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Gobernará el Parlamento y no habrá terceras elecciones
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José Antonio Zarzalejos

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Gobernará el Parlamento y no habrá terceras elecciones

Estaríamos ante una legislatura suficientemente breve y suficientemente larga para la reconstrucción de los partidos, el descanso de los ciudadanos y el relajamiento del sistema constitucional

Foto:  La fachada principal del Congreso de los Diputados iluminado de verde para denunciar el drama humanitario de los refugiados y en recuerdo del niño Aylan Kurdi. (EFE)
La fachada principal del Congreso de los Diputados iluminado de verde para denunciar el drama humanitario de los refugiados y en recuerdo del niño Aylan Kurdi. (EFE)

Están convergiendo una serie de dinámicas que arrojan un resultado de intolerabilidad ante unas eventuales terceras elecciones.

1. El sistema constitucional no soporta la banalización de tres episodios electorales en un año. El diseño de nuestro modelo democrático no está preparado para esa situación que estresa a la jefatura del Estado, cuestiona la capacidad de la clase dirigente, congela la función fiscalizadora del Parlamento y difiere sin fecha decisiones legislativas sin las que el país llegaría a colapsar. Las comunidades autónomas, además, dependen del normal funcionamiento de las Cortes y del Gobierno, de tal manera que su paralización provoca en cascada la de las administraciones territoriales. La experiencia comparada con otras democracias nos devuelve un mensaje tan demoledor que aconseja evitar todo atisbo de frivolidad que hay que reprochar a los que propugnan la “solución” electoral por tercera vez en doce meses.

2. Los ciudadanos se sienten vejados ante la eventualidad de que, otra vez, se les reclame una opinión en forma de sufragio que ya emitieron el 20 de diciembre de 2015 y en junio de este año, de tal manera que su respuesta podría ser –de exigírsela de nuevo– verdaderamente imprevisible, sea en forma de abstención masiva, sea en forma de cambio copernicano en la emisión de sufragio. Cabría también la posibilidad de que los resultados electorales no cambiasen nada y se reprodujera el escenario de diciembre y de junio. Unas nuevas elecciones las cargaría el diablo.

3. Los partidos políticos, todos, están exhaustos y, en muchos casos, transidos por fuertes crisis que, además de debilitarlos internamente, transmiten sensación de fragilidad a sus potenciales electorales. El PP sufre el síndrome propio de las organizaciones inertes; el PSOE, de desorden y falta de cohesión; Podemos, de enfrentamientos territoriales y entre sectores (Errejón e Iglesias), y Ciudadanos de seguridad en su trayectoria. Los independentistas catalanes están en su particular diatriba (el PDC ni siquiera está registrado en el Ministerio del Interior) y el nacionalismo vasco en su insuficiencia, batido en dos comicios generales por Podemos.

Las elecciones vascas y gallegas son importantes pero más en términos psicológicos que reales. En ambas comunidades se vota en clave territorial y no nacional

4. Los liderazgos de Sánchez y de Rajoy están tan gastados que no admiten rehabilitación. Ambos han perdido sus respectivas investiduras. Sánchez ha llevado al PSOE a dos registros electorales históricos. Rajoy ha perdido la mayoría absoluta y no ha sabido enfrentarse a los grandes retos de la regeneración y las reformas institucionales. El caso Soria –que no ha terminado– le ha minado más aún que su fallida investidura de tal manera que solo está en condiciones de ofrecer una correcta gestión de su propio relevo. En el caso de Iglesias, pintan bastos: ha perdido Galicia para Podemos; está con el pie cambiado en Valencia y Colau le prepara un festejo en Cataluña. Además, sigue enfrentado en Madrid con Errejón y sus afines. Por fin, Albert Rivera está inseguro porque no alcanza a saber si su electorado ha entendido sus estrategias en la legislatura anterior y en la actual.

5. Las elecciones vascas ygallegas son importantes pero mucho más en términos psicológicos que reales. En ambas comunidades se vota en clave territorial y no nacional. Ocurre que los resultados de los dos comicios se han convertido en una coartada para rectificar el rumbo que parece llevarnos a unas terceras elecciones. Galicia y el País Vasco pueden ser una buena excusa para dar un golpe de timón en el PSOE (el PNV no es actor, dígase lo que se diga, en una posible investidura de Rajoy), cuyo secretario general ya es plenamente consciente de la imposibilidad de una alternativa a un Gobierno del PP.

6. Las cinco consideraciones anteriores, conducen a que, en octubre, se permita por el PSOE un Gobierno en minoría del PP con el apoyo de Ciudadanos y Coalición Canaria, pero para que, de forma efectiva y por un tiempo corto, se establezca un Gobierno del Parlamento durante el cual Rajoy emprenda su retirada; Sánchez pelee (¿ganará, perderá?) su congreso; Podemos quede dimensionado sin la aportación directa de Cataluña y Ciudadanos se asiente, al tiempo que el Estado ofrece una respuesta a la cuestión catalana que, además de legal –ineludiblemente– ha de ser política para restar potencia al secesionismo.

7. El caso Soria y el vergonzoso comportamiento del Gobierno –que ha debido rectificar por duplicado: revocando el nombramiento y acudiendo al llamamiento del Congreso a dar explicaciones– ha demostrado que en el PP, cuando se tocan las fibras del poder –o de la pérdida del poder– hay vida inteligente y capacidad de reacción. La respuesta al nepotismo gubernamental y a sus falsas justificaciones, adelanta que el PSOE tiene motivos para abstenerse de manera rentable y el PP de gobernar sometido como nunca en democracia al legislativo.

Estaríamos así ante una legislatura –la actual– suficientemente breve y suficientemente larga para la reconstrucción de los partidos, el descanso de los ciudadanos, el relajamiento del sistema constitucional (que precisa cambios) y la absorción de una experiencia política aleccionadora para no ser repetida. Permitirá también que salgan actores del escenario político y entren otros; que el país restaure sus mecanismos de funcionamiento institucional y cumpla sus compromisos internacionales. A las elecciones posibles del 25 de diciembre –o del 18, que para el caso es lo mismo– les ocurre como con el abortado nombramiento del exministro de Industria: que han colmado el vaso de todas las paciencias. En definitiva, no son tolerables y –el tiempo lo dirá– no se celebrarán.

Están convergiendo una serie de dinámicas que arrojan un resultado de intolerabilidad ante unas eventuales terceras elecciones.

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