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La izquierda impotente y el 'impeachment' de Rajoy
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José Antonio Zarzalejos

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La izquierda impotente y el 'impeachment' de Rajoy

El juicio político de la Cámaras Legislativas a los máximos responsables del Estado sólo existe articulado en los Estados Unidos. Se trata del llamado impeachment, al

El juicio político de las Cámaras Legislativas a los máximos responsables del Estado sólo existe articulado en los Estados Unidos. Se trata del llamado impeachment, al que estuvo a punto de ser sometido el expresidente Bill Clinton y que Richard Nixon evitó en 1974 renunciando a la presidencia. En ambos casos, la Cámara de Representantes planteó el enjuiciamiento de los presidentes por cargos varios, siendo el más grave el de perjurio o falsedad en sus declaraciones. El procedimiento no es penal, sino político: lo acuerda el Congreso y lo ejecuta el Senado. Y la condena es también política: la destitución y la inhabilitación subsiguiente. En España, como en la mayoría de las democracias de nuestro entorno, este procedimiento de depuración de responsabilidades políticas no existe. De ahí que la oposición esté intentando que se configure un inexistente procedimiento de reprobación del jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, para obligarle a dimitir ya que, a juicio del PSOE y otros grupos, mintió al Congreso de los Diputados en su comparecencia del primero de agosto sobre el denominado caso Bárcenas.

No hay ni una sola posibilidad de que se establezca una suerte de impeachment a la española. No sólo porque en la actualidad la mayoría absoluta bloquearía cualquier intento normativo en ese sentido, sino porque la Constitución ofrece a la oposición la moción de censura constructiva que, de prosperar, conlleva la destitución del presidente del Gobierno, la investidura de un nuevo candidato y formación de otro Ejecutivo. De momento, estas son las reglas del juego. ¿Habría otras mejores? Desde luego, pero para que prosperen hay que mostrar y demostrar la disposición a reformar muy a fondo la Constitución (la censura es demasiado dificultosa al configurarse como constructiva) y de hacerlo de manera muy exigente hacia la clase dirigente y sus responsabilidades políticas.

El problema de fondo, sin embargo, no es la ausencia de instrumentos de fiscalización. El problema es que la oposición carece de fe en sí misma, de autoestima, de capacidad crítica suficiente y de autoridad moral

El problema de fondo, sin embargo, no es la ausencia de instrumentos de fiscalización. El problema es que la oposición carece de fe en sí misma, de autoestima, de capacidad crítica suficiente y de autoridad moral. Porque cuando se dispone de potencia ética y política como elementos cualitativos, aunque falle la aritmética parlamentaria, se utiliza la censura constitucional pese a que el resultado sea negativo. Formalmente negativo. Las mociones de censura pueden no tumbar a un jefe del Gobierno, pero le pueden lesionar en términos políticos, mediáticos y ciudadanos. En España se han producido dos mociones de censura y dos de confianza. Sin consecuencias inmediatas, pero la de 1987 a Felipe González las tuvo mediatas, diferidas en el tiempo.

El PSOE y los demás grupos políticos se confundieron en julio empeñándose en una comparecencia, en vez de una moción de censura. Rajoy la aceptó conforme a un formato con todas las ventajas para él y ninguna para la los reclamantes de sus responsabilidades: menos tiempo de intervención, réplicas limitadas y ninguna resolución que se sometiese a votación. La insistencia en sacarse ahora de la manga un procedimiento de reprobación -no previsto ni en el Reglamento de la Cámara ni mucho menos en la Constitución- está dando la impresión de que los socialistas se limitan a un postureo. Quieren mantener encendida la petición de dimisión de Rajoy pero no se atreven a abordarla con todas las consecuencias, planteando una moción de censura en toda regla. Llegamos así a una de las razones del deterioro de la situación política en España: el Gobierno falla más que una escopeta de feria, pero la oposición no acierta a dar en el blanco ni por casualidad. El PSOE y Rubalcaba no dan de sí; son exactamente lo que se ve y su falta de arrojo, de creatividad y de cuajo político no sólo ofrece cierto confort al PP, sino que, además, permite a los conservadores permanecer con cierta comodidad por delante en las encuestas.

Los socialistas están en un registro de crisis distinto, pero no menos intenso, que el del Partido Popular. No por los casos de corrupción como el de los ERE, que también, sino porque demuestran una enorme falta de empuje, de energía y una ausencia preocupante de afección al riesgo político cuando tienen todo que ganar y ya casi nada que perder. Olvídense, pues, de un impeachment a la española y vayan directamente a la moción de censura. Así sabríamos qué solvencia atesora el PSOE y qué cohesión el PP.  Debate abierto y a cara de perro. Todo lo demás son flatus vocis.

El juicio político de las Cámaras Legislativas a los máximos responsables del Estado sólo existe articulado en los Estados Unidos. Se trata del llamado impeachment, al que estuvo a punto de ser sometido el expresidente Bill Clinton y que Richard Nixon evitó en 1974 renunciando a la presidencia. En ambos casos, la Cámara de Representantes planteó el enjuiciamiento de los presidentes por cargos varios, siendo el más grave el de perjurio o falsedad en sus declaraciones. El procedimiento no es penal, sino político: lo acuerda el Congreso y lo ejecuta el Senado. Y la condena es también política: la destitución y la inhabilitación subsiguiente. En España, como en la mayoría de las democracias de nuestro entorno, este procedimiento de depuración de responsabilidades políticas no existe. De ahí que la oposición esté intentando que se configure un inexistente procedimiento de reprobación del jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, para obligarle a dimitir ya que, a juicio del PSOE y otros grupos, mintió al Congreso de los Diputados en su comparecencia del primero de agosto sobre el denominado caso Bárcenas.

Mariano Rajoy Alfredo Pérez Rubalcaba