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Rivera, caudillista; Arrimadas, ambigua
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José Antonio Zarzalejos

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Rivera, caudillista; Arrimadas, ambigua

Deteriorar la figura de Rivera es de una torpeza notable, porque Ciudadanos no ha superado la fase fundacional de partido nacional y requiere todavía de ese ejercicio de cierto personalismo

Foto: El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, y la líder del partido en Cataluña, Inés Arrimadas. (EFE)
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, y la líder del partido en Cataluña, Inés Arrimadas. (EFE)

Antes o después, en todos los partidos surgen sectores críticos al oficial que ostenta el gobierno de la organización. Además, entran en ebullición cuando se aproximan hitos asamblearios o congresuales. En Ciudadanos no iba a ser diferente. Aunque en la biografía de este partido —y en la joven pero abigarrada de su líder— ya se han registrado movimientos sísmicos, los que se producen estas semanas alcanzan mayor intensidad, porque los descontentos apuntan a una deriva caudillista de Albert Rivera y a una progresiva ambigüedad en el tratamiento discursivo del nacionalismo por parte de Inés Arrimadas en Cataluña. O sea, que los críticos —a las puertas, en febrero, de la asamblea del partido— dirigen sus baterías contra los activos más valiosos de la organización y sin los que difícilmente se explicaría su éxito. Al parecer, en esa línea de descontento estarían también algunos de los intelectuales fundadores de Ciudadanos, aunque otros permanecerían alineados con Rivera y Arrimadas.

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera (c), conversa con el portavoz del partido en el Congreso, Juan Carlos Girauta, y con Fran Hervías, en la ejecutiva. (EFE)

Siempre es conveniente mantener una disposición permeable a la crítica, pero las que se están formulando a Rivera y Arrimadas resultan débiles y, sobre todo, muy precipitadas. En su dimensión nacional, Ciudadanos se encuentra en una fase de implantación poco homogénea y necesita una referencia de liderazgo nítida. Es la que ejerce Albert Rivera. Todo lo que tiene a su favor —juventud, frescura de discurso, trayectoria sin borrones— excita, o es verosímil que lo haga, sentimientos de emulación muy próximos a la envidia. Por otra parte, la cuota de poder que ha alcanzado la organización que preside abre el apetito a sectores que no están en la primera línea y, legítimamente, desean participar más provechosamente del éxito electoral.

Deteriorar la figura de Rivera es de una torpeza notable, porque Ciudadanos no ha superado la fase fundacional de partido nacional y requiere todavía de ese ejercicio de cierto personalismo connatural a todas las organizaciones que encuentran un líder a su medida. Y Rivera lo es. Vaya en su haber que el catalán se ha rodeado de gente con personalidad acusada, como Juan Carlos Girauta o José Manuel Villegas, que no parecen inclinados a hacer la ola al jefe. No les va. Es cierto, sin embargo, que algunos observadores detectan en Rivera un cierto “narcisismo” y un “síndrome de vestal” que habría que atribuir a las sobrecargas de ego que conlleva un éxito como el que ha obtenido. No parece que la afección, sin embargo, sea especialmente grave en el presidente de Ciudadanos, al menos en términos comparativos con sus pares, empezando por Rajoy y terminando por Iglesias.

Detectan en Rivera cierto “narcisismo” y un “síndrome de vestal” que habría que atribuir a las sobrecargas de ego que conlleva un éxito como el que ha obtenido

Inés Arrimadas es otro activo de Ciudadanos en Cataluña que desde allí se proyecta a toda España. Lidera la oposición (25 escaños en el Parlamento) y lo hace con un discurso del que no se deducen incoherencias con el planteamiento de rigor hacia el independentismo y el nacionalismo. Convivir con partidos de estas características —en Cataluña y en el País Vasco— siempre provoca contradicciones y malos entendidos dentro y fuera de la comunidad, pero un examen riguroso de lo que dice y lo que hace políticamente Inés Arrimadas arroja un resultado muy poco vulnerable. Ciudadanos ha pasado de la fase reactiva a la proactiva, y expande su discurso catalán porque tiene la ambición de consolidar su primacía entre los partidos no nacionalistas (PSC, PP). Concurre, además, la circunstancia de que los electores de Ciudadanos en Cataluña no responden al mismo perfil que los del resto de España, motivo que justifica que Arrimadas goce de una autonomía de funcionamiento que, a lo que se ve, suscita no pocos recelos.

Se ha escrito que Ciudadanos está “en crisis”, y también que hay una “revuelta contra Rivera por abandonar la oposición en Cataluña”. Un poco excesivo, pero suficiente para alertar a los dirigentes del partido para que eviten que la situación de marejada se convierta en una tempestad y se llegue a los primeros días de febrero en un clima de enfrentamiento. El partido naranja —sin el que el PP no estaría ahora en el Gobierno— asumirá, supongo, estos avatares como normales. Serían, en consecuencia, expresiones de una crisis de crecimiento, pero no de proyecto. Porque no se ve por parte alguna que Ciudadanos haya abandonado sus criterios de regeneración, de ciudadanía, liberales, y el discurso de la unidad constitucional de España. Si algunos no lo tienen claro, Gabriel Rufián, Francesc Homs y Pablo Iglesias y otros más, por el contrario, lo tienen nítido. Es importante juzgar a los líderes y a los partidos por la entidad y la hostilidad de sus adversarios. Y la que suscitan Rivera y Ciudadanos es tanta en los independentistas y en los populistas que rebate una buena parte de las críticas que se endosan al líder y al partido.

Antes o después, en todos los partidos surgen sectores críticos al oficial que ostenta el gobierno de la organización. Además, entran en ebullición cuando se aproximan hitos asamblearios o congresuales. En Ciudadanos no iba a ser diferente. Aunque en la biografía de este partido —y en la joven pero abigarrada de su líder— ya se han registrado movimientos sísmicos, los que se producen estas semanas alcanzan mayor intensidad, porque los descontentos apuntan a una deriva caudillista de Albert Rivera y a una progresiva ambigüedad en el tratamiento discursivo del nacionalismo por parte de Inés Arrimadas en Cataluña. O sea, que los críticos —a las puertas, en febrero, de la asamblea del partido— dirigen sus baterías contra los activos más valiosos de la organización y sin los que difícilmente se explicaría su éxito. Al parecer, en esa línea de descontento estarían también algunos de los intelectuales fundadores de Ciudadanos, aunque otros permanecerían alineados con Rivera y Arrimadas.

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