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Rajoy y el vivo retrato del desdén
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy y el vivo retrato del desdén

Rajoy es un hombre amable y por lo tanto es tributario de la muy conocida frase del escritor alemán Heinrich Böll según el cual “la amabilidad

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Rajoy es un hombre amable y por lo tanto es tributario de la muy conocida frase del escritor alemán Heinrich Böll según el cual “la amabilidad es la forma más segura del desdén”. Por si hubiera duda de la capacidad de menosprecio, rayana en el desaire -en eso consiste el desdén- de nuestro presidente del Gobierno, ayer quedó patente en una inusual y perfectamente inútil rueda de prensa sin límites temporales ni temáticos. A nada respondió con sagacidad, agudeza o soltura Mariano Rajoy ante unos compañeros de fatigas que no tuvieron su mejor día interrogador. Recurrió el presidente al desdén, tanto hacia los periodistas y la opinión pública, como hacia los problemas internos de su Gobierno y su partido. Para este registrador sin margen para la imaginación o la brillantez, la rueda de prensa de ayer fue un trámite que resolvió con esa fastidiosa indiferencia con que trata todos los problemas que no sean estrictamente materiales.

A nada respondió con sagacidad, agudeza o soltura Mariano Rajoy ante unos compañeros de fatigas que no tuvieron su mejor día interrogador. Recurrió el presidente al desdén, tanto hacia los periodistas y la opinión pública, como hacia los problemas internos de su Gobierno y su partido

Escaso favor se hizo e hizo a su partido este presidente desdeñoso. Dio la sensación -grave asunto éste- de que el mensaje del Rey le entró por un oído y le salió por el otro porque su intervención inicial y la supuesta contestación a las preguntas resultaron antitéticas a los planteamientos de Don Juan Carlos que, al menos, dio la cara en asuntos difíciles. Rajoy no defendió el anteproyecto de ley del aborto (incluso se distanció de él endosándoselo al Congreso cuando aún ha de pasar por el Consejo de Ministros), ni aclaró si sus diputados dispondrán o no de libertad de voto, tampoco aludió a la ley de Seguridad Ciudadana ni para apoyarla ni para matizarla; puso pies en polvosa sobre el registro judicial a la sede de su partido; explicó mal -incluso torticeramente- la suspensión del mecanismo de la subasta eléctrica; remitió las explicaciones sobre la reforma fiscal al ministro del ramo que ya se ha explayado en un periódico; de las elecciones europeas nos dio estadísticas de participación, pero ni palabra sobre el proceso de selección de candidaturas; no abordó nada conflictivo (los problemas entre Hacienda y la Comunidad de Madrid; la quiebra de Valencia) y se reiteró en su postura sobre Cataluña que ya por conocida ni siquiera persuade ni disuade.

Rajoy y su discurso desdeñoso es la viva representación de la ausencia de liderazgo político y de discurso ideológico. De ahí que sea un dirigente multiusos: puede comportarse como un populista ante un sector como el eléctrico y a la vez como un integrista con la ley de Seguridad Ciudadana, o como un hombre frágil de principios o convicciones ante el aborto. Y hasta se quita de en medio en la crisis catalana porque él ni puede hacer nada, ni quiere hacerlo, sea en la dirección que señaló el Rey o en la contraria. La crisis catalana hemos de resolverla los ciudadanos porque él, presidente del Gobierno, carece de competencias.

Rajoy se ve como un gestor al que le importa cumplir con los socios europeos y poder urdir su discurso electoral sobre cifras y datos, contando que enfrente -PSOE, IU y partidos pequeños- serán tan incapaces como él mismo para comerle el terreno. Más aún: en su posición ante Artur Mas cree que obtiene una gran ventaja

Rajoy se ve como un gestor al que le importa cumplir con los socios europeos y poder urdir su discurso electoral sobre cifras y datos, contando que enfrente -PSOE, IU y partidos más pequeños- serán tan incapaces como él mismo para comerle el terreno. Más aún: en su posición ante Artur Mas (curioso: las relaciones entre el Gobierno de España y la Generalitat son buenas, pese a que medie entre ellos un órdago secesionista) cree que obtiene una gran ventaja. Juega a resistir frente a los independentistas, sin reparar que dejar pudrir los problemas (véase Luis Bárcenas, Camps, Gurtel, Carlos Fabra…) puede acabar con el contendiente, pero provocarle a él y a su Gobierno una septicemia.

Lo peor que puede ocurrir a un líder (?) político es que nadie espere de él otra cosa que escapismos argumentales, fintas para eludir la entrada del contrario y requiebros para evitar la embestida. La renuncia a entrar por derecho a los problemas y dejar que estos abrasen a sus subordinados hasta el achicharramiento -y su partido está que arde- es el desdén en su máxima expresión. Llegados a este punto, la mitad de la legislatura, esperar de Rajoy y de sus colaboradores iniciativas distintas de las que ya han mostrado, discursos diferentes a los ya reiteradamente oídos, torpezas varias repetidas hasta la náusea, hoy de este ministro, mañana de aquel y pasado del otro, es una expectativa por completo estéril.

Asusta que en una crisis institucional de las dimensiones de la que padecemos, Rajoy sólo nos ofrezca un toma y daca tramposo como el de ayer en el salón de tapices de la Moncloa. Su permanencia -que tranquiliza a Merkel y a los nórdicos- se basa en una mayoría absoluta que no se repetirá, en una devaluación constante y sostenida de nuestra economía (también se ha congelado el salario mínimo interprofesional) que relanza nuestra exportaciones y el balance exterior, en una fiscalidad escandinava para un país sureño que, además, no se cambiará con el señuelo de la anunciada reforma fiscal y las medidas del Banco Central Europeo cuya sustancialidad proclaman todos los economistas solventes de este país. Rajoy vive políticamente de una añagaza, con mucha mentira y poca verdad: que en la nube macroeconómica las cosas están mejor. Mientras, la gente piensa como el Rey, que esta crisis no empezará a resolverse hasta que los desempleados no dejen de serlo.

El desdén es gélido y soberbio; menosprecia y desaíra. No busca la empatía sino la oportunidad de salir del paso; aplazar sin resolver; esperar sin cansarse; utilizar a otros para que el error quede en la otredad; callar porque el silencio es el amigo confuciano que nunca traiciona; olvidarse porque la amnesia es terapéutica y durar porque esa es la misión de un opositor con plaza en propiedad. El desdén resume todo lo que un político, éticamente hablando, no puede ni sentir, ni mucho menos mostrar. Como ayer hizo, con cierto impudor, el presidente del Gobierno.

Rajoy es un hombre amable y por lo tanto es tributario de la muy conocida frase del escritor alemán Heinrich Böll según el cual “la amabilidad es la forma más segura del desdén”. Por si hubiera duda de la capacidad de menosprecio, rayana en el desaire -en eso consiste el desdén- de nuestro presidente del Gobierno, ayer quedó patente en una inusual y perfectamente inútil rueda de prensa sin límites temporales ni temáticos. A nada respondió con sagacidad, agudeza o soltura Mariano Rajoy ante unos compañeros de fatigas que no tuvieron su mejor día interrogador. Recurrió el presidente al desdén, tanto hacia los periodistas y la opinión pública, como hacia los problemas internos de su Gobierno y su partido. Para este registrador sin margen para la imaginación o la brillantez, la rueda de prensa de ayer fue un trámite que resolvió con esa fastidiosa indiferencia con que trata todos los problemas que no sean estrictamente materiales.

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