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El pronunciamiento de Lavapiés y la extrema izquierda
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José Antonio Zarzalejos

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El pronunciamiento de Lavapiés y la extrema izquierda

En una escala de 0 a 10 –siendo el 0 la posición más izquierdista y el 10 la más derechista- un 3% de los ciudadanos consultados

Foto: Pablo Iglesias, después de la presentación de 'Podemos'. (Reuters)
Pablo Iglesias, después de la presentación de 'Podemos'. (Reuters)

En una escala de 0 a 10 -siendo el 0 la posición más izquierdista y el 10 la más derechista- un 3% de los ciudadanos consultados que se avinieron a contestar a la encuesta de Metroscopia (El País de 5 de febrero) se situaron en la extrema izquierda (1.028.901 personas) y un 1% (342.967) en la extrema derecha. La mayoría (el 36%, es decir, 12.346.814) se instalaron en el 5, o sea, en el centro del espectro ideológico. Sumando las posiciones 2, 3 y 4 (izquierda) representan el doble, en porcentaje y número, a las correspondientes al 6, 7 y 8 (derecha). No hay nada espectacularmente nuevo en estos datos demoscópicos porque ratifican que la mayoría del electorado es moderado pero se vence hacia el centro izquierda. Se constata que la extrema derecha -al menos la declarada- es residual y, aquí la novedad, la extrema izquierda alcanza un volumen ya considerable.

Aunque interesadamente se diga lo contrario, el peligro de acoso -e improbable derribo- del sistema democrático entendido al modo convencional, no procede de la extrema derecha, sino de un discurso radical e iconoclasta de la extrema izquierda. Que, además, ya dispone de portavoces-líderes que alcanzan gran audiencia en cada vez más anchas franjas sociales. Es aconsejable, al menos a efectos informativos, ver y escuchar el vídeo del debate sobre la democracia que protagonizaron en la Sala Mirador en el madrileño barrio de Lavapiés (5 de febrero pasado) Pablo Iglesias, politólogo y profesor en la materia, alma mater de la plataforma Podemos, y Alberto Garzón, diputado de IU, economista y autor del libro de inminente distribución La Tercera República.

En una sala abarrotada de gente, ambos líderes sociales rehabilitaron un añoso discurso izquierdista que parecía contemporáneo sólo por la indumentaria verbal con la que los dos, buenos dialécticos y con recursos intelectuales, la vistieron

En una sala abarrotada de gente -y con dos centenares de personas más que no pudieron entrar- ambos líderes sociales rehabilitaron un añoso discurso izquierdista que parecía contemporáneo sólo por la indumentaria verbal con la que los dos -buenos dialécticos y con recursos intelectuales- la vistieron. Su propuesta es, en esencia, la inutilidad del actual sistema democrático y la necesidad de un empoderamiento popular que lo arrase. El sistema -en este aspecto fue muy elocuente Garzón- ha permitido que el poder no sea ostentado por el Gobierno ni por los partidos e instituciones, sino por los mercados, a los que el diputado puso nombre y apellido (empresas y financieros).

El comunismo no sólo no ha muerto sino que, en la versión actualizada de Pablo Iglesias, sigue vigente apelando a un maniqueísmo de demócratas y anti demócratas que lo serían en función de criterios que se pueden localizar con facilidad en el Manifiesto Comunista. Ambos, con matices, deslegitimaron el régimen constitucional, lo tildaron de “dictadura”, propugnaron un “proceso constituyente” y reformularon -a través de la acción revocatoria- la naturaleza de la representatividad de los cargos electos en las instituciones parlamentarias. La actual conformación de la Unión Europea no salió malparada sino directamente hecha trizas.

Alberto Garzón, en una imagen de archivo. (Efe)

Mejor que un resumen de este pronunciamiento con anclaje en las tesis de la extrema izquierda más reconocible, es escuchar -con paciencia, son casi dos horas- el debate. Resultaría muy instructivo para los que creen que la izquierda actual -PSOE, e incluso, IU- sólo deben temer la hostilidad de la derecha cuando, en realidad, son las generaciones de entre 30 y 40 años, impactadas por la crisis y la insinceridad del sistema, las que pretenden derrocar abiertamente los liderazgos vigentes y trabar la unión de las izquierdas sobre propuestas radicales.

