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El Rajoy más respetable o el discurso del dentista
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José Antonio Zarzalejos

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El Rajoy más respetable o el discurso del dentista

Si en el verano Rajoy resultó fatuo, prepotente y displicente, ayer se mostró lúcido en la precariedad sobre la que debe basar su gobierno, y respetable al expresar un giro en su actitud

Foto: El presidente del Gobierno en funciones y líder del PP, Mariano Rajoy (i), durante su discurso de investidura. (Reuters)
El presidente del Gobierno en funciones y líder del PP, Mariano Rajoy (i), durante su discurso de investidura. (Reuters)

Poco más de 50 minutos y 18 folios. Nada que ver con los 75 minutos y 36 folios del pasado día 30 de agosto. Entre aquel discurso de Rajoy y el de ayer, se ha producido una diferencia esencial: si en el verano el presidente en funciones resultó fatuo, prepotente y displicente, en este otoño se ha mostrado lúcido en la precariedad sobre la que debe basar su gobierno, y respetable al expresar un giro en su actitud y declararse “abierto al diálogo”. Poco importan otros aspectos de su intervención. Lo fundamental era comprobar —o no— que Mariano Rajoy disponía, además de resistencia, de versatilidad personal y política para identificar correctamente el momento histórico en el que se incrusta su elección, otra vez, como presidente del Gobierno. Decía Séneca que “el discurso es la imagen del alma”, de modo que —si así fuera— el espíritu de Rajoy es de plena conciencia de las circunstancias adversas en las que se desarrollará su nuevo mandato.

Foto: Pedro Sánchez, sentado en su nuevo escaño en el Congreso, al lado de Patxi López, este 26 de octubre en la primera jornada del debate de investidura de Mariano Rajoy. (EFE)

Para los que han denunciado la soberbia de Rajoy —siempre camuflada en la envoltura del coloquialismo de un hombre 'normal'—, darse de bruces con un político capaz de apearse de ella y asumir su minoría —nadie ha gobernado en España con 137 escaños, sin pactos de legislatura ni apoyos garantizados— representa un cierto hallazgo, porque se suponía que la aleación idiosincrática del personaje no le permitiría superar la fórmula de la resistencia numantina que tan buenos resultados le ha granjeado. Además, Rajoy, habitualmente frío, escaso de inteligencia emocional, conectó con la discreción de un discurso de perfil bajo con la dramática situación del PSOE, circunvalando todos los temas menos el de Cataluña, que ha tenido la virtualidad de vincular al PP, a Ciudadanos y a la mayoría de los dirigentes socialistas. Naturalmente, esta valoración del discurso de Rajoy debe quedar revalidada por la que merezca su Gobierno, tanto por su estructura orgánica como por los titulares que designe al frente de los distintos ministerios.

El presidente del PP, no obstante, no solo no escondió sus propias fragilidades, sino que apuntó a las de los grupos que le escuchaban. Todos necesitan comprar tiempo, y en tanto en cuanto lo necesiten, ofrecerán cobertura a su Ejecutivo. El PSOE es un solar y debe reconstruir el edificio partidario, y Ciudadanos necesita recorrido para consolidarse y demostrar su razón de ser en el espacio central de la política española. Tampoco convienen inmediatas elecciones —o sea, en verano— a los independentistas catalanes, ni a los nacionalistas vascos (acaban de celebrar sus autonómicas), y no parece que Podemos esté para tirar cohetes: en su seno hay una fractura ideológica y territorial sin resolver.

Rajoy vino a decir que si él estaba en la precariedad, también sus interlocutores, y que a todos convenía una tregua, por difícil que resultase sostenerla

Rajoy se pronunció, metafóricamente hablando, como el paciente con el odontólogo al que tiene agarrado por sus partes pudendas: “Doctor, no vamos a hacernos daño”. El presidente en funciones vino a decir —con razón— que si él estaba en la precariedad, también lo estaban sus interlocutores, y que a todos convenía una tregua razonable por difícil que resultase sostenerla, labor a la que se va a entregar —lo repitió— con todo su afán.

No es mal comienzo, pese a que su intervención estuviese lejos de ser una pieza oratoria brillante. Fue suficiente y con los énfasis necesarios. Incluida esa huidiza disculpa por la corrupción en su partido. Rajoy sabe, además, que al bajar de la tribuna del Congreso dejaba de ser el protagonista de esta historia. El cañón de luz enfoca al grupo socialista, al Sánchez sedente y a la voladura del grupo parlamentario socialista. Rajoy resolvió su investidura en poco más tres cuartos de hora. Y lo hizo respetablemente.

Poco más de 50 minutos y 18 folios. Nada que ver con los 75 minutos y 36 folios del pasado día 30 de agosto. Entre aquel discurso de Rajoy y el de ayer, se ha producido una diferencia esencial: si en el verano el presidente en funciones resultó fatuo, prepotente y displicente, en este otoño se ha mostrado lúcido en la precariedad sobre la que debe basar su gobierno, y respetable al expresar un giro en su actitud y declararse “abierto al diálogo”. Poco importan otros aspectos de su intervención. Lo fundamental era comprobar —o no— que Mariano Rajoy disponía, además de resistencia, de versatilidad personal y política para identificar correctamente el momento histórico en el que se incrusta su elección, otra vez, como presidente del Gobierno. Decía Séneca que “el discurso es la imagen del alma”, de modo que —si así fuera— el espíritu de Rajoy es de plena conciencia de las circunstancias adversas en las que se desarrollará su nuevo mandato.

Mariano Rajoy