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La segunda investidura y el 'caso de los catalanes'
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José Antonio Zarzalejos

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La segunda investidura y el 'caso de los catalanes'

Mariano Rajoy tiene dos objetivos mínimos: aprobar los Presupuestos de 2017 y 2018 y lograr margen para que Soraya Sáenz de Santamaría instale una válvula de escape en Cataluña

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el Palacio de la Moncloa. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el Palacio de la Moncloa. (Reuters)

Rajoy y el PP han asumido los revolcones parlamentarios de la LOMCE, al que se resiste, y de Jorge Fernández Díaz, que ha paliado mal que bien. La oposición así se autoestimaba y el Gobierno dejaba transparentar su minoría. Ambos hitos parlamentarios los tenía descontados el presidente. No, sin embargo, permanecer en la situación precaria en la que ahora ocupa la Moncloa. A Rajoy le invistieron los 170 votos del PP, de Ciudadanos y el de Coalición Canaria con la distócica abstención del PSOE que garantizó entonces que le “permitía” alcanzar la presidencia pero que no le “garantizaba” la estabilidad.

Lo uno sin lo otro es incoherente. Y, como ha subrayado Carolina Bescansa para zaherir al PSOE, con la abstención en la investidura los socialistas empaquetaban también determinados apoyos –a los Presupuestos, por ejemplo– por más que lo nieguen. De ahí que Rajoy quiera pasar de la ocupación legítima pero precaria de la Moncloa a un inquilinato por tiempo suficiente. Y hasta que no lo consiga, no habrá obtenido, de verdad y con todas las consecuencias, la investidura, a la que, por lo tanto, le queda una segunda vuelta.

Foto: Alberto Nadal, secretario de Estado de Energía (Faes)

Rajoy va a ceder en todo lo que pueda, pero no en la aprobación de los Presupuestos para 2017. Prorrogar los de 2016 resultaría la prueba más evidente de la inviabilidad de la legislatura. Está negociando con Ciudadanos para que Montoro no incremente los impuestos directos ni aquellos que gravan el consumo general (IVA), y opte por ingresar más a través del de sociedades y los especiales. Tanto el presidente como la vicepresidenta han establecido las bases para obtener los cinco votos del PNV: liquidación del cupo –una década pendiente–, transferencias (políticas activas de empleo y, quizás, instituciones penitenciarias), reducción de los litigios ante el TC y recursos para la infraestructura de alta velocidad ferroviaria desde la meseta hasta las tres capitales vascas.

Sin embargo, hacen falta más votos y solo pueden venir del PSOE. Y si no vinieran y Rajoy no pudiese disponer de un presupuesto, haría esto: congreso de su partido en febrero y convocatoria de elecciones en septiembre. Su investidura es inseparable de la aprobación del Presupuesto porque sin esa ley el Gobierno deambularía fantasmalmente en el ámbito doméstico y en el europeo. Los socialistas necesitan tiempo y el Ejecutivo, su plan de ingresos y gastos. Vaya lo uno por lo otro.

Además de los Presupuestos –a Rajoy le sobrarían para continuar la legislatura–, el Gobierno necesita componer “el caso de los catalanes”. No es una expresión arbitraria sino histórica: así se conocía la cuestión catalana cuando, entre 1712-14, se negoció la Paz de Utrecht que acabó con la guerra de sucesión en España. La vicepresidenta, pues, se debe fajar con los secesionistas. La situación política no está para reformas constitucionales, pero sí para otras medidas que serían efectivas para enfriar el ambiente ahora que el cansancio hace mella en el independentismo como acreditaba ayer la encuesta del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat: Junts pel Sí y la CUP pierden la mayoría absoluta y baja el porcentaje de partidarios de la secesión.

No es momento para reformas constitucionales, pero sí para otras medidas efectivas para enfriar el ambiente ahora que el independentismo se diluye

Por eso también, el Gobierno nombró el viernes a Bermúdez de Castro secretario de Estado de Administraciones Territoriales y a Enric Millo –el más catalanista de los populares– delegado del Ejecutivo en aquella comunidad. Existe una base sobre la que trabajar: las medidas que Mas y Puigdemont plantearon a Rajoy en sucesivos encuentros. La vicepresidenta, al parecer, está en ello porque no hay condiciones para meterse en más honduras legislativas que requieran consensos transversales. Triste pero cierto: la fragmentación del Congreso frena cualquier intento de recomponer constitucionalmente la crisis en Cataluña.

Estos son los dos objetivos de mínimos de Rajoy para ofrecer a la oposición el tiempo que la oposición necesita: Presupuestos (al menos los de 2017 y 2018) y margen para que Sáenz de Santamaría instale en Cataluña una válvula de escape. Si no le permiten ni lo uno ni lo otro, apretará el botón electoral confiado en que obtendrá, al menos, 150 escaños y que podrá pactar con Ciudadanos que mientras él siga al frente del PP tiene asegurados otros 30, una suma que desbordaría con comodidad la mayoría absoluta. El PSOE, ante este panorama, no tiene opciones; Podemos, tampoco demasiadas porque el partido se ha convertido en un patio de corrala; los independentistas catalanes deben tentarse la ropa y los vascos acaban de empezar su legislatura. ¿Qué parte de la fortaleza del PP –mediocre y minoritaria, pero fortaleza– no ha entendido la oposición?

Rajoy y el PP han asumido los revolcones parlamentarios de la LOMCE, al que se resiste, y de Jorge Fernández Díaz, que ha paliado mal que bien. La oposición así se autoestimaba y el Gobierno dejaba transparentar su minoría. Ambos hitos parlamentarios los tenía descontados el presidente. No, sin embargo, permanecer en la situación precaria en la que ahora ocupa la Moncloa. A Rajoy le invistieron los 170 votos del PP, de Ciudadanos y el de Coalición Canaria con la distócica abstención del PSOE que garantizó entonces que le “permitía” alcanzar la presidencia pero que no le “garantizaba” la estabilidad.

Mariano Rajoy