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Por qué Sosa Wagner debería dejar el escaño
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José Antonio Zarzalejos

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Por qué Sosa Wagner debería dejar el escaño

Estoy tan de acuerdo con la tesis de fondo de Francisco Sosa Wagner, expuesta en el artículo que publicó en el diario El Mundo el pasado

Foto: El eurodiputado Francisco Sosa Wagner (EFE)
El eurodiputado Francisco Sosa Wagner (EFE)

Estoy tan de acuerdo con la tesis de fondo de Francisco Sosa Wagner, expuesta en el artículo que publicó en el diario El Mundo el pasado día 19 de agosto, que he de remitirme al que publiqué en este diario el 29 de mayo, cuatro días después de las elecciones europeas. Constataba en él que no por discreto el fracaso de UPyD en aquellos comicios podía dejar de calificarse de evidente. Me refería también al personalismo de Rosa Díez y a la lógica interna de que su partido y el de Albert Rivera buscasen fórmulas para comparecer juntos en los futuros procesos electorales.

Las expectativas generadas por UPyD se quedaron el 25-M en cuatro escaños (frente a seis de IU y cinco de Podemos) y poco más de un millón de votos. Algo sucede en UPyD cuando entre lo que se esperaba y lo que ocurrió se obtiene tanto trecho. Seguramente, lo que sucede, al menos en parte, es lo que Sosa Wagner denuncia.

Por otra parte, me ocurre con el catedrático de Derecho Administrativo como les sucede a otros periodistas que, como Santiago González, le conocieron o tuvieron noticia de él en la Facultad de Económicas de la Universidad del País Vasco, en Bilbao. Solvente, brillante y serio. De tal manera que, teniéndole en alta consideración y entendiendo que sus tesis críticas con su partido pueden ser atinadas, debería aplaudir su comportamiento como han hecho otros muchos analistas.

No lo hago. No lo hago en absoluto porque Sosa Wagner plantea de manera “inaceptable” (así la ha calificado Rosa Díez) un revisión ferozmente crítica de su organización sin formular autocrítica personal alguna ni haber residenciado previamente en los órganos de su partido su denuncia periodística.

Calificar en agosto de “varapalo” los resultados de UPyD en las europeas –tres meses después de celebradas–, propugnar lo que no propugnó en los órganos internos de su formación (el entendimiento con Ciudadanos) y aludir a prácticas autoritarias en UPyD sin haberlas concretado y combatido en el partido, derrumban la coherencia del catedrático y diputado y cuestionan las pautas de lealtad con que deberían conducirse los miembros dirigentes de una formación política. Sólo si Sosa Wagner hubiese expuesto sus críticas con anterioridad ante los órganos competentes de UPyD y hubiese sido por completo desatendido, podría entenderse como ultima ratio su artículo estival.

La altura intelectual del diputado de UPyD (magnífico su libro sobre El Estado fragmentado. Modelo austro-húngaro y brote de naciones en España) le exigía otro comportamiento para con la formación que le ha llevado a Bruselas. Aunque es de lamentar el sesgo crispado de las reacciones de algunos de sus compañeros –mi amiga Irene Lozano estuvo por debajo de su nivel y el domingo se disculpó públicamente (lo que la honra), y a mi también amigo Carlos Martínez-Gorriarán se le fue la mano al redactar algún mensaje en Twitter injustamente agresivo con analistas de ABC y de El Mundo–, no se ve el modo en que Sosa Wagner –pese a la ayuda inteligente que le ha prestado su compañero, el conciliador Fernando Maura– pueda continuar en el escaño tras vapulear la política de su partido y a su dirección.

En política no sólo hay que tener razón. Hay que saber cómo, cuándo y dónde se expone y qué impacto causará. Sosa Wagner no parece haber calculado que lo que escribió sin avisar ha quebrado la relación de confianza mínima que la cúpula de UPyD (y de cualquier partido) ha de mantener con su jefe de filas en el Parlamento Europeo. De tal manera que, quizás sin quererlo pero irremisiblemente, el diputado ha hecho un roto de gran consideración a su organización cuya reparación, sospecho, pasa por su renuncia al escaño.

El asiento parlamentario es suyo, al menos teóricamente (la lista europea también es cerrada), pero, como trataba de explicar Irene Lozano, Sosa Wagner ha podido ser un relevante académico por méritos propios, pero en absoluto un político importante sin el apoyo cerrado y constante de UPyD.

Los partidos son organizaciones jerárquicas, con estatutos, con decisiones vinculantes que deben ser cumplidas. La disidencia pública es entendible cuando el debate interno se hace imposible o resulta del todo inútil. Por eso Sosa Wagner debería marcharse y entregar el acta a UPyD. Y, desde fuera, si se da el caso de que siguiera interesándole la batalla política, mantener la tesis de la vinculación de Rosa Díez y Rivera (muy deseable, muy lógica) y de una menor personalización de UPyD en su fundadora y portavoz (tesis igualmente acertada). Volvemos, pues, al viejo binomio de la forma y del fondo. Tener razón en este pero descuidar o despreciar aquella asfixia la razonabilidad de los argumentos y los devalúa. Sosa Wagner debió tenerlo en cuenta.

Estoy tan de acuerdo con la tesis de fondo de Francisco Sosa Wagner, expuesta en el artículo que publicó en el diario El Mundo el pasado día 19 de agosto, que he de remitirme al que publiqué en este diario el 29 de mayo, cuatro días después de las elecciones europeas. Constataba en él que no por discreto el fracaso de UPyD en aquellos comicios podía dejar de calificarse de evidente. Me refería también al personalismo de Rosa Díez y a la lógica interna de que su partido y el de Albert Rivera buscasen fórmulas para comparecer juntos en los futuros procesos electorales.

UPyD Rosa Díez