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El Madrid que no quieren Sánchez ni la izquierda
La capital es una preocupación para el presidente del Gobierno, para la izquierda y un recurso imprescindible de la derecha para ofertar, a escala, una alternativa política global
Una anécdota categórica: Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, ha nombrado jefe de su Gabinete a Miguel Ángel Rodríguez, que fue su asesor electoral. MAR, acrónimo por el que se conoce al que desempeñó la secretaría de Estado de comunicación durante los dos primeros años del Gobierno de José María Aznar (1996-98), es conocido como un "halcón" en el PP y resulta tan detestado por la izquierda como estimado por sectores de la derecha. Pero la significación de su nombramiento debe ser leída en clave de proyecto político popular —quizás mucho menos por Ciudadanos cuyo dirigente madrileño, Ignacio Aguado, no está dando demasiadas muestras de agudeza— que consistiría en utilizar el poder de la derecha en Madrid como contrapeso a la coalición "progresista" de PSOE y UP, apoyada —y ya vemos con qué precariedad— por los nacionalismos/independentismos vasco y catalán.
El 26 de mayo de 2019 la gran derrota de Pedro Sánchez y del socialismo consistió en su crónica imposibilidad de hacerse con la región central de España, con el Ayuntamiento de la capital y la presidencia de su Gobierno autonómico. Las tres derechas —distintas y distantes pero conscientes de lo que estaba en juego— llegaron a un acuerdo y retuvieron el poder de ambas instancias proyectándolo hacía la gestión, pero también para confrontar con la izquierda. Se comprobó la pasada semana: mientras Juan Guaidó, presidente encargado de Venezuela, era desairado por Pedro Sánchez y su ministro de Transportes protagonizaba un grave enredo diplomático y político con la vicepresidenta de Nicolás Maduro, el alcalde Martínez Almeida y la presidenta Díaz Ayuso, resultaron unos cálidos anfitriones del opositor al chavismo en Venezuela, país desde donde llegan anualmente hasta 20.000 nacionales a la ciudad desde 2008 según información publicada el pasado día 10 de enero en el diario 'El País'.
Y esta es una característica de Madrid: resulta una ciudad de acogida, un ascensor social, un centro financiero de creciente importancia, un 'hub' de comunicaciones sin competencia (el aeropuerto de Madrid es el quinto de Europa y el 15º del mundo), el punto central de un sistema radial de transportes en superficie y ferroviario y un centro cultural y museístico de gran envergadura, pero todo ello a falta de centros universitarios de altura internacional. En estos últimos 15 años, la urbe ha ido adquiriendo una cierta conciencia de su identidad cuyos rasgos son ciudadanos y muy poco emocionales, aunque los residentes saben —consciente o inconscientemente— que la sociedad madrileña balancea tensiones segregacionistas de distintas naturaleza. Por alguna razón, la izquierda, el PSOE, lleva largo tiempo fuera del poder municipal y autonómico. Manuela Carmena ha representado un paréntesis en la legislatura municipal anterior pero su plataforma se ha ido diluyendo quizás porque no tenía vocación de permanencia, propia de un partido, y fue más una convulsión para un recambio temporal al PP.
¿En qué medida Madrid es exitosa por su modelo fiscal, por la flexibilidad regulatoria y por el efecto de la capitalidad? Indudablemente, las tres circunstancias favorecen la prosperidad de la ciudad y de la región, pero forman parte de otras más que son estrictamente endógenas a la actividad de la sociedad madrileña. Los datos están ahí: el crecimiento del PIB es del 2,3%, siete décimas por encima de la media nacional; la región acumuló el 85% del empleo creado en el último trimestre del año pasado; el saldo migratorio del territorio es positivo respecto de otros recesivos en diferentes regiones y su demografía crece rápidamente, tanto que desbanca a cualquier otra ciudad o región española: Madrid ya alcanza la cifra de 6.600.000 personas y su ritmo de crecimiento anual supera las 70.000. Factor adicional: Barcelona ha cedido en empuje y en ambición. Y el proceso soberanista ha desplazado sedes empresariales a Madrid como una opción refugio fiable.
Madrid es ya una de las manchas urbanas más importantes de Europa y absorbe potencialidades de provincias y comunidades vecinas: Cuenca, Guadalajara, Toledo y Valladolid, solo por citar las más condicionadas por la cercanía de una gran urbe que dispone de unos servicios de movilidad eficientes: el 80% de los madrileños tienen una boca de metro a poco más de medio kilómetro de su domicilio, puede apearse en 300 estaciones de un metropolitano que en kilómetros es la tercera red europea por detrás de Londres y Moscú. Añádase que IFEMA —un complejo para la celebración de congresos y grandes eventos— aporta a la región más de un 1% de su PIB y que el desarrollo de la Operación Chamartín (extensión de la urbe por el norte) producirá una oferta de viviendas, oficinas, equipamientos e infraestructuras de comunicación que podrían llevar a la capital de España a un censo superior a los 10 millones de habitantes en una década.
El reto de las instituciones madrileñas es competir (no rivalizar) con Barcelona; reducir las desigualdades que hacen su modelo socio-económico más impugnable por la izquierda; demostrar capacidad de acuerdo para juntar iniciativas con las provincias y comunidades vecinas; mantener los estándares de calidad de la convivencia; apostar claramente y sin complejos por la sostenibilidad y la mejor movilidad y alzarse en referencia de un modelo integral de gestión inspirada en valores ideológicos de progreso y redistribución.
Tanto el PP como Cs no van a tener más remedio que saber defenderse del seguro intento —es casi un clamor que existe el propósito de consumarlo— de las fuerzas de izquierda en el Gobierno, muy conectadas con las nacionalistas, en intervenir y limitar las facultades autonómicas y municipales para reducir su poder irradiador sobre el conjunto de España. Madrid es una preocupación para Sánchez, para la izquierda y un recurso de poder imprescindible de la derecha para ofertar, a escala, una alternativa política global.
*Consultar los siguientes libros: 'Barcelona-Madrid, decadencia y auge', de José María Martí Font (ED Libros) y 'Barcelona, Madrid y el Estado', de Jacint Jordana (Editorial Catarata).
Una anécdota categórica: Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, ha nombrado jefe de su Gabinete a Miguel Ángel Rodríguez, que fue su asesor electoral. MAR, acrónimo por el que se conoce al que desempeñó la secretaría de Estado de comunicación durante los dos primeros años del Gobierno de José María Aznar (1996-98), es conocido como un "halcón" en el PP y resulta tan detestado por la izquierda como estimado por sectores de la derecha. Pero la significación de su nombramiento debe ser leída en clave de proyecto político popular —quizás mucho menos por Ciudadanos cuyo dirigente madrileño, Ignacio Aguado, no está dando demasiadas muestras de agudeza— que consistiría en utilizar el poder de la derecha en Madrid como contrapeso a la coalición "progresista" de PSOE y UP, apoyada —y ya vemos con qué precariedad— por los nacionalismos/independentismos vasco y catalán.