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Discursos escapistas para una España convulsa
Creo, modestamente, que siendo las dos piezas oratorias estimables -y sobre todo, conciliadoras y bien intencionadas- tuvo más calado político la de Ana Pastor que la del Rey Felipe VI
Se esperaba mucho más de los dos discursos en la sesión solemne y conjunta de las Cortes para conmemorar el 40º aniversario de las primeras elecciones generales democráticas en España. El de Ana Pastor fue telonero de la intervención del Rey. Estuvo acertada en todo lo que dijo y cómo lo dijo. Particularmente atinada en la mención a Josep Tarradellas -la única referencia indirecta a la crisis de Cataluña- y al llamamiento a la reconciliación que en 1956 realizó el Partido Comunista. No se dejó nombres en el tintero, homenajeó justamente a Juan Carlos I y otras grandes referencias de la Transición, pero no proyectó el foco sobre el presente: la crisis económica, la transformación generacional y social de la ciudadanía española, el significado de la sucesión en la Corona y, sobre todo, el gran boquete abierto en la Constitución de 1978: la cuestión catalana.
El Rey optó por un discurso elíptico. El repaso del pasado no se continuó en sus palabras con una descripción de lo que nos acontece, hasta el punto de que para reivindicar el cumplimiento de la ley recurrió a citas expresas -y muy brillantes, desde luego- de Emilio Castelar y de Antonio Cánovas, personalidades de la Restauración. En todo lo demás, Felipe VI no se apartó del guión de sus discursos precedentes. Era la tercera vez que comparecía ante las Cortes Generales (la primera, en su proclamación y la segunda, en la apertura de la XII Legislatura, la actual). Han ocurrido en España muchas cosas que requerían trasladar lo que fue la Transición y su espíritu, al presente. Pero había que hacerlo de una forma concreta, inteligible, menos retórica, más real y, sobre todo, más directa.
Creo, modestamente, que siendo las dos piezas oratorias estimables -y sobre todo, conciliadoras y bien intencionadas- tuvo más calado político la de Ana Pastor, presidenta de las Cortes, que la del Rey porque, al menos, aquella dejó entrever situaciones del presente que nos ocupan e inquietan y éste las camufló en exceso, mustiando, quizá, la expectativa suscitada ante una ocasión que, como dice el aforismo popular, “la pintaban calva”. Quizás al Jefe del Estado le corresponde mucho más la prudencia política, pero como escribí el pasado 6 de junio (“El Rey y la secesión de Cataluña”) hay acontecimientos que conciernen a sus funciones constitucionales y, en particular, la de constituir el símbolo de la “unidad y permanencia del Estado”.
España no requiere de oratorias eufemísticas, elusivas o crípticas -en definitiva: escapistas de la descripción de la realidad-. Tampoco de ejercicios de repaso del pasado que no se proyecten sobre los problemas reales e inmediatos. Es preocupante que haya una circulación paralela de sentimientos, ocupaciones, inquietudes y percepciones. Que por una vía vaya la ciudadanía y por otra, el discurso institucional. El compromiso de la Corona con la libertad, la democracia y el integro sistema constitucional se da por descontado. También es comprobable el papel de modernización y sintonía de la Monarquía con la sociedad española. Pero falta aún una forma de comunicación más empática, más pegada a un entendimiento común de los problemas de los ciudadanos.
Falta aún una forma de comunicación más empática, más pegada a un entendimiento común de los problemas de los ciudadanos
No es plato de gusto que ocasiones como las de hoy se queden cortas respecto de las expectativas. España ha cambiado en estos cuarenta años y lo que tendría que haberse oído en el Congreso era un relato de cómo lo ha hecho en estos cuarenta años, qué perspectivas tenemos para el futuro inmediato y cuáles son los principales problemas y retos que tenemos encima de la mesa. El factor generacional en España es demasiado importante para ser preterido y la naturaleza de nuestras fallas (desempleo, desigualdad, corrupción, secesionismo, injerencias entre los poderes, política exterior) demasiado evidentes como para circunvalarlas. Y una reflexión final: insistir tanto sobre el pasado -aunque sea en términos conciliadores- provoca (más aún con la izquierda arriscada de Podemos) indeseables polémicas legitimadoras.
Se esperaba mucho más de los dos discursos en la sesión solemne y conjunta de las Cortes para conmemorar el 40º aniversario de las primeras elecciones generales democráticas en España. El de Ana Pastor fue telonero de la intervención del Rey. Estuvo acertada en todo lo que dijo y cómo lo dijo. Particularmente atinada en la mención a Josep Tarradellas -la única referencia indirecta a la crisis de Cataluña- y al llamamiento a la reconciliación que en 1956 realizó el Partido Comunista. No se dejó nombres en el tintero, homenajeó justamente a Juan Carlos I y otras grandes referencias de la Transición, pero no proyectó el foco sobre el presente: la crisis económica, la transformación generacional y social de la ciudadanía española, el significado de la sucesión en la Corona y, sobre todo, el gran boquete abierto en la Constitución de 1978: la cuestión catalana.