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Rufián, en una España desquiciada
El político republicano, reconvertido, es referencia inversa a Torra, hoy en Madrid, y componedor de las negociaciones, también hoy, entre PSOE y Podemos. Todo extraño
El presidente de su partido, Oriol Junqueras, y sus compañeros de militancia Dolors Bassa, Carme Forcadell, Raül Romeva y Carles Mundó, y siete procesados más, están a la espera de sentencia del Supremo, acusados todos ellos de graves delitos. La secretaria general de su organización (ERC), Marta Rovira, huyó de la Justicia española y se sustrae a su acción en Suiza. Él, con un celebérrimo tuit (“155 monedas de plata”), fue determinante para que Carles Puigdemont, en vez de recoger velas y convocar elecciones el 27 de octubre de 2017, persistiese en la fantasmal declaración de independencia de la república catalana, después de que durante la madrugada de aquella jornada sus compañeros de militancia se comportasen como insensatos radicales.
Durante la legislatura anterior, protagonizó episodios sonados en el Congreso de los Diputados, hasta el punto de que fue expulsado del hemiciclo (noviembre de 2018) por insultar al ministro Josep Borrell (“indigno”, “hooligan”), sin privarse de calificar a los parlamentarios de Ciudadanos de “fascistas”. Llegó a ejecutar tales excentricidades que sus compañeros en la Cámara Baja se acostumbraron a lo que Soraya Sáenz de Santamaría denominó “teatrillo semanal”, en referencia a las sesiones de control parlamentario al Gobierno. Ana Pastor le convocó a su despacho para amonestarle maternalmente: “Gabriel, lo que haces te perjudica a ti más que a nadie”.
De aquel Gabriel Rufián no queda nada. Después de las elecciones del 28 de abril, retirado el histórico Joan Tardà de la vida política institucional, este catalán de Santa Coloma de Gramanet, hijo y nieto de andaluces, que se sacramentó en el independentismo a través de Súmate, una entidad creada en 2013 para promover el voto secesionista en la comunidad castellanohablante, se ha transformado en una suerte de Jordi Pujol de los años ochenta, baluarte de la gobernabilidad de España. No le nombrarán a Rufián “español del año” (como en 1985 hizo un periódico nacional con el ex muy honorable presidente de la Generalitat), pero acaso lo merecería si persiste en alzarse como árbitro de la izquierda española y consiguiera, en todo o en parte, que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias dejasen de boxear y se aviniesen a una entente. Improbable, pero no imposible.
Que sea Gabriel Rufián el que oficie de buen componedor, exprese opiniones razonables y ya no expulse a la audiencia de la televisión y de la radio con su dialéctica abrupta y, a veces, tabernaria, podría resultar quizás una prueba evidente del desquiciamiento de la política española. Que un separatista militante, con el presidente y la secretaria general de su partido acusados de rebelión, se refiera al diálogo y a la gobernabilidad con un tono franciscano y unos ademanes episcopales, contrasta con un Joaquim Torra —tan igual en intenciones y aspiraciones— que hoy en Madrid hace el discurso a la inversa: confrontación, no a Sánchez, resistencia y objeciones frente al Estado, respuesta a la sentencia del Supremo y Diada del 11-S como un “tsunami democrático”. Todo muy raro.
Rufián, naturalmente, cumple órdenes y las cumple correctamente. ERC ha reparado —aunque en su naturaleza está la histórica reincidencia separatista— que la asonada de septiembre y octubre de 2017 ha acabado como el rosario de la aurora y que es hora de rectificar el rumbo suavemente renunciando a la unilateralidad sin hacerlo a la independencia. Junqueras y Puigdemont —frente a frente la épica de la cárcel y la pedestre huida— combaten en el independentismo insomne que se busca y ya no se encuentra.
Los republicanos quieren sustraerse a la absorción de la espiral 'autodestructiva' que les proponen desde Waterloo y de su sucursal, el Palacio de San Jaime en Barcelona, y tratan de evitar más desastres que adivinan en el horizonte si en Cataluña no se regresa al sentido común. En ese plan, es preferible Sánchez con Iglesias que Sánchez a secas, y este en soledad es menos malo que los Casado- Rivera-Abascal, que conforman una tríada mefistofélica para el secesionismo recesivo pero aún vital de la Cataluña irredenta.
Rufián —nuestro nuevo hombre de Estado— será este jueves una referencia en dos episodios que marcan la jornada: el desayuno incendiario de Torra en un Madrid que le tiene descontado como una letra de cambio (inconvenientes de asumir el papel de testaferro político) y que podría ser inhabilitado por un presunto delito de desobediencia (será juzgado el 25 y 26 próximos por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña), y la negociación para una posible investidura de Sánchez que reunirá a los equipos de Unidas Podemos y PSOE.
Los republicanos catalanes, marcando pauta, y según palabras textuales de nuestro hombre, proclamando que por ellos “no será” aunque haya “que hablar”. Así las cosas, el análisis político debe constatar que Rufián es el más listo de la clase y el más espabilado de su partido. Está reproduciendo en 2019 lo que sus ancestros de los años noventa practicaron con gran ventaja bajo las órdenes de aquel 'español del año' llamado —¿se han olvidado?— Jordi Pujol. No hemos avanzado un paso. ¡Gracias, Albert!
El presidente de su partido, Oriol Junqueras, y sus compañeros de militancia Dolors Bassa, Carme Forcadell, Raül Romeva y Carles Mundó, y siete procesados más, están a la espera de sentencia del Supremo, acusados todos ellos de graves delitos. La secretaria general de su organización (ERC), Marta Rovira, huyó de la Justicia española y se sustrae a su acción en Suiza. Él, con un celebérrimo tuit (“155 monedas de plata”), fue determinante para que Carles Puigdemont, en vez de recoger velas y convocar elecciones el 27 de octubre de 2017, persistiese en la fantasmal declaración de independencia de la república catalana, después de que durante la madrugada de aquella jornada sus compañeros de militancia se comportasen como insensatos radicales.