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Los españoles y el 'Manual del perfecto agachado'
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José Antonio Zarzalejos

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Los españoles y el 'Manual del perfecto agachado'

Hay formas de protestar que consisten en mantenerse en silencio, en no hacer nada. En eso parece que estamos los ciudadanos de este país

Foto: Imagen de una persona depositando su voto en las elecciones del 26-J. (EFE)
Imagen de una persona depositando su voto en las elecciones del 26-J. (EFE)

La sociedad española es dócil o resignada. Alternativamente, podría ser que estuviera inerte, pero en todo caso es inexpresiva. Sus ciudadanos se asemejan a los “agachados” que describe Saka Tong, autor japonés afincado en México, que ha publicado 'Manual del perfecto agachado' muy bien recensionado por Enrique Serna en 'Letras libres' (página 78) del mes de julio. Pese a las tropelías que la clase política está perpetrando sobre la ciudadanía española, esta no responde, no se indigna, o si lo hace, resulta inaudible.

De tal manera que los políticos adoptan decisiones en las que los intereses generales son variables subalternas a las suyas propias y, por lo tanto, sectarias. Así, podemos ir a unas terceras elecciones en un año y además tener que votar el día de Navidad. La desconsideración que entrañan tales determinaciones desafía el criterio reiterado de los electores en dos ocasiones anteriores y la preservación de días festivos de profunda tradición familiar y celebrativa. El silencio es el eco social que recogen estas medidas.

Saka Tong –según extracta Enrique Serna- pone ejemplos de ciudadanos “agachados” que, extrapolados, sirven para que entendamos hasta qué punto los españoles constituimos una sociedad aquietada y sin nervio. Veamos. Si en una comunidad de propietarios uno de los vecinos es una especie de delincuente, no paga las cuotas correspondientes, hace fiestas ruidosas y su perro defeca en los espacios comunes, el ciudadano “agachado” le saludará correctamente y no se meterá en líos.

Este biotipo de ciudadano "agachado" hace fortuna en España y es cómodo para los delincuentes y los incívicos, pero también para los políticos

Si está en el cine y a su compañero de butaca le suena el móvil y lo atiende, no se queje, no haga aspavientos, porque el culpable de la intransigencia será usted y no él. “Agáchese”. Tampoco se lamente de las ocupaciones del espacio público por más que invadan la acera, sean manteros o automóviles. Y, bajo ningún concepto, increpe a quien se salte la cola en la que usted, cívicamente, espera su turno. Sea usted un “agachado”. Con comportamientos así, retraídos y humillados, resignados, vivirá más tranquilamente, según la tesis de nuestro autor que, me temo, responde a una comprobación empírica.

Este biotipo de ciudadano “agachado” hace fortuna en España y es cómodo para los delincuentes y los incívicos (véase la corrupción rampante, política y no política, y las actitudes que retan a las más elementales normas de convivencia), pero también para los políticos que manejan la opinión pública con el despotismo de los que conocen la idiosincrasia “agachada” de la colectividad española. No es extraño que según estudios –del Ministerio del Interior, pero también de la Universidad de Salamanca– las movilizaciones ciudadanas hayan descendido un 25% desde 2012 hasta el presente. Hemos pasado de 44.233 a 32.904 manifestaciones.

Los sindicatos y los partidos han dejado de convocarlas y solo las han acentuado –pero levemente– las organizaciones sociales. También han aumentado las prohibiciones. Se han acabado los tiempos de la “indignación” expresa y manifiesta, que se ha recluido en los estrechos círculos que forman las familias y los grupos de amigos.

La ciudadanía "agachada" podría adoptar un comportamiento colosalmente abstencionista si, por fin, se la convoca a las urnas el 25 de diciembre

Los españoles en general somos conscientes del abuso político que se está cometiendo desde el pasado mes de diciembre. Un abuso persistente que puede llevarnos a registros históricos, como el de convocar en un año tres elecciones generales y celebrar los terceros comicios el día de Navidad. El calificativo de “histórico” para nuestra situación lo ha empleado el previsible nuevo vicepresidente de los Estados Unidos, compañero de candidatura de Hillary Clinton, el senador Tim Kaine. O sea, que nuestro caso comienza a conocerse en el mundo occidental por inédito y sorprendente. Pero, mientras tanto, ni los medios de comunicación con sus editoriales, ni las organizaciones sociales, son capaces de expresar la frustración e irritación que procuran las decisiones políticas que padecemos.

La clase dirigente, además, ha perdido el respeto a las encuestas y sondeos. Ni unas ni otros son materiales de trabajo para modular medidas o actitudes y desconocen dolosamente la sensibilidad popular que está en España tan “agachada”. Así, en esa postura sumisa, nos enfrentamos a un mes de septiembre que arrancará el próximo día 2 con la investidura fallida de Mariano Rajoy –Sánchez consigue que el político gallego muerda el polvo, que de eso también se trata– y con la previsión de unas terceras elecciones en Navidad, que es la venganza del presidente en funciones, para que las culpas de volver a las urnas se le atribuyan al secretario general del PSOE. Acaso se confunda Rajoy al perpetrar ese disparate –si se consuma– porque la ciudadanía “agachada” podría adoptar un comportamiento colosalmente abstencionista si, por fin, se la convoca a los colegios electorales el 25 de diciembre. Hay formas de protestar que consisten en mantenerse en silencio, en no hacer nada, justamente, en permanecer “agachados”. En eso parece que estamos los ciudadanos de este país.

La sociedad española es dócil o resignada. Alternativamente, podría ser que estuviera inerte, pero en todo caso es inexpresiva. Sus ciudadanos se asemejan a los “agachados” que describe Saka Tong, autor japonés afincado en México, que ha publicado 'Manual del perfecto agachado' muy bien recensionado por Enrique Serna en 'Letras libres' (página 78) del mes de julio. Pese a las tropelías que la clase política está perpetrando sobre la ciudadanía española, esta no responde, no se indigna, o si lo hace, resulta inaudible.

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