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El abuso expropiatorio del "gentil monstruo de Bruselas"
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José Antonio Zarzalejos

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El abuso expropiatorio del "gentil monstruo de Bruselas"

Luis de Guindos, después de la no por necesaria menos impactante reforma laboral, debería promover de inmediato una radical reforma del aparato burocrático-político-funcionarial de lo que

Luis de Guindos, después de la no por necesaria menos impactante reforma laboral, debería promover de inmediato una radical reforma del aparato burocrático-político-funcionarial de lo que Hans Magnus Enzensberger denomina en su último libro (enero 2011. Editorial Anagrama) El gentil monstruo de Bruselas o Europa tutelada. Así se titula el ensayo -breve, ácido e irónico-, del escritor alemán (Baviera 1929) que denuncia la doble moral de exigir a las sociedades de los Estados miembros de la UE ajustes y sacrificios, mientras la estructura de la Unión se convierte en monstruosamente tentacular hasta el punto de desconocer cabalmente el coste de su sostenimiento.

El autor constata que la UE cada año subvenciona a la emisora Euronews con cinco millones de euros y “con otros seis a la poco conocida red de radiodifusión Euranet.” Además, dice, el Parlamento Europeo se “concede el lujo de manejar un canal de TV propio llamado Europarltv, por el cual está dispuesto a desembolsar diez millones pese a su muy reducida audiencia”. A ese conglomerado, Enzensberger lo denomina “prensa palaciega” (página 13).  Más datos: los directores generales del grupo salarial más alto ganan casi el doble que los funcionarios equiparables en Alemania y el 10% están libres de impuestos, lo mismo que sus dietas y complementos; se pueden jubilar a los 63 años y a los 55 acogerse a la jubilación anticipada (página 24). Es difícil precisar, dice el ensayista, “cuánto nos cuestan nuestros empleados en Bruselas, Estrasburgo o Luxemburgo”. Su número exacto tampoco se conoce, aunque la cifra oscila entre los 15.000 y los 40.000, aunque se sabe que los gastos administrativos de la UE están en el 6% del presupuesto global, esto es, 8.200 millones de euros. Algunos estiman que el aparato bruselense cuenta tanto como todo el presupuesto de la ciudad de Viena, o sea, muy por encima de los 10.000 millones (página 25).

Ese aparato se justifica -siguiendo el relato cortante de Enzensberger- en una voracidad regulatoria extraordinaria extendiendo sus competencias cada vez sobre más materias: mercado común, política económica, sanitaria, industrial, regional, educativa, de pensiones, el clima, la energía, la investigación, la inmigración, el derecho civil, penal, procesal… llegando a regular la curvatura de los pepinos (sic) para ser comercializados, reglamentando todo lo relativo a los plátanos y ¡hasta la dimensión mínima de los condones!(página 29). Para que nada falte, la UE ha dictado hasta un “Reglamento nº 244/2009 en lo relativo a los requisitos de diseño ecológico para lámparas de uso doméstico no direccionales”. Para atender a tanta diarrea normativa, la UE tiene decenas de esotéricos organismos atrincherados en acrónimos indescifrables. Es casi imposible saber cuántas direcciones generales y agencias existen en Bruselas, pero Enzesberger cree que al menos son 36 “y otras que se encuentran en fase de creación”. Una agencia se lleva, dice nuestro autor, la palma: la OSHA, organismo que se encarga de la seguridad y salud en el trabajo y que “pese a no tener más que 64 empleados cuenta con 84 consejeros”. Lo cual no les parece excesivo a los eurócratas: el presidente del Parlamento cuenta con 14 vicepresidentes para “ayudarle” en sus funciones (páginas 37 y siguientes).

Esta reflexión se identifica con la de muchos ciudadanos españoles que, entre dispuestos y resignados a asumir sacrificios para salir de la crisis, tienen derecho a reclamar que la austeridad, el ajuste y la decencia lleguen también a ese “monstruo” bruselense que no predica con el ejemplo

La burocracia, no faltaría más, requiere soportes. En 2004 la recopilación de normas de la UE se contenía en 85.000 páginas y a día de hoy supera las 150.000. En 2005 el Diario Oficial de la Unión Europea “pesaba ya más de una tonelada”. Todas las directivas -que no emanan siempre ni principalmente del Parlamento sino del poder ejecutivo de la UE, es decir, la Comisión- regulan todos los aspectos. Y así lo relata Enzensberger: “Fumamos; comemos demasiadas grasa y azúcares, colgamos crucifijos en las aulas, acaparamos bombillas ilegales; ponemos a secar la ropa al aire libre. ¡Adónde iríamos a parar si pudiéramos decidir nosotros mismos a quién queremos alquilar nuestra vivienda! ¿Es posible que haya desviacionistas que paguen jubilaciones de empresa como les da la gana y que en Madrid o Helsinki quieran implantar un límite de velocidad que diverge de la euronorma?; ¿acaso no es necesario que en todas partes, sin consideración alguna del clima y de la experiencia, se utilicen exactamente los mismos materiales de construcción?; ¿puede quedar al arbitrio de cada país lo que ocurra en sus escuelas y universidades?; ¿quién sino la Comisión ha de disponer cual debe ser la forma de las prótesis dentales o de los inodoros europeos?… tales antojos son absolutamente intolerables. La Unión Europea lo sabe todo mejor que nosotros” (páginas 88 y siguientes).

Estamos ante un monstruo -muy “gentil”, según Enzensberger- que impone, obliga, sanciona (los mercados, el directorio franco-alemán, la Comisión el BC) pero no se aplica la doctrina que preconiza y exige. Lo que ha propiciado que estemos introduciéndonos en una “etapa postdemocrática” respecto de la una Unión Europea que ya se permite suplir gobiernos “políticos” por otros “tecnocráticos” (casos de Grecia e Italia). Sin embargo, y como bien constata el ensayista alemán, “por ahora, poco apunta a que los europeos tiendan a oponerse a su expropiación política. No faltan manifestaciones de descontento, de sabotaje abierto o encubierto, pero en resumidas cuentas el famoso déficit democrático no conduce a la sublevación sino más bien a la indiferencia y al cinismo, al desprecio por la clase política o la depresión colectiva” (página 93).

Creo que esta reflexión de un sólido intelectual se identifica con la de muchos ciudadanos españoles que, entre dispuestos y resignados a asumir sacrificios para salir de la crisis, tienen derecho a reclamar que la austeridad, el ajuste, la solidaridad y la decencia lleguen también a ese “monstruo” bruselense que, inquisitorialmente, no predica con el ejemplo. Y allí debe conocerse el hartazgo por la expropiación abusiva de nuestra voluntad colectiva a que estamos sometidos. Quizás Luis de Guindos, al tiempo que comunica la “agresiva” reforma laboral a las autoridades de la Unión, pueda trasladarle también este estado de opinión que puede provocar convulsiones cuando salgamos de la actual “economía del miedo” en la que estamos encarcelados moral e intelectualmente.

Luis de Guindos, después de la no por necesaria menos impactante reforma laboral, debería promover de inmediato una radical reforma del aparato burocrático-político-funcionarial de lo que Hans Magnus Enzensberger denomina en su último libro (enero 2011. Editorial Anagrama) El gentil monstruo de Bruselas o Europa tutelada. Así se titula el ensayo -breve, ácido e irónico-, del escritor alemán (Baviera 1929) que denuncia la doble moral de exigir a las sociedades de los Estados miembros de la UE ajustes y sacrificios, mientras la estructura de la Unión se convierte en monstruosamente tentacular hasta el punto de desconocer cabalmente el coste de su sostenimiento.