinación adecuadas para cribar y hacer coherentes los mensajes ministeriales que se van produciendo a lo largo de la semana. Ahora, con los criterios dubitativos sobre la cobertura del déficit del 4,4% para 2012, con los datos del Banco de España y del Fondo Monetario Internacional sobre nuestra recesión, con la EPA a la vuelta de la esquina y con los índices de confianza y producción por los suelos, Sáenz de Santamaría puede colapsar si no dispone de alguna ayuda adicional y no agudiza el ingenio.

En otras palabras: siendo tan distintas y distantes, la vicepresidenta del PP podría convertirse en una versión -todas las comparaciones son odiosas- de la María Teresa Fernández de la Vega que terminó por ser el rostro de la crisis, de los errores, de las ocurrencias, de las descoordinaciones y de las frivolidades de los sucesivos gabinetes de Zapatero. Cosa que no les ocurrió a otros portavoces porque no ostentaban la vicepresidencia del Gobierno. De tal manera que Sáenz de Santamaría debería hacer como los playeros: aplicarse una crema solar de protección 50 para defenderse de los rayos del sol mediático al que está expuesta. Más todavía, a efectos de una zona del electorado popular, cuando -lo que faltaba- el arzobispo de Valladolid cuestiona su idoneidad como pregonera de la Semana Santa de la ciudad en la que nació debido a su matrimonio civil. La contribución eclesiástica a la abrasión suele ser muy oportuna a determinadas conveniencias.

Ella no firma artículos de opinión en periódicos extranjeros, ni ha concedido, hasta el momento, entrevistas a medios de referencia; tampoco es habitual de las radios en los programas mañaneros, de manera tal que no le disminuye presión a la cita semanal de los viernes que podría convertirse, a este paso, en un episodio penosísimo. Y digo todo esto porque la vicepresidenta no es políticamente autónoma todavía, es decir, que ella es y está en función de Mariano Rajoy, es casi su holograma.

Es opinión extendida, sin embargo, que Soraya Sáenz de Santamaría es un valor en el Gobierno y que un desgaste tan abusivo como el que puede comenzar a sufrir resultaría un despilfarro, dañaría al propio presidente del Gobierno y rememoraría tristes historias de viernes a las 14 horas que se llevaron por delante a quién debía responder educadamente al justificado malhumor nacional.

Cuando un político ha de combinar la titularidad de amplias facultades administrativas y una fuerte exposición a los medios, sus probabilidades de desgaste, en términos de opinión pública y publicada, se multiplican geométricamente con radical acortamiento de los plazos de abrasión. Es lo que podría sucederle a Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno, y ministra de la Presidencia y Portavoz del Ejecutivo.