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Los elefantes en la habitación
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José Antonio Zarzalejos

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Los elefantes en la habitación

 El libro más célebre de las últimas décadas sobre el lenguaje y debate político ha sido, sin duda, el de George Lakoff (No pienses en un

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El libro más célebre de las últimas décadas sobre el lenguaje y debate político ha sido, sin duda, el de George Lakoff (No pienses en un elefante) en el que este comunicólogo trataba  de convencer a los demócratas norteamericanos de que debían desprenderse del marco  intelectual convencional porque si pensaban en un elefante -mascota de los republicanos- indefectiblemente lo vincularían al partido opuesto y su discurso quedaría mediatizado por ese hándicap. Lakoff denominó a ese mecanismo “inconsciente cognitivo”, al que no podemos acceder pero que condiciona nuestro razonamiento y, por lo tanto, nuestra valoración y juicio de los hechos. Y añadió: “Cuando se activa la palabra se activa en el cerebro su marco”. De tal modo que se “requiere un nuevo lenguaje”. Por la misma razón, los republicanos de Estados Unidos no deberían pensar en un asno -mascota visual del partido demócrata- porque activarían un marco de referencia condicionante. Pues bien: en España debemos pensar en los elefantes, al revés de lo que aconsejaba nuestro autor, porque nunca lo hacemos y así nos va.

La teoría de Lakoff está relacionada, por casualidad, con la expresión de lengua inglesa que establece lo que en español es un idiotismo metafórico y que se formula así: The elephant in the room (el elefante en la habitación). Cuando los ciudadanos de lengua inglesa utilizan esa metáfora –es decir, usan una palabra o frase que establece un símil- se refieren a una verdad o un problema que son evidentes, que están ahí, pero que individual o colectivamente, se ignoran. Fue Francisco González el pasado 24 de mayo el que le dijo al juez Andreu en la Audiencia Nacional que “Bankia era un elefante en una habitación”. El presidente del BBVA -no es seguro que se estuviese refiriendo tanto a Bankia como a Rodrigo Rato- trataba de explicar que la entidad era un problema que sistemáticamente se había ignorado desde hacía años y todos los estamentos -el de las Cajas, el de la supervisión, el político- cantaban bajo la lluvia mientras Bankia se venía abajo.

Todos sabíamos que era un soberano escándalo que Bárcenas deambulase por España con unas medidas cautelares mínimas.La clase política, el PP, hasta la Fiscalía, simulaban no verleGonzález, sin embargo, no sólo mostró su dominio metafórico, sino que desató un marco de referencia sobre lo que estaba pasando en España: tenemos el país lleno de elefantes enormes, paquidermos añosos, de colmillos largos y retorcidos, que parecen, sin embargo, invisibles. Los lectores con alguna edad se acordarán del ‘elefante blanco’ que el 23 de febrero de 1981 iba a alzarse con el poder tras el luego frustrado golpe de Estado. ¿Quién puede olvidar que cuando se piensa en la crisis de la Corona y en la persona del Rey y su trayectoria última hay una representación mental de Don Juan Carlos cazando elefantes en Botsuana? Sospecho que nadie, ni aquí ni fuera de aquí. Pero como el expresidente Suárez ignoró –de modo involuntario— el llamado ruido de sables (el elefante blanco) le ocurrió lo que le ocurrió. Y como los sucesivos gobiernos han dejado de su mano la regulación de la Corona, sobrevino la caza de elefantes en el sur de África por el jefe del Estado que, además de dar con sus huesos en un quirófano, provocó una crisis de considerables dimensiones.

Luis Bárcenas –popularmente conocido como Luis el cabrón- era un elefante en la habitación.  Todos teníamos la certeza moral de su catadura delincuente; todos habíamos leído cómo Francisco Correa decía haberle entregado mil millones y saber cómo los sacaba de España; todos estábamos al cabo de la calle de que su fortuna -47 millones de euros- era de origen y desarrollo fraudulentos y todos sabíamos que era un soberano escándalo que deambulase por Madrid y por España entera con unas medidas cautelares mínimas. Era, precisamente, el elefante en la habitación pero en su versión inglesa: la clase política, el PP, hasta la Fiscalía, simulaban no verle; el presidente del Gobierno no le mencionaba como conjurándole para que desapareciese; y sus sueldos “en diferido” y “como simulación” percibidos en la sede popular de Génova hasta enero de este año, eran ecos más que voces, poco inteligibles.

Ha tenido que ser una estafa procesal en grado de tentativa y una falsedad en documento mercantil con la aparición de un monto patrimonial exorbitante el que ha reparado determinadas cegueras. El juez Ruz sí vio al elefante en la habitación y lo ha trasladado a la cárcel de manera incondicional. Cuando esto escribo, el paquidermo, sin embargo, no existe para el presidente del Ejecutivo, aunque Bárcenas fuese miembro de su ejecutiva en el Congreso de 2008.

Ha tenido que ser una estafa procesal en grado de tentativa y una falsedad en documento mercantil con la aparición de un monto patrimonial exorbitante el que ha reparado determinadas ceguerasDescubierto el elefante –Bárcenas- en la habitación, ¿por qué no vamos visualizando con rapidez a otros? Cataluña y su pretensión secesionista es un elefante en la habitación; lo es también el modelo de Estado en general; lo son los impuestos confiscatorios y la ineficacia de la Administración; lo es el desempleo; lo es la corrupción; acaso pueda llegar a serlo la Agencia Tributaria que comete fallos escalofriantes; determinados ministros dinamiteros; una oposición que no remonta y un Partido Comunista -sí, lo que está leyendo- que avanza por el sur de España grapado al PSOE en Andalucía.

Ayer todos los periódicos de información general de Madrid y Barcelona abrían sus ediciones con Bárcenas y su encarcelamiento y con comentario editorial. Todos, menos uno que, significativamente, optaba por realzar el opio del pueblo (el futbol). Una decisión editorial que responde, sin duda, a ese “inconsciente cognitivo” que trata de eludir en reparar que sí, que en la habitación española hay muchos elefantes. Suicida. Mucho más cuando ese periódico -siempre grande, antes y ahora- es la referencia de una derecha española a la que la mayoría de los ciudadanos ha encomendado su gobierno. Es de esperar que la falta de percepción visual del diario no sea la misma que afecte al Gobierno y su partido y que ambos, efectivamente, hayan reparado en que una manada de elefantes recorre este bendito país.

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El libro más célebre de las últimas décadas sobre el lenguaje y debate político ha sido, sin duda, el de George Lakoff (No pienses en un elefante) en el que este comunicólogo trataba  de convencer a los demócratas norteamericanos de que debían desprenderse del marco  intelectual convencional porque si pensaban en un elefante -mascota de los republicanos- indefectiblemente lo vincularían al partido opuesto y su discurso quedaría mediatizado por ese hándicap. Lakoff denominó a ese mecanismo “inconsciente cognitivo”, al que no podemos acceder pero que condiciona nuestro razonamiento y, por lo tanto, nuestra valoración y juicio de los hechos. Y añadió: “Cuando se activa la palabra se activa en el cerebro su marco”. De tal modo que se “requiere un nuevo lenguaje”. Por la misma razón, los republicanos de Estados Unidos no deberían pensar en un asno -mascota visual del partido demócrata- porque activarían un marco de referencia condicionante. Pues bien: en España debemos pensar en los elefantes, al revés de lo que aconsejaba nuestro autor, porque nunca lo hacemos y así nos va.