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Rajoy como Felipe II: “Yo y el tiempo contra todos”
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy como Felipe II: “Yo y el tiempo contra todos”

  En el memorable discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias de las Letras (1987), nuestro desaparecido Nobel, Camilo José Cela, se dirigió al príncipe

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En el memorable discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias de las Letras (1987), nuestro desaparecido Nobel, Camilo José Cela, se dirigió al príncipe Felipe en estos términos: “En España -y os lo digo, Alteza, porque sois joven y español-, el que resiste gana (…) El que espera tiene a su lado un buen compañero en el tiempo, nos dejó dicho Saavedra Fajardo en sus Empresas políticas y en sus glosas a unas palabras que pronunciaba con elegante y noble regodeo vuestro trasabuelo Felipe II: Yo y el tiempo contra todos”.

Aliarse con el tiempo, manejar los tiempos, dejar que el tiempo haga su labor… se han convertido ahora en una especie de remoquetes de autoayuda a los que el presidente del Gobierno presta auténtica idolatría. Su afirmación, según la cual  “a veces lo mejor es no tomar ninguna decisión y eso también es una decisión”, refiere una personalidad que aplica el guión político-personal que le da un buen resultado: esperar y hacerlo inexpresivamente, cual esfinge. Es históricamente comprobable que cuando Felipe II -quizás el mejor de los reyes que haya tenido España- dejó de tomar decisiones, después de haber adoptado algunas históricas, decayó su reinado.

Podría sucederle lo mismo a Rajoy -en realidad ya le está ocurriendo- porque no es cierto siempre y en todo caso que “el que resiste gana”. La resistencia se transforma con frecuencia en aguante, y éste en tozudez. Y ahí está ya casi el presidente del Gobierno que, con impavidez, mide todos los acontecimientos por el mismo rasero. Pero empieza a pillarle el toro porque han comenzado las rectificaciones-contradicciones abruptas e intempestivas.

El hecho de que Rajoy siga el guión de su trayectoria sea cual fuere el acontecimiento que se cruza en su camino (callar, esperar, resistir y, si hay que rectificar, apelar a la sabiduría de hacerlo), no va a resolver ni una sola de las espeluznantes cuestiones que España tiene planteadas

De no poder despedir a Jesús Sepúlveda a ponerlo en la calle en una semana; de no aceptar una Iniciativa Legislativa Popular sobre el régimen hipotecario a hacerlo apenas trascurridas dos horas de la inicial negativa; de pretender aplicar unas tasas judiciales determinadas a rebajarlas por la simple mediación de una recomendación en un informe de la Defensora del Pueblo; de no aceptar que los partidos políticos se sometiesen a la Ley de Transparencia a asumirlo en el plazo de un par de meses; de negar cualquier relación con Luis Bárcenas a reconocer que se le ha abonado hasta diciembre un dudoso finiquito prorrateado con cotización a la Seguridad Social.

Para Ana Mato, ministra de Sanidad, la persistencia en el error de mantenerse al frente de su Departamento -corolario de la resistencia supuestamente ganadora-, está resultando agobiante, especialmente por la explicación del propio Rajoy para no cesarla: dice el presidente que debe ser “justo”, como si las carteras en el Ejecutivo se debieran asignar por justicia y no por idoneidad de la que, en términos políticos, carece la responsable de Sanidad. En línea con esa justicia, mantiene a Jorge Fernández Díaz en Interior pese la quiebra de la seguridad jurídica en el ejercicio de los derechos constitucionales (informes anónimos y escuchas indiscriminadas por empresas de investigación fuera de control) y a Cristóbal Montoro, a pesar de su ofensiva amnistía fiscal.

Tampoco es apodíctica la creencia de que rectificar es de sabios. El aforismo forma parte de una expresión más amplia del poeta británico Alexander Pope, según la cual “errar es humano, perdonar es divino y rectificar es de sabios”. La rectificación sólo demuestra sabiduría cuando  no es forzada por las circunstancias, sino intelectualmente libre. Según espetó Rajoy al editor de The Economist el martes en Madrid, “probablemente no he cumplido mis promesas electorales, ciertamente no las he cumplido, pero tengo la sensación de haber cumplido con mi deber”. Afirmación inservible. Porque lo exigible es que la rectificación parta del reconocimiento de un error de planteamiento inicial localizable antes de acceder al Gobierno, ejerciendo una mala oposición en tanto que desconocía él y sus equipos la real situación en la que España se encontraba.

Las resistencias supuestamente victoriosas y las rectificaciones supuestamente sabias, ya se sabe adónde llevaron a otros. Por ejemplo a Rodríguez Zapatero. A finales de 2007 y hasta mediados de 2008 negó la crisis con los mismos eufemismos que ahora emplea Rajoy para denominar el debate sobre los casos de corrupción en su partido (“enredos”, “juegos”). Zapatero ordenó que se hablase de desaceleración, enfriamiento y desaceleración y tuvo que abortar la legislatura pasada con un giro copernicano hablando de “gran recesión”. El hecho de que el anterior presiente se presentase como la “sonrisa de Julia Roberts”, según los creativos de su primera campaña electoral, no le resolvió ni uno sólo de sus problemas ni de los de España.

Y el hecho de que Rajoy siga el guión de su trayectoria sea cual fuere el acontecimiento que se cruza en su camino (callar, esperar, resistir y, si hay que rectificar, apelar a la sabiduría de hacerlo), tampoco va a resolver ni una sola de las espeluznantes cuestiones que España tiene planteadas. Los socialistas -retomando la campaña de Aznar de 1994 ya han comenzado con cierta eficacia a entonar el “Rajoy, váyase”- no están en mejores condiciones de aceptación social que los populares pero, a diferencia de estos, la izquierda es capaz de sacarse de la chistera a una Ada Colau o una Beatriz Talegón.

Felipe II (“Yo y el tiempo contra todos”) acabó por echar la culpa de la derrota de la Armada Invencible a “los elementos” en vez de reconocer la inepcia de Alfonso Pérez de Guzmán y Sotomayor, Duque de Medina Sidonia y la inadecuación de nuestros pesados galeones frente a la maniobrabilidad de los ingleses en las escarpadas costas de su isla. Hay acuerdo general en que España perdió en esa incursión contra Isabel I su condición de primera potencia naval.

Salvando todas las distancias –y aunque la historia cuando se repite lo hace como farsa- en el quietismo del resistente y en la apelación a la rectificación sabia cuando conviene, hay una voluntad larvada de despotismo. Comprensible en Felipe II, pero inaceptable en nuestro presidente del Gobierno que se enfrenta con demasiados lastres los próximos miércoles y jueves en un ardiente debate sobre el estado (mal estado) de la Nación. Que convertirá el Congreso de los Diputados en una jaula de grillos.

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En el memorable discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias de las Letras (1987), nuestro desaparecido Nobel, Camilo José Cela, se dirigió al príncipe Felipe en estos términos: “En España -y os lo digo, Alteza, porque sois joven y español-, el que resiste gana (…) El que espera tiene a su lado un buen compañero en el tiempo, nos dejó dicho Saavedra Fajardo en sus Empresas políticas y en sus glosas a unas palabras que pronunciaba con elegante y noble regodeo vuestro trasabuelo Felipe II: Yo y el tiempo contra todos”.

Mariano Rajoy