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Monti y Rajoy: dos hombres y un destino (el rescate)
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José Antonio Zarzalejos

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Monti y Rajoy: dos hombres y un destino (el rescate)

Desconcertados, sorprendidos y eufemísticos, Monti y Rajoy comparecieron ayer en la Moncloa hora y media después de que Mario Draghi hiciese que el mercado bursátil se

Desconcertados, sorprendidos y eufemísticos, Monti y Rajoy comparecieron ayer en la Moncloa hora y media después de que Mario Draghi hiciese que el mercado bursátil se desfondase (-5,16%) y la prima de riesgo se disparase (594 puntos básicos). Cuando ambos mandatarios suponían que el BCE apostaría por un programa de compras en el mercado secundario de deuda soberana de ambos países y, además, dotaría de ficha bancaria tanto al fondo temporal de rescate como al MEDE que entrará en vigor el mes que viene, Draghi envió un mensaje que, entre líneas, resultaba demoledoramente claro: si quieren que los dos fondos sucesivos de rescate europeo adquieran deuda de ambos Estados, sus gobiernos han de solicitarlo y someterse, de inmediato, a una fuerte condicionalidad. O sea, deben pedir ser rescatados. De lo contrario, ni el BCE -disciplinado por el Bundesbank- ni cualquier otra instancia, van a relajar la tensión sobre la financiación de Italia y España. Y como muestra un botón: ayer la subasta de deuda española registró una buena demanda pero se colocó a tipos de interés no conocidos desde 1996. Concretamente, el bono español a diez años superó el 6,7% de interés. Insoportable.

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El recado que remitió Draghi, y a través de él Alemania, resultó, aunque sorprendente para Mario & Mariano, muy claro y previsible: sólo moveremos ficha si sus economías se someten al estricto control de nuestros hombres de negro. Las cosas claras y el chocolate espeso. Antes o después, con la Bolsa en mínimos y la prima por las nubes, Rajoy deberá tomar una grave decisión: solicitar (o no) que el fondo temporal compre deuda española sometiendo al Tesoro español a una condicionalidad férrea, o arruinar el futuro del país que deberá financiarse a precios que nos llevarían a una segura bancarrota. La espera de Rajoy, que acogía cordialmente a Monti para comentar juntos una declaración tranquilizadora del BCE, ha venido acompañada del extraordinario interés de los Estados Unidos -a través de su larga mano, el FMI- empeñado en que los mercados emitan en Europa buenas vibraciones y que éstas llegasen a Wall Street y causasen mella en la opinión pública norteamericana que debe elegir o reelegir a su presidente el próximo mes de noviembre. Ni por esas. El norte y centro europeo le ha notificado al sur que el “euro es irreversible” y que el club tiene unas reglas estrictas y ni España ni Italia las cumplen, de modo que o se acogen al protectorado del rescate o seguirán  sometidas al dictado implacable de los mercados.

Admitamos que parte del problema estriba en la insuficiencia de la estructura política e institucional de la Unión Europea. Pero no reclamamos a los demás lo que no tenemos en nuestra casa. El espectáculo de disenso entre la Administración General del Estado y la de dos comunidades que suman más de 25% del PIB nacional, ha sido de una excentricidad chirriante que ha venido a confirmar a nuestros socios que nuestra crisis económica no es separable de la política y que no hay forma de arreglar aquella sino se acomete también ésta. Los gobiernos de Cataluña y Andalucía se han comportado irresponsablemente sin que les exculpe la aversión de Rajoy y su Gobierno -y de Montoro en particular- por el ejercicio perspicaz de la política (“Gobernar es pactar y pactar no es ceder”, escribió Gustavo le Bon). Si en España el desaguisado autonómico es el punto débil por el que se escapan las mejores energías del país, en Italia el factor Berlusconi aterra en Berlín, además de la enorme descompensación entre el norte y el sur.

Hoy Rajoy va a comparecer ante los medios. De nuevo se disparan las expectativas. Podría ser su última oportunidad para armar un discurso político, transmitir una brizna de confianza y hacer que los españoles oteemos un horizonte de certidumbres. Ayer, tanto él como Monti, aparecieron perplejos y elusivos, abocados a un rescate reclamado por el gran ventrílocuo de Alemania que es Draghi. Rajoy debe decir qué va a hacer y cómo y cuándo lo hará. Ya no es tiempo de circunloquios, ni de patadas a seguir, ni momento para posponer decisiones. La cuestión que se plantea no es otra que ésta: ¿Va a pedir el Gobierno el rescate? En otras palabras -menos directas pero de igual significado- ¿va a solicitar el Ejecutivo español que el fondo de rescate compre deuda española sometiéndose a la condicionalidad que se nos imponga o hemos de seguir con la sangría del servicio a la deuda soberana a golpe de interés usurario?, ¿tiene el Gobierno una alternativa diferente, intermedia que no trabe al Estado y le maniate por la UE? Cualquier otra digresión sobre este argumento central es, a estas alturas, un flatus vocis. Se necesitan ya respuestas concluyentes.

Desconcertados, sorprendidos y eufemísticos, Monti y Rajoy comparecieron ayer en la Moncloa hora y media después de que Mario Draghi hiciese que el mercado bursátil se desfondase (-5,16%) y la prima de riesgo se disparase (594 puntos básicos). Cuando ambos mandatarios suponían que el BCE apostaría por un programa de compras en el mercado secundario de deuda soberana de ambos países y, además, dotaría de ficha bancaria tanto al fondo temporal de rescate como al MEDE que entrará en vigor el mes que viene, Draghi envió un mensaje que, entre líneas, resultaba demoledoramente claro: si quieren que los dos fondos sucesivos de rescate europeo adquieran deuda de ambos Estados, sus gobiernos han de solicitarlo y someterse, de inmediato, a una fuerte condicionalidad. O sea, deben pedir ser rescatados. De lo contrario, ni el BCE -disciplinado por el Bundesbank- ni cualquier otra instancia, van a relajar la tensión sobre la financiación de Italia y España. Y como muestra un botón: ayer la subasta de deuda española registró una buena demanda pero se colocó a tipos de interés no conocidos desde 1996. Concretamente, el bono español a diez años superó el 6,7% de interés. Insoportable.

Mariano Rajoy