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El Rey reclama “regeneración” y cortar la corrupción “de raíz y sin contemplaciones”
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José Antonio Zarzalejos

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El Rey reclama “regeneración” y cortar la corrupción “de raíz y sin contemplaciones”

Sin circunloquio o eufemismo alguno, con una dialéctica directa y vigorosa, Felipe VI ha llamado en su primer mensaje navideño a “cortar de raíz la corrupción”

Sin circunloquio o eufemismo alguno, con una dialéctica directa y vigorosa, Felipe VI ha llamado en su primer mensaje navideño a “cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción” como “objetivo irrenunciable” para la “profunda regeneración” que precisa nuestra “vida colectiva”. Sin referencia a nadie en concreto –por supuesto, no a los protagonistas del caso Nóos–, el Rey ha sido taxativo: “Los ciudadanos –ha dicho– necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines legalmente previstos; que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública; que desempeñar un cargo público no sea un medio para aprovecharse o enriquecerse; que no se empañe nuestro prestigio y buena imagen en el mundo”.

El monarca se ha remitido a su discurso en Asturias el pasado mes de octubre, para insistir en la necesidad de “un gran impulso moral colectivo” abundando en la idea de que necesitamos “referencias morales a las que admirar, principios éticos que reconocer y valores cívicos que preservar”. Las palabras del monarca reprobando la corrupción han sido las más tajantes, directas y claras de cuantas ha pronunciado desde su proclamación en el mes de junio pasado, cumpliendo así las expectativas que, en este terreno, había suscitado su discurso, que es el más personal y autónomo del Gobierno de cuantos corresponden al Jefe del Estado.

Quizás por ello, el Rey se ha referido por derecho a “los índices de desempleo” que “son todavía inaceptables y frustran las expectativas de nuestros jóvenes y de muchos más hombres y mujeres que llevan tiempo en el paro” constatando que nuestra “economía no ha sido capaz, todavía, de resolver de manera definitiva este desequilibrio fundamental”. Felipe VI, que ha reconocido también la mejoría macroeconómica, se desmarca de cualquier complacencia hacia la actual situación económico-social y ha reclamado en términos imperativos que hay que amparar a los “más vulnerables” para lo que es necesario “seguir garantizando nuestro Estado de Bienestar, que ha sido durante estos años de crisis el soporte de nuestra cohesión social, junto a las familias y a las asociaciones y movimientos solidarios”. El Jefe del Estado, además de reconocer el papel del llamado tercer sector, pareció advertir sobre la amplitud de los recortes si éstos no garantizan las prestaciones que procuran la cohesión de la sociedad española.

El Rey ha situado las dos grandes preocupaciones nacionales –la corrupción y el desempleo– por delante de la gran cuestión política que representa el proceso soberanista en Cataluña. Felipe VI no ha apelado a los intereses comunes principalmente sino a los sentimientos, sosteniendo que “nadie en España hoy es adversario de nadie” y mostrando su preocupación por las “fracturas emocionales, desafectos o rechazos entre familias, amigos o ciudadanos” que pueden producirse con la cuestión catalana en una España que ha definido “como la suma de nuestras diferencias”. El Jefe del Estado –aunque también contundente este tema– se ha atenido escrupulosamente a su función constitucional apelando a la Carta Magna como “garantía de convivencia democrática, ordenada, en paz y libertad”.

Tras las menciones al conflicto en Cataluña, el discurso del Rey ha mermado en intensidad para cumplir con aspectos más convencionales: la mención a su padre, el Rey Juan Carlos; el agradecimiento por sentirse “querido y apreciado” y una mención intencional a “nuestra cultura” y al “proyecto europeo”.

La disertación recuperó el vuelo inicial al sintetizar los retos del país –regeneración, preservación del Estado de Bienestar y de nuestra unidad plural– y alcanzó su punto álgido al reivindicar como “clave de nuestro futuro” la recuperación “del orgullo de nuestra conciencia nacional, la de una España moderna, de profundas convicciones democráticas, diversa, abierta al mundo, potente y con empuje”. Al final de su discurso, Felipe VI no ha olvidado a la Reina, a la Princesa de Asturias y a la Infanta Sofía, en cuyo nombre ha felicitado estas fiestas a los españoles.

Con una realización sobria y fluida y una entonación acorde con la gravedad del contenido de su discurso –enfatizado por el Rey en sus episodios de más calado– Felipe VI ha abordado los temas esenciales en la preocupación ciudadana y lo ha hecho con un estilo renovado gracias a una semántica al servicio de la claridad y de la contundencia, cumpliendo, e incluso superando, las expectativas generadas y demostrando que administra con prudencia pero sin concesiones su autonomía como Jefe de Estado en la observación y valoración de los problemas nacionales.

De tal manera que, valorados sus varios discursos desde su proclamación en junio pasado, su primer mensaje de Navidad ha sido el más intencional y rotundo de todos los que ha pronunciado. El Rey ha estado a la altura de las nada fáciles circunstancias del país.

Sin circunloquio o eufemismo alguno, con una dialéctica directa y vigorosa, Felipe VI ha llamado en su primer mensaje navideño a “cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción” como “objetivo irrenunciable” para la “profunda regeneración” que precisa nuestra “vida colectiva”. Sin referencia a nadie en concreto –por supuesto, no a los protagonistas del caso Nóos–, el Rey ha sido taxativo: “Los ciudadanos –ha dicho– necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines legalmente previstos; que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública; que desempeñar un cargo público no sea un medio para aprovecharse o enriquecerse; que no se empañe nuestro prestigio y buena imagen en el mundo”.

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