Es noticia
Cambie el Gobierno y cambie usted, señor Rajoy
  1. España
  2. Notebook
José Antonio Zarzalejos

Notebook

Por

Cambie el Gobierno y cambie usted, señor Rajoy

¿Es Rajoy perseverante o es tozudo? El primero es el hombre constante; el segundo es  el que se mantiene en su actitud aunque se le ofrezcan

Foto: El Gobierno de Mariano Rajoy (Reuters)
El Gobierno de Mariano Rajoy (Reuters)

¿Es Rajoy perseverante o es tozudo? El primero es el hombre constante; el segundo es el que se mantiene en su actitud aunque se le ofrezcan buenas razones para que la cambie. Transcurridos ya casi tres años de legislatura, parece querer labrarse una cierta leyenda urbana en torno a sus presuntas –y reales, que tenerlas las tiene– cualidades. Entre estas estarían el manido manejo sabio de los tiempos y la perseverancia. Pero cuando el manejo del tiempo se resume en el aplazamiento sistemático de las decisiones y la perseverancia en un comportamiento impermeable a razones que lo contraríen, estamos ante una personalidad política problemática.

La encuesta de El País del domingo –desplome electoral del PP– debería sugerir a Rajoy alguna rectificación en sus idiosincráticas decisiones dilatorias y, sobre todo, en la política de cloroformización que provoca en su electorado, desmovilizado y aburrido, decepcionado y cabreado ("Rajoy se carga el PP" en El Confidencial del 29 de septiembre).

La política es el arte de lo posible y lo posible es siempre fluido y cambiante. Mariano Rajoy es un político estatuario, fiel guardián de status quo, creyente en que la continuidad, simplemente por serlo, es una práctica virtuosa. Rajoy nos detiene en el tiempo y así podría sucedernos lo que advertía Roosevelt sobre las grandes democracias: que deben progresar (avanzar) “o pronto dejarán de ser o grandes o democracias”. El presidente también presenta rasgos de incomunicación con su entorno e interlocutores y, en consecuencia, desoye el consejo de Churchill que definía la democracia como la “necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”.

No se es mejor presidente del Gobierno por terminar la legislatura con el mismo equipo de ministro que a su comienzo o por sostenella y no enmendalla. Rajoy cree que sí. Pero ¿por qué lo cree?, ¿por convicción razonada y razonable o por tozudo amor propio? La marcha de Arias Cañete a Bruselas fue un ajuste técnico y como tal se resolvió. Careció de relevancia política. Pero la dimisión de Ruiz-Gallardón reveló, muy por el contrario, que su Ejecutivo incubaba graves contradicciones.

No sólo sobre el anteproyecto de la ley del aborto, sino también sobre la recurrida ley de tasas y sobre –esto es mucho más importante– la actitud del ministro cesado respecto de causas penales que afectaban al PP. El exalcalde de Madrid, en último término, demostraría que el Gobierno no está cohesionado y que el largo tiempo de gestión sin avituallamiento con sustitutos en el trayecto, le ha menguado la creatividad y la credibilidad.

La ausencia de una vicepresidencia económica ha sido un error obstinado y ahora es notable porque Luis de Guindos tiene la cabeza más en la presidencia del Eurogrupo que en el Paseo de la Castellana, con riesgo de que no cumpla bien aquí y no llegue a sentarse en la poltrona que ahora ocupa el holandés Jeroen Dijsselbloem. Es clamorosa la inexistencia de un ministerio específico de Administraciones Públicas –ahora anexo como secretaría de Estado a Hacienda– con lo cual la cuestión catalana se cuelga del perchero de la todopoderosa vicepresidenta que acumula unas facultades, en calidad y cantidad, desproporcionadas, lo que le pone en riesgo –en el que cae, como se acaba de ver con TVE– de cometer graves errores.

Un país como España cuyo idioma hablan más de quinientos millones de personas no puede carecer tampoco de un ministerio de Cultura como ahora sucede, engullida ésta entre la Educación y los Deportes, ministerio fabricante de una ley que no se ha podido aplicar –la LOMCE– y un proyecto –de Propiedad Intelectual– que ha puesto en pie de guerra al sector. Y de otra que no se aprobará, aunque también estuviese prometida: la de Mecenazgo.

Es difícil entender, asimismo, cómo el turismo –la primera fuente de ingresos del país– se incluye en Industria. Su titular ni se lleva bien con sectores productivos varios (por ejemplo, el energético) ni se empeña en que la visita y estancia de extranjeros en España evite la abundancia del peor cutrerío observado este verano como nunca antes. Se desconocen las razones –más allá de la íntima amistad que mantiene con el presidente– por las que el ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación se pronuncia más sobre cualquier caso –especialmente sobre Cataluña, lo que es de una torpeza voluminosa– ajeno a su ministerio que sobre los temas de su competencia. De otros ministros, apenas se conoce su existencia como Sanidad o Defensa.

El responsable de Interior transmite bonhomía pero la inmigración por el Sur –con las concertinas de Ceuta y Melilla– y el etarra Bolinaga por el Norte tomando potes, le han achicharrado. Los medios, injustamente, no le han ‘comprado’ a Jorge Fernández Díaz el proyecto de un centro memorial a las víctimas de ETA, quizás porque llega tarde y la memoria de aquel espanto se ha vuelto borrosa entre Ocho apellidos vascos y El Negociador. La carcajada ‘liberadora’ y cinematográfica es la terapia que nos prescriben.

España está enfrentada a una crisis de Estado por la corrupción rampante, el desplome del bipartidismo, la emergencia de nuevas fuerzas políticas por la izquierda, la crisis abierta de Cataluña, la posibilidad de una tercera recesión. A la vez, persisten el desempleo y la economía sumergida. Frente a todo esto siguen las mismas caras, similares políticas, iguales fallos, parecidas omisiones y semejante ausencia de discurso político que cuando el Gobierno –este– dictó el Real Decreto Ley 20/2011 de 30 de diciembre de medidas urgentes en materia presupuestaria, financiera y tributaria con el que comenzó el incumplimiento de su programa electoral, y que cuando Sáenz de Santamaría, Montoro y Guindos, el 26 de abril de 2013, hundieron la legislatura en una referencia del Consejo de Ministros bastante más real y deprimente para la economía –la de los bolsillos domésticos– que los inseguros augurios bonancibles actuales.

El electorado del PP se ha quedado con las caras de los ministros. Señor presidente: no sea tozudo, cambie el Gobierno, entre otras cosas, y cámbiese un poco usted. No será práctica desaconsejable cuando todos los primeros ministros lo hacen con regularidad. Señor Rajoy: sus electores saben lo que han hecho sus ministros y lo que no hecho usted. O sea, recuerdan. Y ya sabe lo que alguien escribió: “El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse”. Mientras en la memoria colectiva sigan determinadas caras, determinadas gestiones y determinados discursos, la mitad del electorado popular seguirá sin activarse.

¿Es Rajoy perseverante o es tozudo? El primero es el hombre constante; el segundo es el que se mantiene en su actitud aunque se le ofrezcan buenas razones para que la cambie. Transcurridos ya casi tres años de legislatura, parece querer labrarse una cierta leyenda urbana en torno a sus presuntas –y reales, que tenerlas las tiene– cualidades. Entre estas estarían el manido manejo sabio de los tiempos y la perseverancia. Pero cuando el manejo del tiempo se resume en el aplazamiento sistemático de las decisiones y la perseverancia en un comportamiento impermeable a razones que lo contraríen, estamos ante una personalidad política problemática.

Mariano Rajoy Miguel Arias Cañete Alberto Ruiz-Gallardón Luis de Guindos