Resultaría también aleccionador para la derecha que cree que el manejo de lo público solo requiere gestión pero no necesariamente discurso político y espíritu reformista. Me permito suponer que, dadas las condiciones sociales que ha propiciado una crisis de la que no hemos salido aún, los pronunciamientos de Iglesias y de Garzón les parecerían razonables a jóvenes, no ya en Lavapiés, sino en el barrio de Salamanca.

Me permito suponer que, dadas las condiciones sociales que ha propiciado una crisis de la que no hemos salido aún, los pronunciamientos de Iglesias y de Garzón les parecerían razonables a jóvenes, no ya en Lavapiés, sino en el barrio de Salamanca

Lo que estos nuevos líderes optimizan para sus intereses y convicciones ideológicas son las principales secuelas de la crisis: la desigualdad y la proletarización de las clases medias. Eludo estadísticas, pero no un dato: hasta tres millones de españoles están en riesgo de pobreza severa y hasta más de un 10% de ciudadanos con empleo son pobres por la devaluación de los salarios, entre otras razones. Personalidades tan distintas como Antón Costas, catedrático de Economía Aplicada y presidente del Círculo de Economía de Barcelona, y el filósofo Zygmunt Bauman (su último ensayo: ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?) advierten de que el crecimiento económico subsiguiente a la recesión -lento y en porcentajes de PIB pequeños- va a propiciar una crisis social que se traducirá en una mayor conflictividad popular y laboral.

Costas considera con lógica que mientras la situación era tétrica para todos el nivel de tolerancia ante la adversidad resultaba alto y desmovilizador; pero advierte que cuando una parte de la población -reducida en todo caso- comienza a mejorar posiciones en tanto otra permanece plantada en la desolación, es muy posible que el malestar estalle como no lo ha hecho hasta ahora. Bauman por su parte, trata de argüir que el crecimiento económico sólo va a beneficiar a unos pocos y no permeará beneficios para la mayoría, de tal manera que el objetivo de crecer sería instrumental y lo esencial articular políticas de redistribución.

Creer que la política es sólo gestión de la economía y que el crecimiento del PIB es la mejor de las credenciales para revalidar el poder en las urnas es tanto como ir a completo destiempo de los acontecimientos y de las percepciones sociales. La dispersión de opciones electorales, muchas de las cuales recogerán muy fragmentado el descontento social, propiciaría que la extrema izquierda -mucho más que la extrema derecha, al menos en España- lograse valor de referencia política. Lo que será más probable si los medios de comunicación convencionales no tratan, informativa y editorialmente, pronunciamientos como los de Lavapiés protagonizados por Iglesias y Garzón, autores de un discurso que balanceará a los partidos de la izquierda establecida y que podría vertebrar argumentalmente la crisis social provocada por la creciente desigualdad que padece la sociedad española.

En una escala de 0 a 10 -siendo el 0 la posición más izquierdista y el 10 la más derechista- un 3% de los ciudadanos consultados que se avinieron a contestar a la encuesta de Metroscopia (El País de 5 de febrero) se situaron en la extrema izquierda (1.028.901 personas) y un 1% (342.967) en la extrema derecha. La mayoría (el 36%, es decir, 12.346.814) se instalaron en el 5, o sea, en el centro del espectro ideológico. Sumando las posiciones 2, 3 y 4 (izquierda) representan el doble, en porcentaje y número, a las correspondientes al 6, 7 y 8 (derecha). No hay nada espectacularmente nuevo en estos datos demoscópicos porque ratifican que la mayoría del electorado es moderado pero se vence hacia el centro izquierda. Se constata que la extrema derecha -al menos la declarada- es residual y, aquí la novedad, la extrema izquierda alcanza un volumen ya considerable.

Extrema derecha Alberto Garzón