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La charca convergente y un recuerdo a Pasqual Maragall
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José Antonio Zarzalejos

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La charca convergente y un recuerdo a Pasqual Maragall

La corrupción, o mejor, la huida de las responsabilidades que su investigación y sanción conllevaban está en la raíz del 'procés'. La república catalana amnistiaría a sus gestores e impulsores

Foto: El expresidente de CDC Artur Mas. (EFE)
El expresidente de CDC Artur Mas. (EFE)

Fue un febrero de 2005. En el Parlamento de Cataluña. Se debatía sobre el hundimiento del túnel de la línea 5 del metro en el barrio del Carmel de Barcelona. Artur Mas era el jefe de la oposición al tripartito que presidía Pasqual Maragall. Encendido por las arremetidas del convergente, el exalcalde de la Ciudad Condal espetó a Mas: “Ustedes tienen un problema que se llama 3%”. Escándalo mayúsculo. El líder convergente amenazó al presidente de la Generalitat con romper el consenso sobre el nuevo Estatuto de Autonomía si no retiraba la acusación. Maragall, apesadumbrado, con la cabeza baja, lo hizo ante la satisfacción de la bancada de CiU.

Casi 13 años después, la Audiencia Provincial de Barcelona, en sentencia dictada ayer, condena —además de a Millet y a Montull, saqueadores del Palau de la Música y catalanistas de pro— a Daniel Osàcar, tesorero de CDC, y al propio partido, que deberá abonar la cantidad de 6.600.000 euros, monto total de las comisiones que a través de esta entidad cultural percibió en comisiones ilegales a cambio de concesiones públicas a la empresa Ferrovial. Si Maragall no fuese víctima de la enfermedad de la desmemoria, podría sentirse satisfecho de haber rasgado el velo de la opacidad del oasis convergente que CDC había ido convirtiendo en una auténtica charca.

Foto: El juicio del caso Palau, antes de la lectura de conclusiones en Barcelona | Foto: EFE

Antes de esta sentencia, ya sabíamos que Cataluña no era ese espacio libre de la 'corrupción española', de lo que tanto se preciaban los líderes nacionalistas. El 25 de julio de 2014, Jordi Pujol confesaba la evasión de fondos en un comunicado que causó perplejidad. Al gran hombre de la patria catalana le fueron retirados los honores y distinciones, mientras su familia —mujer e hijos— se sumía en el desprestigio y varios de sus miembros alcanzaban la condición de presuntos delincuentes. Y en ello estamos.

La Cataluña de Pujol y la de Mas, más de un cuarto de siglo de hegemonía, la Cataluña del supuesto catalanismo impecable y ejemplar, aquel remanso de corrección, ha resultado tan vulgar como cualquier otro lugar y, en muchos casos, peor. La corrupción, o mejor, la huida de las responsabilidades que su investigación y sanción conllevaban está en la raíz, con otras causas, del proceso secesionista. La república catalana amnistiaría a todos sus gestores e impulsores. Por fortuna, no ha sido así.

Pero no basta escarnecer a los ciudadanos con el expolio de los fondos públicos. Se añade la pretensión de una impunidad económica absoluta. CDC —que se barruntaba como cierta tanto la corrupción de Pujol, su fundador, como su irregular financiación— fue liquidado y sus dirigentes lo sustituyen por el PDeCAT. Ahora aducen que, con la refundación, se acabaron las “responsabilidades políticas”. El pasado día 9, además, Artur Mas abandonaba la presidencia del partido refundado. Se trata de poner pies en polvorosa. Cuántos males ha causado Mas a su partido y a Cataluña. El domingo no descartaba “volver” a la política. No lo podrá hacer ya. El 'procés' y el caso Palau lo han 'matado' políticamente.

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El PDeCAT —fulminado por Puigdemont, que ha dinamitado su partido desde Bruselas— deberá hacer frente a los más de seis millones y medio de euros con los que se lucró ilegalmente porque sucede y se subroga en las obligaciones de CDC, organización de la que conserva, como ayer informaba El Confidencial, desde el NIF hasta el número de teléfono. Los convergentes no solo convirtieron su gestión en una charca, no solo huyeron de sus responsabilidades apelando a la independencia salvadora, sino que ahora resultan los integrantes de un partido patriota que fue el refugio para cometer canalladas. Es el patriotismo de bolsillo. La resistencia de sus partidarios se mide ahora por el silencio sobrecogido con el que reciben este alud de noticias pringosas.

Como quizá tengan que hacer otras organizaciones, la subrogada de CDC, es decir, el PDeCAT, debe asumir la deuda de 6.600.000 euros e ingresarla en las arcas públicas aunque para ello quiebre. Puigdemont, que sonreirá ante el descenso a los infiernos de Mas y los otros dirigentes que se le han resistido, argumentará que su JxCAT es ahora la marca inmaculada del secesionismo. Tampoco es verdad. Él fue un dócil militante —sobresaliente militante de CDC—, y en esa medida no puede llamarse a andanas aunque ahora la coyuntura, otra vez, le favorezca frente a sus enemigos internos.

¿Y ERC? Pues ha sido el partido que en JxS, en la legislatura anterior, apoyó y se apoyó, primero con Mas y luego con Puigdemont, en los ahora exconvergentes, enturbiando las aguas de un oasis que huele tan a cloaca que apesta. Maragall nos alertó hace 13 años. Pero el tiempo le ha dado la razón.

Fue un febrero de 2005. En el Parlamento de Cataluña. Se debatía sobre el hundimiento del túnel de la línea 5 del metro en el barrio del Carmel de Barcelona. Artur Mas era el jefe de la oposición al tripartito que presidía Pasqual Maragall. Encendido por las arremetidas del convergente, el exalcalde de la Ciudad Condal espetó a Mas: “Ustedes tienen un problema que se llama 3%”. Escándalo mayúsculo. El líder convergente amenazó al presidente de la Generalitat con romper el consenso sobre el nuevo Estatuto de Autonomía si no retiraba la acusación. Maragall, apesadumbrado, con la cabeza baja, lo hizo ante la satisfacción de la bancada de CiU.

Caso Palau Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) Jordi Pujol