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El nuevo y hostil 'embajador' de la Generalitat en Madrid
Desde que el cargo de delegado de la Generalitat en Madrid se crease en 1983, ha sido ocupado por personalidades con una trayectoria integradora. Sobre el papel, Mascarell no cumple esos requisitos
“Desean una sociedad catalana fragmentada en dos comunidades lingüísticas, anhelan una Catalunya socialmente dividida, suspiran por una Catalunya políticamente subordinada”. El autor de estas afirmaciones ('La Vanguardia' de 16 de julio de 2012), escribió otras igualmente radicales en el mismo artículo: “Este Estado no está al servicio de los catalanes, no aporta al catalán ninguna garantía de 'pax' y de 'tranquilitas', la función principal con la que nacieron los estados. El Estado español solo avala los privilegios y la retórica de quienes niegan la diversidad y la pluralidad de España. Es, en exclusiva, de los de siempre. Sustenta un déficit lingüístico equiparable al déficit fiscal. Es el bastión que el españolismo ha encontrado para mantener vivo su modelo de Estado, su uso exclusivista de España, sus privilegios que no quiere perder”.
Estas frases, y otras parecidas, las redactó Ferran Mascarell siendo, a la sazón, 'conseller' de Cultura del Gobierno presidido por Artur Mas. Ahora, el presidente Puigdemont le ha nombrado delegado de la Generalitat de Cataluña en Madrid en sustitución del moderado y cordial Josep María Bosch i Bessa que, como el anterior a él, Jordi Casas, pertenecía a Unió cuando el partido nacionalista democristiano formaba federación con CDC. En todo caso, desde que el cargo de delegado del Gobierno de la Generalitat en Madrid se crease en 1983, ha sido ocupado por personalidades con una trayectoria integradora. Lo cual ha sido un acierto. Ya es dudoso que la Generalitat necesite un delegado en la capital de España, aunque no lo sea que su función representativa y promocional 'de la realidad catalana' responda más al simbolismo de una embajada que a otras necesidades reales y deba estar cubierta por personalidades sin agresividad ideológica.
Como responsable de Cultura durante la gestión de Mas, mantuvo una militancia hostil al Estado en cuya capital va a tratar de representar a la Generalitat
De ahí que el titular de esta función requiera de habilidades para desenvolverse en la no siempre fácil -aunque sí muy abierta- sociedad madrileña. Sobre el papel, Ferran Mascarell no cumple esos requisitos. Es un independentista de los sobrevenidos, porque procede del catalanismo de izquierda (PSC) y ya ocupó la misma cartera de Cultura con Pascual Maragall. Los párrafos transcritos al inicio de este 'post' ilustran sobre la contundencia poco analítica del nuevo delegado de la Generalitat que, como responsable de Cultura durante la gestión de Mas, mantuvo una militancia exageradamente hostil al Estado en cuya capital va a tratar de representarla.
El Centro Cultural Blanquerna de la Generalitat es en la calle Alcalá de Madrid la referencia de las actividades promocionales de la delegación. Es un lugar de encuentro para catalanes y no catalanes con inquietudes intelectuales sobre muchos aspectos de la realidad catalana. Mascarell no viene avalado por el marchamo abierto de Blanquerna, aunque no hay que descartar que a este gurú de la cultura catalana le ganen el cosmopolitismo madrileño, la enorme diversidad de su sociedad y, sobre todo, la ausencia de hostilidad a lo catalán que él sí ha mostrado hacia el Estado y hacia un supuesto españolismo que pretendería una “Catalunya políticamente subordinada”.
De haber sido Ferran Mascarell un embajador auténtico, el Gobierno seguramente no le habría concedido el plácet. Como no lo es, resulta deseable que, pese al apriorismo con el que se asentará en Madrid, su gestión sea exitosa. Lo conseguirá con seguridad si se abre a la realidad de la ciudad y de España entera, como lo hicieron sus dos predecesores -Bosch y Casas-, de los que sería bueno siguiese las pautas y actitudes que les hicieron apreciados en la ciudad. Un delegado de la Generalitat en Madrid requiere de una virtud muy necesaria para cumplir correctamente su función: capacidad de convocatoria. De salida, Mascarell no la tiene. Pero eso, se supone, lo deben saber él y el presidente Puigdemont que le ha nombrado. A ver si la logra.
“Desean una sociedad catalana fragmentada en dos comunidades lingüísticas, anhelan una Catalunya socialmente dividida, suspiran por una Catalunya políticamente subordinada”. El autor de estas afirmaciones ('La Vanguardia' de 16 de julio de 2012), escribió otras igualmente radicales en el mismo artículo: “Este Estado no está al servicio de los catalanes, no aporta al catalán ninguna garantía de 'pax' y de 'tranquilitas', la función principal con la que nacieron los estados. El Estado español solo avala los privilegios y la retórica de quienes niegan la diversidad y la pluralidad de España. Es, en exclusiva, de los de siempre. Sustenta un déficit lingüístico equiparable al déficit fiscal. Es el bastión que el españolismo ha encontrado para mantener vivo su modelo de Estado, su uso exclusivista de España, sus privilegios que no quiere perder”.