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Hacia el 10-N para hundir a Iglesias y desactivar a Rivera
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José Antonio Zarzalejos

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Hacia el 10-N para hundir a Iglesias y desactivar a Rivera

Iglesias ha desplegado una obscena demostración de codicia y Rivera, de radicalidad. Ambos han sido agentes del bloqueo. Sánchez ya está en campaña y el Rey lo sabe

Foto: Albert Rivera y Pablo Iglesias. (Ilustración: Raúl Arias)
Albert Rivera y Pablo Iglesias. (Ilustración: Raúl Arias)

La oferta de coalición de Sánchez a Unidas Podemos ha decaído. Las opciones se han reducido a dos: o los morados aceptan un pacto programático a la portuguesa, o habrá elecciones. La posibilidad de que el PP se abstenga en otra investidura sin que lo haga a la vez Ciudadanos es inverosímil. Rivera, lejos de atemperar sus posiciones, las extrema, y Casado ha enviado señales inequívocamente duras con la designación de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz popular en el Congreso. En la derecha no puede buscar Pedro Sánchez ni el más mínimo margen, ni la más remota posibilidad de colaboración. Menos aún después de la investidura de la socialista Chivite en Navarra con la abstención de EH Bildu. Iglesias, además, persiste en la fórmula de la coalición sin aceptar, ni como hipótesis de trabajo, la de cooperación, que es la que el presidente en funciones dice perseguir y que sería la mejor en las actuales circunstancias.

La realidad es que Pedro Sánchez ya ha iniciado la campaña electoral que culminará el 10 de noviembre. Sus reuniones con colectivos cívicos (feministas, científicos…) y su ronda de contactos que comenzó ayer en Valencia, planteada como un 'road show' en que el líder socialista no recibe sino que se desplaza, quiebra el modelo de conversaciones tradicional —siempre en las instalaciones del Congreso, o en la propia Moncloa— y lo convierte en una suerte de itinerario preelectoral. La insistencia del propio secretario general del PSOE en su deseo de que haya Gobierno y no tengan que celebrarse las cuartas elecciones generales en cuatro años más que alejar esa posibilidad parece preanunciarla.

Foto: Pedro Sánchez, con los ministros Nadia Calviño y Pedro Duque, y el secretario de Estado Paco Polo, este 1 de agosto en Madrid. (Inma Mesa | PSOE)

Sánchez advirtió de que no habría septiembre a efectos de un segundo intento de investidura. Y Gabriel Rufián llamó la atención sobre el cambio de circunstancias el próximo mes, de forma tal que la posición proactiva de ERC para la designación de Sánchez podría alterarse bruscamente dado el calendario de hitos en la política y la sociedad catalanas. Prácticamente nadie confía en que Pablo Iglesias, en un ataque de humildad franciscana, se avenga a reconvertir sus exigencias de coalición en un mero desiderátum programático. El líder de Podemos prefiere que lo demedie el electorado a que le doble el pulso Sánchez. En política, no siempre se impone la racionalidad. Por el contrario, a menudo lo hace la visceralidad o la ensoñación. Es el caso de Iglesias, pero también de Rivera.

De celebrarse, como parece casi seguro, nuevas elecciones el 10 de noviembre, el objetivo de Sánchez será descargar sobre Iglesias y UP la responsabilidad del fracaso de la izquierda tras el 28-A (y el relato que lo explicaría lo está imponiendo claramente el PSOE), y también sobre Rivera, al que el socialista atribuiría una radicalidad que resta toda funcionalidad a Ciudadanos como pretendido partido de centro liberal. El cálculo de Moncloa es que el PSOE salga muy reforzado y disminuidos tanto Iglesias como Rivera. Pero en la sede de la Presidencia del Gobierno se hacen más cálculos: las tres derechas —por más que el PP trate de conciliar intereses— serán incapaces de formar una coalición electoral para el Senado y tampoco en aquellas circunscripciones con menor atribución de escaños en que la fragmentación las penaliza.

El cálculo de Moncloa es que el PSOE salga muy reforzado y disminuidos tanto Iglesias como Rivera

Iglesias y Rivera, en distinta forma y medida, han dimensionado mal sus capacidades tras el 28-A. Casado ha estado en su papel de líder de la oposición: ha acudido a las llamadas de Moncloa y ha ofrecido a Sánchez acuerdos en grandes asuntos de Estado. Por el contrario, Iglesias ha desplegado una obscena demostración de codicia y Rivera, de radicalidad. Ambos han sido agentes del bloqueo actual. Y serán los más castigados en unas futuras elecciones.

El Rey insta a los partidos a ''encontrar una solución'' para evitar repetir las elecciones

Mañana, Pedro Sánchez despachará en Marivent con el Rey, que se ha mostrado partidario de un acuerdo que evite nuevos comicios, aunque sabe que el presidente del Gobierno en funciones está en otra onda si UP no acepta un mero acuerdo programático. Felipe VI tanteará al presidente en funciones sobre las posibilidades de abrir una nueva ronda de consultas. La respuesta será abiertamente negativa. Nada ha cambiado desde la investidura fallida del 25 de julio y, por lo tanto, el jefe del Estado no recibirá ninguna sugerencia para que vuelva a poner en marcha el mecanismo del artículo 99.4 de la Constitución con la finalidad de encargar otra vez la candidatura a la presidencia a Pedro Sánchez. Tampoco parece serio que Pablo Casado se ofreciera al Rey como candidato alternativo, como sugirió ayer Teodoro García Egea. Excentricidades, las justas.

Felipe VI tanteará al presidente en funciones sobre las posibilidades de abrir una nueva ronda de consultas. La respuesta será abiertamente negativa

Para que se active el mecanismo de designación de candidato, sería necesario que cambiasen de criterio o Iglesias o Rivera. Como no lo van a hacer, Pedro Sánchez ya ha comenzado la campaña electoral para el 10 de noviembre en unas elecciones en las que intentará hundir al morado y desactivar al naranja. La 'nueva política' ha sido —está siendo— decepcionante y se olfatea en el ambiente estival que volveremos a los más tradicionales equilibrios de poder.

La oferta de coalición de Sánchez a Unidas Podemos ha decaído. Las opciones se han reducido a dos: o los morados aceptan un pacto programático a la portuguesa, o habrá elecciones. La posibilidad de que el PP se abstenga en otra investidura sin que lo haga a la vez Ciudadanos es inverosímil. Rivera, lejos de atemperar sus posiciones, las extrema, y Casado ha enviado señales inequívocamente duras con la designación de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz popular en el Congreso. En la derecha no puede buscar Pedro Sánchez ni el más mínimo margen, ni la más remota posibilidad de colaboración. Menos aún después de la investidura de la socialista Chivite en Navarra con la abstención de EH Bildu. Iglesias, además, persiste en la fórmula de la coalición sin aceptar, ni como hipótesis de trabajo, la de cooperación, que es la que el presidente en funciones dice perseguir y que sería la mejor en las actuales circunstancias.

Pedro Sánchez Pablo Casado