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El degollamiento político de Rajoy
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José Antonio Zarzalejos

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El degollamiento político de Rajoy

Su cabeza política podría ser una condición innegociable de Ciudadanos para apoyar un futuro Gobierno del PP tras el 20-D

Foto: Fotografía facilitada por Presidencia del Gobierno de Mariano Rajoy durante la entrevista con Ana Blanco. (EFE)
Fotografía facilitada por Presidencia del Gobierno de Mariano Rajoy durante la entrevista con Ana Blanco. (EFE)

Ayer el presidente del Gobierno tuvo que escuchar por la mañana en La Moncloa y por la noche en TVE que su cabeza política podría ser una condición innegociable de Ciudadanos para apoyar un futuro Gobierno del PP tras el 20-D. Mariano Rajoy contestó elusivo y, con razón, molesto. Pero habrá reparado el político gallego que hasta en la amable casa de la televisión pública le inquirió sobre ello Ana Blanco -mejor su entrevista que las preguntas grabadas, seleccionadas y editadas de los ciudadanos-, de tal manera que en el PP -y él mismo- tendrían que asumir que si las listas populares no sientan en el Congreso a más diputados de los que les auguran las encuestas, pocos observadores contemplan con verosimilitud que Albert Rivera le ceda sus votos para la investidura.

En el fondo de esta cuestión en torno a Rajoy late un debate vivísimo y que consiste en determinar si el presidente del Gobierno es un activo para el PP o se ha convertido en un lastre. La mayoría de la opinión publicada -ya veremos la pública- considera que es más lo segundo que lo primero. O sea, que el PP volaría con mejor rumbo electoral y mayores posibilidades sin Rajoy que con él. Es difícil imaginar -nada hay imposible en política- que Ciudadanos entregue su cosecha electoral a un político como el presidente que en sus formas -no en sus años- y en su discurso está fuera del nuevo contexto que se ha ido creando en la vida pública española. De tal manera que el degollamiento político de Rajoy, su apartamiento de la vida política, podría suponer -salvo que su partido supere el listón demoscópico ahora previsto- el ser o no ser del propio Partido Popular el día 21 de diciembre próximo.

El degollamiento político de Rajoy, su apartamiento de la vida política, podría suponer el ser o no ser del propio Partido Popular el día 21 de diciembre próximo

Los periodistas que plantearon en la rueda de prensa, primero, y en la entrevista en TVE, después, esta cuestión tan personalizada no preguntaron a humo de pajas, sino porque hay un ambiente político -atizado por Ciudadanos pero también por la disidencia dentro del PP- que parece refractario, más que a los populares, al estilo de gobierno de Mariano Rajoy y de una parte de su Gabinete. Ante una perspectiva para España que será de profundos cambios políticos -ya no hablamos de estadísticas, que es otra cosa-, el presidente pertenece mucho más al pasado que al futuro. Su terquedad en formular un relato tecnocrático de la política económica y muy reduccionista en el de carácter ideológico, no ayuda a refrescar su percepción vinculada al plasma -por infrecuente, lejana y emocionalmente fría- y a la opacidad.

Rajoy ha hecho la ciaboga mediática demasiado tarde, ha decidido exponerse a los medios cuando su hostilidad hacia ellos había tomado carta de naturaleza y ha tratado de acercarse cuando una parte de la ciudadanía se ha sentido expulsada de la interlocución democrática con el poder gubernamental. El presidente del Gobierno, además de retrasarse en mejorar su contacto con la realidad, tampoco puede adaptarse en este tiempo de descuento a formas y maneras de presentarse ante la sociedad que sean incoherentes con su propio estilo porque de hacerlo caería en el patetismo. Es preferible a estas alturas un Rajoy como el que ayer se mostró en La Moncloa y en TVE que otro impostado. Que no incorporó a su discurso ni un adarme de novedad cuando la ocasión la pintaban calva para hacerlo.

Hace falta que el PP gane con holgura para que su cabeza política siga enhiesta al frente y los posibles aliados no la pongan como condición innegociable

En los próximos días, Rajoy se va a emplear a fondo con interlocutores periodísticos difíciles y, en ocasiones, adustos para con él y sus políticas. Su pelea electoral no va a ser solo por las listas de su partido, sino también por él mismo. La precampaña en la que ya estamos instalados y la campaña subsiguiente son para Rajoy -además de electoral- de supervivencia política personal. No basta que el PP gane las elecciones. Hace falta que las gane con holgura para que su cabeza política siga enhiesta al frente del PP y los posibles aliados -en realidad, solo Ciudadanos- no la pongan como condición innegociable para apoyar un nuevo Gobierno popular. Ayer -un día de efervescencia mediática inédita para el presidente- debió quedarle claro que se ha convertido en una pieza de caza mayor. Se juega el poder del PP, pero también su cabeza política. Doble reto.

Ayer el presidente del Gobierno tuvo que escuchar por la mañana en La Moncloa y por la noche en TVE que su cabeza política podría ser una condición innegociable de Ciudadanos para apoyar un futuro Gobierno del PP tras el 20-D. Mariano Rajoy contestó elusivo y, con razón, molesto. Pero habrá reparado el político gallego que hasta en la amable casa de la televisión pública le inquirió sobre ello Ana Blanco -mejor su entrevista que las preguntas grabadas, seleccionadas y editadas de los ciudadanos-, de tal manera que en el PP -y él mismo- tendrían que asumir que si las listas populares no sientan en el Congreso a más diputados de los que les auguran las encuestas, pocos observadores contemplan con verosimilitud que Albert Rivera le ceda sus votos para la investidura.

Mariano Rajoy Ciudadanos