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La gran trampa de Artur Mas
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José Antonio Zarzalejos

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La gran trampa de Artur Mas

Los secesionistas saben que en un verdadero plebiscito (¿de verdad querrían un referéndum?) su propósito fracasaría rotundamente. Para evitarlo cuentan con la fórmula de escaños sobre la de votos

Foto: El presidente de la Generalitat, Artur Mas. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Artur Mas. (EFE)

Cuando el 11 de septiembre empiece la campaña electoral de las catalanas del 27-S, todo el debate va a girar sobre el propósito tramposo de Artur Mas de dar por victoria “plebiscitaria” la obtención por la lista en la que comparece –Junts pel si- de una mayoría absoluta de 68 diputados sobre los 135 que forman en el Parlament de Cataluña. El presidente de la Generalitat, sin que se le haya caído la cara de vergüenza democrática, ha dicho que vale una mayoría absoluta de escaños para que el “procés” siga adelante y, por lo tanto, se produzca eventualmente a corto plazo la declaración unilateral de independencia del Principado.

Mas sabe, como todos los líderes independentistas, que esta contabilización es por completo engañosa. Ninguna mayoría absoluta, ni en Cataluña ni en el Congreso de los Diputados –incluida la histórica de Felipe González en 1982 con 202 escaño y las obtenidas por Jordi Pujol- alcanzaron el 50% de los votos populares. Y ha ocurrido que la antigua CiU ganó en escaños unas elecciones en las que el PSC logró más sufragios. Los secesionistas saben que en un verdadero plebiscito (¿de verdad querrían un referéndum?) su propósito fracasaría rotundamente. Para evitarlo cuentan con la fórmula de los escaños sobre la de los votos. Insisto, una trampa.

El intento secesionista es una especie de carlistada, de pronunciamiento provinciano y endogámico que busca ventajas adicionales

Pero no sólo esa concurre en el propósito independentista del 27-S. Otra es de enorme importancia: mientras en la Cataluña barcelonesa y de su área metropolitana el coste del escaño supera los 48.000 votos, en Lleida es de la mitad (poco más de 20.000) en tanto que en Girona y Tarragona supera ligeramente los 30.000. Como quiera que Lleida y Girona son los territorios más independentistas, esta opción secesionista estaría sobrerrepresentada en el Parlamento catalán, razón por la que a CDC y a ERC nunca les ha interesado elaborar y aprobar una ley electoral autonómica como en otras comunidades autónomas.

El gran engaño del 27-S es el expuesto, pero no el único. El intento secesionista es una especie de carlistada, de pronunciamiento provinciano y endogámico que busca ventajas adicionales. Por ejemplo, con el arranque de la campaña electoral con la festividad patriótica de la Diada protagonizada por la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural con la Asociación de Municipios por la Independencia. Es claro que el 11 de septiembre será un día de exaltación soberanista en La Meridiana de la Ciudad Condal en apoyo directo, más o menos explícito, a la lista de Romeva en la que va de cuarto Mas y de quinto Junqueras, o sea, debidamente camuflados.

Como la participación en las elecciones catalanas es siempre menor que en las generales –la famosa cuestión de la abstención diferencial en Cataluña- si un 70 ó 75 por ciento del censo acudiese a las urnas, la opción independentista decaería con seguridad porque tal porcentaje implicaría la movilización de los ciudadanos residentes en el área metropolitana de Barcelona y de la propia capital. Para desincentivar el voto, el 27 de septiembre es la cola de un largo puente festivo que comienza el día 24, fiesta de la Mercé: una vacación casi al final del verano que disfrutarán sólo los residentes en el área territorial menos independentista de Cataluña: Barcelona y su área metropolitana.

Artur Mas se ha definido a sí mismo como “astuto”. Estas trampas del 27-S lo demuestran. Como lo demuestra su embosque en la lista de Junts pel si y, sobre todo, el enjuague de la contabilización de la voluntad popular catalana a través de escaños y no de sufragios. Además, las terminales secesionistas siguen cloroformizando a los ciudadanos catalanes: les aseguran que en caso de independencia, el Barcelona jugaría la liga española, sería posible la doble nacionalidad y la permanencia en la Unión Europea, entre otras ensoñaciones oportunistas. Se está consumando en Cataluña un gran fraude electoral que unos han denominado mascarada y otros han llegado al extremo de calificar de “golpe de Estado” más o menos blando.

Para desincentivar el voto, el 27-S es la cola de un largo puente festivo que disfrutan sólo los residentes en el área territorial menos independentista

Se trata, lisa y llanamente, de un colosal pucherazo, de un proceso de desinformación colectiva con ribetes autoritarios, de un retorcimiento anacrónico y dieciochesco de la legalidad vigente y, en definitiva, de un ocultamiento doloso de la realidad social, económica, cultural e internacional de las implicaciones perversas de una declaración unilateral de independencia que buscaría sólo un efecto insurreccional aunque a la postre resulte estéril.

Todo ese tono aparentemente sereno de las declaraciones de Mas y de sus colaboradores; toda esa seguridad impostada en el logro de los objetivos electorales; toda esa política regimental que se está produciendo en Cataluña, sazona en realidad una trampa democrática que ha de ser denunciada una vez este agosto desemboque en el trepidante septiembre que ya se avizora en el calendario.

Cuando el 11 de septiembre empiece la campaña electoral de las catalanas del 27-S, todo el debate va a girar sobre el propósito tramposo de Artur Mas de dar por victoria “plebiscitaria” la obtención por la lista en la que comparece –Junts pel si- de una mayoría absoluta de 68 diputados sobre los 135 que forman en el Parlament de Cataluña. El presidente de la Generalitat, sin que se le haya caído la cara de vergüenza democrática, ha dicho que vale una mayoría absoluta de escaños para que el “procés” siga adelante y, por lo tanto, se produzca eventualmente a corto plazo la declaración unilateral de independencia del Principado.

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