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El triunfo de los fracasados
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José Antonio Zarzalejos

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El triunfo de los fracasados

¿En qué consiste ese triunfo? En hacer que su propio fracaso -el de Rajoy y Sánchez- lo sea del conjunto del sistema institucional, de la sociedad política, de los intereses generales

Foto: Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en su última reunión. (Reuters)
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en su última reunión. (Reuters)

Si el fracaso “enseña al hombre algo que necesitaba aprender” según Charles Dickens, es evidente que ni Mariano Rajoy, por unas razones, ni Pedro Sánchez, por otras, supieron extraer enseñanza alguna de sus respectivos fracasos -de distinta envergadura- tanto el 20-D de 2015 como el 26-J pasado. Si después de la derrota popular en el mes de diciembre -pérdida de más de 3.600.000 de votos y 63 escaños- y socialista –20 escaños menos y abandono de 1.400.000 sufragios-, Rajoy y Sánchez hubiesen renunciado a sus cargos, hoy no estaríamos en la descalabrada situación en la que nos encontramos. No solo no lo hicieron, sino que ambos se mostraron contumaces y reiteraron sus respectivos fracasos el 26-J. Rajoy lo enmendó de forma tan manifiestamente insuficiente como ahora se está comprobando y Sánchez -más terco que el político gallego, lo que ya es mucho decir- lo ahondó perforando el suelo electoral del PSOE. Y ahí siguen los dos, buscando el triunfo al modo habitual que en la historia han utilizado los fracasados.

¿En qué consiste semejante triunfo? En algo muy sencillo y raso: en la socialización del fracaso. O en otras palabras: en hacer que su propio fracaso lo sea del conjunto del sistema institucional, de la sociedad política y de los intereses generales. Mariano Rajoy estaba dispuesto a bloquear el desenvolvimiento de los mecanismos constitucionales, amagando con no presentarse a la investidura, de no haber sido por la acertada estrategia de Ciudadanos que rectificó sobre la marcha sus posiciones iniciales, obligando así al presidente en funciones a aceptar las consecuencias de su condición de candidato mandatado por el jefe del Estado. Rajoy -molesto en sus comparecencias del martes y del miércoles- no ha tenido más remedio que firmar un duro condicionado de Ciudadanos y fijar fecha de investidura, cuando ambas decisiones las ha dilatado, asumiéndolas por fin muy a su pesar. Su plan consistía en el habitual: resistir, dejar pasar el tiempo y optimizar los errores ajenos. El presidente del PP estaba dispuesto a contagiar su fracaso (en parte lo ha hecho) al sistema y a la sociedad española.

Cuando todos son culpables (fracasados), nadie lo es. Y ellos, Rajoy y Sánchez, se salvan. Luego, viene la historia -inmediata y mediata- y los pone en su lugar

El caso de Pedro Sánchez es todavía más grave que el de Rajoy porque el secretario general del PSOE es un perdedor absoluto, mientras que el presidente en funciones lo es relativo. El socialista carece de otra alternativa que no sea una negativa cerril, irrazonada y democráticamente espuria a permitir que gobierne Rajoy. Dice no querer elecciones y no ve posible una alternativa. Su “no es no” -secundado por el apoyo o el silencio de los dirigentes del PSOE- se nutre de dos suministros, sin que se sepa cuál de los dos energiza más su negativa: el de la ojeriza a Rajoy -evidente hasta en el tono de sus palabras- o el del cálculo para retener el liderazgo de su organización. Y solo remotamente el de las consecuencias que la abstención de once parlamentarios socialistas en la sesión de investidura del popular tendrían sobre la situación actual de Podemos. Se trata, en consecuencia, de otra socialización del fracaso, de contagiar el propio a la generalidad y así -como en el caso de Rajoy- diluirlo en una especie de fracaso colectivo en el que se incluiría el “error” de los electores a los que se les podría requerir una tercera rectificación de su voto nada menos que el día de la próxima Navidad.

No es baladí en absoluto que unas terceras elecciones tendrían que celebrarse el día 25 de diciembre. Que la repetición electoral debiera producirse en tal fecha ejecuta el triunfo de los fracasados hasta sus últimas consecuencias: invade con la contumacia de los políticos irreconciliables -como si el ejercicio de sus responsabilidades respondiera a cuestiones personales- hasta la intimidad de las celebraciones colectivas con más alto contenido emotivo. De ahí que ayer, algún periódico abriera su edición equiparando la posible fecha electoral a “una amenaza” de Rajoy a Sánchez. Hasta con la simbología social se permiten jugar.

El caso de Sánchez es más grave que el de Rajoy porque el socialista es un perdedor absoluto, mientras que el presidente en funciones lo es relativo

Visto lo visto, el uno y el otro -Rajoy y Sánchez- parecen dispuestos a todo esto: 1) no apearse, el primero, de su candidatura si es fallida a favor de otra personalidad del PP; 2) persistir en el no, en el caso del socialista, aunque su negativa carezca de alternativa; 3) desarbolar la reputación de la Corona como instancia arbitral y moderadora del normal funcionamiento institucional; 4) neutralizar los mecanismos constitucionales que rigen la designación parlamentaria del presidente del Gobierno; 5) establecer un precedente bochornoso entre las democracias occidentales que no registrarían un caso similar al español desde 1945; y 6) ¡Volver ambos a presentarse el 25 de diciembre!

Y todo esto hubiese sido evitable si los fracasados no hubiesen buscado su triunfo socializando su fracaso, al mismo modo con que se conducen los culpables, extendiendo su culpa. Porque cuando todos son culpables (léase, fracasados), nadie lo es. Y ellos, Rajoy y Sánchez, se salvan. Luego, viene la historia -inmediata y mediata- y los pone en su lugar. Pero la historia, aunque siempre es aleccionadora, también llega tarde porque el fracaso como “oportunidad de empezar otra vez con más inteligencia” (Henry Ford) se nos ha volatilizado.

Si el fracaso “enseña al hombre algo que necesitaba aprender” según Charles Dickens, es evidente que ni Mariano Rajoy, por unas razones, ni Pedro Sánchez, por otras, supieron extraer enseñanza alguna de sus respectivos fracasos -de distinta envergadura- tanto el 20-D de 2015 como el 26-J pasado. Si después de la derrota popular en el mes de diciembre -pérdida de más de 3.600.000 de votos y 63 escaños- y socialista –20 escaños menos y abandono de 1.400.000 sufragios-, Rajoy y Sánchez hubiesen renunciado a sus cargos, hoy no estaríamos en la descalabrada situación en la que nos encontramos. No solo no lo hicieron, sino que ambos se mostraron contumaces y reiteraron sus respectivos fracasos el 26-J. Rajoy lo enmendó de forma tan manifiestamente insuficiente como ahora se está comprobando y Sánchez -más terco que el político gallego, lo que ya es mucho decir- lo ahondó perforando el suelo electoral del PSOE. Y ahí siguen los dos, buscando el triunfo al modo habitual que en la historia han utilizado los fracasados.

Mariano Rajoy Pedro Sánchez