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Rajoy y el árbol del ahorcado
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy y el árbol del ahorcado

Efectivamente, Mariano Rajoy, como me permití sugerir el pasado día 24 (“Repartir estopa y poner en su sitio a Ramírez”), compuso ayer en el pleno del

Efectivamente, Mariano Rajoy, como me permití sugerir el pasado día 24 (“Repartir estopa y poner en su sitio a Ramírez), compuso ayer en el pleno del Congreso un discurso efectista, y sobre todo, una actitud -arrojada, valiente, correosa- que obtiene dos réditos inmediatos. De una parte, dejar en muy mal lugar a un dubitativo Pérez Rubalcaba que debió plantear una moción de censura en toda regla y que salió averiado de un formato con todas las ventajas para el jefe del Gobierno y ninguna para él. De otra, insuflar en el electorado del PP la impresión de que su candidato investido dispone de determinación para seguir al frente del Gobierno hasta el final de la legislatura. Seguramente, ayer se produjo entre Rajoy y el PP y sus votantes un cierto reencuentro prevacacional. A mayor abundamiento, utilizando las propias palabras del secretario general del PSOE pronunciadas en otra ocasión, el presidente abofeteó a Ramírez acusando a su diario de manipulación. Nadie lo había hecho antes y Rajoy quiso hacer un cierto alarde de testosterona política. Lo consiguió.

¿Cuál es el capital que invirtió Rajoy para obtener estos réditos? Declarar que “me equivoqué y lo lamento” en referencia a Bárcenas, que “me engañó” en nueva alusión expresa al extesorero del PP y que “no le encubrí”, subrayando ahora una distancia con el preso que era cercanía hace bien poco tiempo. Esta declaración personalísima la requería la organización popular porque el futuro se presenta borrascoso y es muy posible que los avatares del caso Bárcenas -mediáticos y judiciales- requieran de un ahorcado en el árbol de su error in eligendo e in vigilando. Aunque Rajoy subrayó que Bárcenas engañó hasta a tres presidentes del PP -Fraga, Aznar y a él mismo-, no le quedó otra que abrazarse a su equivocación y a la desairada figura del líder engañado y sorprendido en su buena fe, para echarse a la espalda a Bárcenas y las consecuencias que tenga Bárcenas y sus manejos -sólo y/o en compañía de otros- que antes o después se conocerán hasta con detalle.

Es posible que Rajoy no tuviera más opción que recibir a porta gayola a una oposición crecida y tuviera la obligación imperiosa de no defraudar a su parroquia y, en consecuencia, señalar el árbol del que será ahorcado si las cosas de Bárcenas circulan por donde todos sospechamos que pueden transitar

Para lograr los efectos positivos de su discurso, Rajoy arriesgó todo lo que podía arriesgar y terminó su intervención del modo en que Thomas Carlyle aconsejaba no hacerlo: “Es peligroso comenzar con negaciones y fatal terminar por ellas”. La negación como fundamento de un discurso político, y eso lo saben bien los comunicólogos que asesoran a los personajes públicos en sus intervenciones, es un recurso de doble filo. Corta la respiración a quien la está escuchando porque la repetición de negaciones abduce (“no dimitiré”, “no soy culpable”, “no convocaré elecciones”), pero corta también la retirada dialéctica que, en cambio, sí permiten las expresiones menos contundentes. Es posible que Rajoy no tuviera más opción que recibir a porta gayola a una oposición crecida y tuviera la obligación imperiosa de no defraudar a su parroquia -y, sobre todo, a su partido- y, en consecuencia, señalar el árbol del que será ahorcado si las cosas de Bárcenas circulan por donde todos sospechamos que pueden transitar.

Palabras gruesas -la réplica de Rajoy y la de Pérez Rubalcaba tuvieron el efecto de una desbrozadota-, ruptura en toda regla de relaciones entre el Gobierno y la oposición, y poco más. Entre la confesión de un error por Rajoy y la afirmación de una mentira por Pérez Rubalcaba, el caso Bárcenas queda estancado como charca de aguas putrefactas que con el calor del estío tenderá a expeler efluvios más bien nauseabundos. Por eso, dudo de que ganase alguien la partida más allá del 13 y 14 próximos, fechas en las que se reactivará el caso con De Cospedal y Arenas ante el juez como testigos. Si Ramírez, antes, no le da por rememorar a su manera el 4 de agosto de 1789 cuando la Asamblea revolucionaria francesa renunció a los privilegios estamentales y al feudalismo. Con lo que le gustan a él esos relatos en su intento de que le lleven en silla gestatoria a la Real Academia de la Historia.

placeholder El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante su comparecencia ante el pleno del Congreso. (EFE)

Efectivamente, Mariano Rajoy, como me permití sugerir el pasado día 24 (“Repartir estopa y poner en su sitio a Ramírez), compuso ayer en el pleno del Congreso un discurso efectista, y sobre todo, una actitud -arrojada, valiente, correosa- que obtiene dos réditos inmediatos. De una parte, dejar en muy mal lugar a un dubitativo Pérez Rubalcaba que debió plantear una moción de censura en toda regla y que salió averiado de un formato con todas las ventajas para el jefe del Gobierno y ninguna para él. De otra, insuflar en el electorado del PP la impresión de que su candidato investido dispone de determinación para seguir al frente del Gobierno hasta el final de la legislatura. Seguramente, ayer se produjo entre Rajoy y el PP y sus votantes un cierto reencuentro prevacacional. A mayor abundamiento, utilizando las propias palabras del secretario general del PSOE pronunciadas en otra ocasión, el presidente abofeteó a Ramírez acusando a su diario de manipulación. Nadie lo había hecho antes y Rajoy quiso hacer un cierto alarde de testosterona política. Lo consiguió.

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