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El funeral de Matilde y otras exequias en la España preintervenida
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José Antonio Zarzalejos

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El funeral de Matilde y otras exequias en la España preintervenida

“Nadie puede en su vida escapar a una deplorable crisis de entusiasmo” (Stendhal) Los resultados empresariales del segundo trimestre del año han caído sobre la

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Nadie puede en su vida escapar a una deplorable crisis de entusiasmo” (Stendhal)

Los resultados empresariales del segundo trimestre del año han caído sobre la economía española como granizo en cosecha madura. Salvo excepciones contadísimas, los resultados han disminuido de forma alarmante. Las compañías españolas que operan en mercados extranjeros han compensado los desastrosos resultados obtenidos en el nacional, pero, aun así, y añadiendo las fuertes provisiones, el panorama empresarial español muestra una debilidad extraordinaria. Quizás por eso el Gobierno no ha echado más leña al fuego con la eufemísticamente denominada reforma eléctrica que en realidad consistía en un expolio a las empresas del sector. De momento, la ha aplazado y, si lo piensa, es mejor que cambie su planteamiento. Y por prudencia, hasta Telefónica ha tomado la inédita decisión de no retribuir este año a sus accionistas y reducir el dividendo previsto para el que viene.

Que las matildes no se comporten con su más de un millón de accionistas como siempre lo han hecho es síntoma de realismo en los gestores de Telefónica (así lo han entendido los mercados), pero resulta un hachazo a cientos de miles de economías domésticas, corroborando que España camina hacia el final de su particular capitalismo popular como escribí en este espacio el pasado día 14 de julio (“Hacia el fin del capitalismo popular español”). Porque la compañía que preside Alierta no ha hecho sino abrir camino pionero a otras que, endeudadas y con problemas graves de financiación a cuenta del rating del Reino de España, van a ir anunciando la decisión de alterar su política de dividendo. Los analistas del Santander ya han advertido de que estamos a las puertas de que un ramillete de empresas opte por salvaguardar sus balances penalizando temporalmente a sus accionistas. El Gobierno -está en su papel de no adelantar el turbión- se niega a asumir la posición rescatada de España pero sabe a la perfección que no tendrá otra opción que pedir ayuda

El funeral de Matilde -siempre rentable salvo en período de guerra como relataba aquí Agustín Marco- es la evidencia de que el colapso financiero del Estado ha llevado a una situación de grave postración a las grandes empresas nacionales, por más que estén internacionalizadas. La pata española les cojea y les hace perder el equilibrio de tal manera que pronto asistiremos a otras exequias del dividendo. Es más: algunas grandes Compañías ya tienen decido, aunque no comunicado, que suspenderán la retribución a los accionistas. Al tiempo, se están deslocalizando inversiones y desplazando centros de decisión. Telefónica es un ejemplo de ello, aunque no el único.

De modo que -con una tasa de desempleo tercermundista en el umbral del 25% de la población activa, esto es, 5.700.000 personas- y por mucho que los gestores se congelen y disminuyan sus sueldos y dejen de lado las retribuciones con opciones sobre acciones, haber dado tantas vueltas de tuerca a la fiscalidad de las empresas (sociedades, IBI, tasas y gravámenes varios) y a la de los ciudadanos (IRPF, IVA, IBI), nos lleva a contemplar el desplome escandaloso de la recaudación de todas las Administraciones Públicas, muy superior a la peor de las previsiones del inefable Montoro.

La brutal devaluación interna española –de rentas salariales, empresariales, patrimoniales- nos hará más competitivos, pero también más pobres –regresaremos a niveles de diez o quince años- y menos relevantes en la economía de la eurozona que se dispone a rescatarnos de manera adecuada a nuestro tamaño. La fórmula, antes de que hablase Draghi y aquí entrásemos en trance, la adelantó Joaquín Almunia. Y será así: pediremos al fondo europeo temporal que nos compre deuda en el mercado primario a cambio de una intervención en toda regla -similar al memorando del rescate bancario- con fondos que se suministrarán por el BCE que acudirá a ampliaciones de capital del fondo después de que éste disponga de ficha bancaria. El Gobierno -está en su papel de no adelantar el turbión- se niega a asumir la posición rescatada de España pero sabe a la perfección que no tendrá otra opción que pedir ayuda y, como consecuencia, aceptar la intervención. España es el eufemismo que roza con la mentira. En la simulación cae el Gobierno, pero también toda la clase política. Para ejemplo, un botón: ¡vaya recital de taimado esquinazo a la verdad el que interpretaron los comparecientes en el Congreso sobre la debacle de las Cajas!

La mejoría de los indicadores -prima de riesgo e Ibex 35- a consecuencia de las afirmaciones de Draghi parece haber sedado la situación. Es cierto: antes de la tempestad viene la calma y siempre hay una mejoría previa a la muerte. Después de esta semana de exequias empresariales, con disminución drástica de resultados, la suspensión de dividendo de Telefónica (y las que vendrán) que entierra la legendaria historia de las matildes y la EPA de ayer, no habrá forma alguna de reducir el déficit en 2012 más allá de unas décimas. Estamos en la fase de preintervención y la hemorragia empresarial española -corolario de la financiera del Estado en su conjunto- no hace sino apuntalar el diagnóstico de que hemos llegado al límite de la resistencia. Seguramente Rajoy se lo dejó caer a Toxo y Méndez en su opaca reunión en la Moncloa, informados antes de la realidad nacional por la mismísima Ángela Merkel que volvió a adelantar por la izquierda a nuestro silente y sufridor presidente del Gobierno, a cuyo buen sentido y ecuanimidad apelan los empresarios luego de que hayan comprobado que sus ministros  se llaman a andanas.

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Nadie puede en su vida escapar a una deplorable crisis de entusiasmo” (Stendhal)

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