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Por
Ruindades políticas
La última suma de indignidades en la política española basta para ilustrar el desprecio a la verdad de nuestros representantes, pero la ciudadanía ya ha tomado la medida a los 'bullshitters' de lo público
Los procesos de descomposición política cursan, normalmente, con un cortejo abundante de indignidades, o, más exactamente, de ruindades. El desafecto hacia la política no es una moda banal, ni una tendencia social generalizada y coyuntural, ni una consigna de tal o cual medio de comunicación. Es un estado de opinión del que son responsables los actores de la vida pública que cuando se ven atenazados por el temor exponen y expresan lo peor de sí mismos y los recursos más viles de la política. Todos estos políticos mediocres olvidan una de las reflexiones más célebres del escultor Eduardo Chillida, quien en su momento escribió: “Un hombre tiene que tener siempre el nivel de dignidad por encima del nivel del miedo”.
El miedo político, en plena fase de citas electorales, consiste en tener que dejar el poder. En este trance es en donde se contrasta la altura cívica de las personalidades públicas. Nunca llegará a nada un político como el delegado del Gobierno en Andalucía que, desmintiendo las campanudas declaraciones españolistas de su partido -el Partido Popular- ha mitineado que “no quiero que a Andalucía se la mande desde Cataluña, ni que su futuro lo decida un político que se llame Albert”. De un latigazo verbal, Antonio Sanz -un hombre temeroso de la fuerza electoral de Ciudadanos- perpetra una tropelía y extranjeriza a los catalanes. Sanz no sólo demuestra su falta de inteligencia política, sino que nos muestra la peor faz de la competición electoral porque sus palabras desmienten su proclamado ideario sobre la unidad de España y la igualdad de todos los españoles, importándole mucho más el exabrupto demagógico y visceral que los valores ciudadanos que sus palabras destrozan.
Morenés prefiere la ruindad de no mostrar la más mínima empatía con la acosada que ganarse alguna que otra enemistad de uniformados
Cuando esto escribo, nadie ha corregido el desvarío del delegado del Gobierno en Andalucía, aunque el ministro de Defensa, Pedro Morenés, ha tenido algún reflejo mayor en el caso de la comandante Zaida Cantera. El titular de Defensa cubrió de epítetos e invectivas a la diputada de UPyD, Irene Lozano, pero no pudo negar que un mando militar fue condenado por acoso a la comandante Cantera y que él ha tardado una eternidad, y lo ha hecho fuera del Congreso, en mostrar una mínima solidaridad con la funcionaria delictivamente acosada. El miedo del ministro -superior en el Congreso a su dignidad- es el que se derivó de la endogamia. Como responsable de Defensa prefirió en la Cámara la ruindad de no mostrar la más mínima empatía con la mujer acosada que ganarse alguna que otra enemistad de este o aquel uniformado. Mucha más compasión suscita un ministro emocionalmente inerte que una comandante acosada porque, al fin y a la postre, la mayoría estará con ella y no entenderá jamás al titular del ministerio. Los Ejércitos no necesitan ministros que los defiendan de un modo tan ruin.
Es especialmente indigno que la fuga del terrorista Alberto Plazaola -escapó por horas de su domicilio- corra por el espacio público como balón por cancha de juego: a patadas del ministro del Interior, que niega toda responsabilidad, y a patadas de los tribunales que, en circuitos paralelos al público, atribuyen toda la culpa de la huida a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Lo cierto es que un criminal se ha escapado y la culpa de ello es de los unos y de los otros, lo es del Estado que debe servir a los intereses de la comunidad siendo el primero de ellos hacer que la ley se cumpla. El peloteo en la atribución de responsabilidades -miedo por encima de dignidad- constituye un espectáculo tan deplorable como la desaparición de este etarra que se suma a los años de injusta libertad de Bolinaga o a la vida regalada en la licorería venezolana de De Juana Chaos.
Es especialmente indigno que la fuga del terrorista Plazaola -escapó por horas de su domicilio- corra por el espacio público como balón por cancha de juego
Hay más indignidades y ruindades en la política española, siempre inspiradas por el miedo, como advertía Chillida. Que el secretario del PSOE se plante en Aragón para preguntarse enfáticamente “¿qué coño (sic) tiene que pasar para que Rajoy salga de la Moncloa y pise el barro?” es de un oportunismo indigno porque se supone que acude a la zona inundada para conocer lo daños y ayudar a repararlos, no como escenografía de un mitin para consumo de telediarios y titulares de crónicas periodísticas. Que Sánchez tenga miedo a perder elección tras elección –de nuevo el miedo y la dignidad- no le debería autorizar a la zafiedad de la demagogia. La misma que abochorna cuando en el Parlamento europeo, los representantes de Podemos y de Izquierda Unida se niegan a condenar la represión política de Nicolás Maduro en Venezuela. ¿Temen por su financiación hasta perder la dignidad democrática o acaso comprenden las arbitrariedades del sistema bolivariano?
El sumatorio de indignidades y ruindades en la política española de estos tiempos daría para un relato ciceroniano, pero bastan los detalles anteriores para ilustrar cómo la falta de dignidad desprecia la verdad sobre la que Harry G. Frankfurt (Paidós Contextos. 2007) se explayó definiendo a los bullshitters (página 8) como “manipuladores o charlatanes (que) aunque se presentan como personas que simplemente se limitan a transmitir información, en realidad se dedican a una cosa bien distinta. Más bien, y fundamentalmente, son impostores y farsantes que cuando hablan solo pretenden manipular las opiniones y actitudes de las personas que les escuchan. Así pues, su máxima preocupación consiste en que lo que dicen logre el objetivo de manipular a su audiencia. En consecuencia, el hecho de que lo que digan sea verdadero o falso les resulta más bien indiferente”. La ciudadanía -ese es el gran cambio socio-político- ha tomado ya la medida a los bullshitters que abundan en la vida pública española.
Los procesos de descomposición política cursan, normalmente, con un cortejo abundante de indignidades, o, más exactamente, de ruindades. El desafecto hacia la política no es una moda banal, ni una tendencia social generalizada y coyuntural, ni una consigna de tal o cual medio de comunicación. Es un estado de opinión del que son responsables los actores de la vida pública que cuando se ven atenazados por el temor exponen y expresan lo peor de sí mismos y los recursos más viles de la política. Todos estos políticos mediocres olvidan una de las reflexiones más célebres del escultor Eduardo Chillida, quien en su momento escribió: “Un hombre tiene que tener siempre el nivel de dignidad por encima del nivel del miedo”.