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Puigdemont-Sánchez: oportunidades y riesgos
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José Antonio Zarzalejos

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Puigdemont-Sánchez: oportunidades y riesgos

Sánchez hace política en un juego similar al de las siete y media, en el que malo es no llegar pero peor es pasarse

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)

Pedro Sánchez mueve otra vez ficha. Y lo hace, de nuevo, con audacia (para algunos, con temeridad), consciente de que su propósito de hacerse con la presidencia del Gobierno requiere de decisiones controvertidas y gestos polémicos. Su visita al presidente Puigdemont es más un gesto que una decisión. El secretario general del PSOE no puede ofrecer al dirigente catalán un referéndum de autodeterminación, no tanto porque eso suponga la ruptura del pacto con Ciudadanos, que también, sino porque no se lo permite su propio comité federal.

El socialista acude a Barcelona para que su actitud dialogante contraste con la de Rajoy y ablande -si posible fuera- la estrategia de ERC y de DiL, cuyos votos no se reclaman por el PSOE en una investidura pero cuya abstención se aceptaría. Tampoco parece que Puigdemont sea, además, el que corta el bacalao político en el grupo parlamentario que comanda Homs en el Congreso de los Diputados. La decisión sobre la investidura reside en CDC -es decir, en Artur Mas- mucho antes que en el presidente de la Generalitat. En Cataluña existe, como en el País Vasco, y al menos temporalmente, una clara bicefalia.

El encuentro de Sánchez con Puigdemont constituye una oportunidad para algo que se impondrá antes o después: desbloquear la situación de Cataluña desde una perspectiva constitucional que -siguiendo lo que ayer manifestaba el nada sospechoso catedrático Muñoz Machado- reacomode al Principado en el Estado. Lo que exigiría -y ahí Sánchez debe tenerlo muy claro- una reforma de la Carta Magna de acuerdo con el PP, y un nuevo Estatuto, sometiendo ambas nuevas normas a un referéndum general -para la Constitución- y específico en Cataluña -para el Estatuto.

El encuentro es una oportunidad para desbloquear la situación desde una perspectiva constitucional que reacomode al Principado en el Estado

El PSOE (y el PSC) tiene nítido que su guion sobre la cuestión catalana está escrito y que a él debe atenerse. Otra cosa es que los gestos tengan un gran valor político. Y el de Sánchez en el Palacio de San Jaime lo tiene. Comporta algún riesgo en su pacto con Ciudadanos e implica un malestar adicional en parte de la dirigencia de su partido, pero a la postre al secretario general del PSOE le merecen la pena el uno y el otro, porque gana radio de acción política, ocupa un territorio que Rajoy no ha pisado y gana en eso que ahora se denomina transversalidad.

Al líder del PSOE -otra cosa sería si su reunión fuera con Mas- le importa sobre todo mantener la conquista del espacio central del terreno político español. Lo consiguió aceptando la propuesta del Rey, luego con las semanas de conversaciones para la formación del Gobierno y más tarde con las dos sesiones de su fallida investidura. Ahora se adentra en el tabú de la política española que es Cataluña. Un tabú para la clase política, aunque no parece que lo sea para los ciudadanos, que solo expresan su preocupación por lo que allí ocurre en un porcentaje mínimo (el 1,4%, según el último sondeo del CIS).

Al líder del PSOE -otra cosa sería si su reunión fuera con Mas- le importa sobre todo mantener la conquista del espacio central del terreno político español

Puigdemont, aunque pudiera parecer lo contrario, en vez de acelerar en el proceso soberanista parece estar intentando una ralentización. La verbosidad independentista -la misma que antes- no debe ocultar que, sin embargo, la maquinaria insurreccional no se ha activado. Mientras, Artur Mas, enfrascado en la refundación de CDC, habla de soberanismo en vez de independentismo para etiquetar el futuro de su formación política.

Este -con el nuevo Gobierno, sea cual fuere- es el momento de ofertar una salida constitucional airosa al secesionismo -embargado progresivamente por el realismo de la aritmética democrática y financiera- y empedrar de nuevo el camino del reencuentro. Sánchez hace política en un juego similar al de las siete y media, en el que malo es no llegar pero peor es pasarse. El secretario general del PSOE, que quiere ser presidente, lo sabe de sobra y juega -¿con audacia?, ¿con temeridad?- con las oportunidades y con los riesgos. Conversar con Puigdemont supone más lo primero que lo segundo.

Pedro Sánchez mueve otra vez ficha. Y lo hace, de nuevo, con audacia (para algunos, con temeridad), consciente de que su propósito de hacerse con la presidencia del Gobierno requiere de decisiones controvertidas y gestos polémicos. Su visita al presidente Puigdemont es más un gesto que una decisión. El secretario general del PSOE no puede ofrecer al dirigente catalán un referéndum de autodeterminación, no tanto porque eso suponga la ruptura del pacto con Ciudadanos, que también, sino porque no se lo permite su propio comité federal.

Pedro Sánchez Carles Puigdemont