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Rajoy necesita ahora un Gobierno político para la crisis de Estado
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy necesita ahora un Gobierno político para la crisis de Estado

La mayoría absoluta del PP en Galicia -la octava en las diez legislaturas autonómicas- es un éxito logrado por los méritos indudables de Núñez Feijóo y

La mayoría absoluta del PP en Galicia -la octava en las diez legislaturas autonómicas- es un éxito logrado por los méritos indudables de Núñez Feijóo y los, también, indudables deméritos de la oposición de socialistas y nacionalistas. Los conservadores demuestran que disponen de capacidad de gestión, que son capaces de representar una expresión de españolidad no mesetaria ni céntrica y que pueden, sin contradicción alguna, absorber uno de los hechos diferenciales que la Constitución de 1978 nominalizó como nacionalidad histórica. Los beneficios de esta victoria gallega del PP son evidentes para el Gobierno y para Mariano Rajoy. No solo les redime del resbalón andaluz de marzo, sino que también avala de forma indirecta o derivada su acción de gobierno en unas circunstancias muy difíciles. Y, al tiempo, introduce al PSOE en un itinerario de decadencia y de caducidad política. Para el PP y el Gobierno, todas las lecturas de la victoria gallega son extraordinariamente positivas.

Pero los vapores del éxito gallego, no pueden obviar los efluvios del fracaso en el País Vasco. Allí pincharon ayer sin paliativos tanto el PSE-PSOE como el PP que se dejaron en las urnas una buena parte de la representación que tenían en la anterior legislatura en beneficio de dos bloques nacionalistas (PNV y EH-Bildu) que hegemonizan Euskadi de un modo tan rotundo como inédito. Que el partido del Gobierno sea el cuarto en representación parlamentaria y que el PSE-PSOE se haya dejado un tercio de su grupo de diputados después de gobernar la comunidad durante casi cuatro años, exige un reflexionado pero rápido movimiento político porque la correlación de fuerzas que arroja el País Vasco tiene que conectarse con la que se reflejará el 26 de noviembre próximo en la Cámara legislativa autonómica catalana. Los conservadores demuestran que disponen de capacidad de gestión, que son capaces de representar una expresión de españolidad no mesetaria ni céntrica y que pueden, sin contradicción alguna, absorber uno de los hechos diferenciales que la Constitución de 1978 nominalizó como nacionalidad histórica

Los resultados electorales de Euskadi –además de provocar un vuelco en el PP vasco con la posibilidad de que Antonio Basagoti decline su actual responsabilidad- y los previsibles en Cataluña el 25-N, requieren que Mariano Rajoy reformule su planteamiento gubernamental de diciembre de 2011. Necesita un gabinete político y no sólo un gobierno de técnicos que tienden a confundir la gestión de los asuntos públicos con la contabilidad. Porque lo que ahora tenemos planteado no es sólo una Gran Recesión, sino, además, una crisis del modelo de Estado que hay que asumir sin eufemismos. Es obvio que hace falta un vicepresidente con habilidades para la interlocución con el Gobierno vasco y con el catalán que surja de las urnas el mes que viene; es obvio que el Ministerio de Administraciones Públicas no puede seguir adosado al de Hacienda, y es más que obvio que el Ejecutivo debe elaborar urgentemente un buen discurso -un discurso de liderazgo- ante la extrema fragilidad del modelo territorial de España.

Mariano Rajoy está en condiciones de hacerlo porque la victoria en Galicia le permite suponer que su crédito y el de su partido no están agotados. Por esa razón, el presidente debe adecuar el gabinete a unas circunstancias sobrevenidas y extraordinariamente delicadas: aplastantes mayorías nacionalistas en el País Vasco y, previsiblemente, en Cataluña. Lo que está en juego es la partida catalana –el anuncio de que se iniciará allí un proceso de secesión- y el órdago nacionalista vasco que, aunque no se concrete de inmediato en una movilización independentista, pretenderá redactar el fin de ETA y encauzar su muy improbable  desaparición, desde la épica de los luchadores por la libertad de Euskadi y el olvido de las víctimas. 

Un gobierno para esta crisis ha de ser un equipo de ministros políticos y experimentados –sean o no sus amigos, presidente-, con las ideas muy claras y dispuestos a jugar las bazas morales de la legalidad y la ética democrática y que hablen de sociedad, de valores, de cohesión y de aspiraciones conjuntas y no sólo de reformas financieras, laborales o fiscales. Si en Galicia el PP hace política y la ha hecho con acierto, puede hacerla también en el conjunto de España  escrutando fijamente el cuadro parlamentario de Euskadi –tremendo para la cohesión nacional y la redacción del epílogo terrorista- y el que se producirá en Cataluña en apenas un mes. La gestión de la crisis económica y de la del Estado es indisociable. El Gobierno debe responder al doble reto con un peso político y una narrativa de su proyecto que ahora no tiene, pero que puede tener, más aún cuando el desplome del PSOE es una consecuencia diferida de su vaciamiento ideológico y de su inveterado tacitismo político del que no se ha recuperado. 

La mayoría absoluta del PP en Galicia -la octava en las diez legislaturas autonómicas- es un éxito logrado por los méritos indudables de Núñez Feijóo y los, también, indudables deméritos de la oposición de socialistas y nacionalistas. Los conservadores demuestran que disponen de capacidad de gestión, que son capaces de representar una expresión de españolidad no mesetaria ni céntrica y que pueden, sin contradicción alguna, absorber uno de los hechos diferenciales que la Constitución de 1978 nominalizó como nacionalidad histórica. Los beneficios de esta victoria gallega del PP son evidentes para el Gobierno y para Mariano Rajoy. No solo les redime del resbalón andaluz de marzo, sino que también avala de forma indirecta o derivada su acción de gobierno en unas circunstancias muy difíciles. Y, al tiempo, introduce al PSOE en un itinerario de decadencia y de caducidad política. Para el PP y el Gobierno, todas las lecturas de la victoria gallega son extraordinariamente positivas.

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