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José Antonio Zarzalejos

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Teorías conspirativas, acaparamiento de alimentos, resistencia a suspender actos con público, una inoportuna crítica política, son incivismos ante la pandemia

Foto: El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en una rueda de prensa. (EFE)
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en una rueda de prensa. (EFE)

En el Gobierno se han registrado hace muy pocos días episodios de descoordinación serios. Este es el momento de olvidarlos, de aparcarlos y confiar en que el Ejecutivo central y las comunidades autónomas afiancen los mecanismos de interlocución y todos los niveles de las administraciones públicas alcancen el máximo nivel de eficiencia. Nos encontramos ante una emergencia global que en España ofrece síntomas de particular gravedad: el contagio por coronavirus.

El Estado en su conjunto dispone de medios para hacer frente a este desafío vírico y la ciudadanía española ha demostrado en malos momentos que alcanza cotas de gran solidaridad y disciplina. Porque de eso se trata: atendiendo a las instrucciones de las autoridades, cooperaremos en remediar mejor una pandemia que está alcanzando unas dimensiones impensables.

Foto: Reunión extraordinaria del Consejo de Gobierno por el coronavirus. (EFE)

Afecta a la salud pública, reta al sistema sanitario, compromete nuestra economía y pone a prueba una sociedad en su conjunto en la medida en que altera seriamente sus ritmos de funcionamiento. Si al Gobierno hay que reclamarle una total coordinación en la que no aparezca ni un adarme de competitividad ideológica o de otra naturaleza, a los ciudadanos les corresponde atenerse a las instrucciones que se ofrezcan desde los portavoces autorizados. No lo estamos haciendo del todo. Seguimos en la promiscuidad habitual: apretones de manos, abrazos, besos y falta de higiene suficiente. Hay que cambiar de hábitos.

Tampoco contribuyen a la serenidad que exige la situación algunas conductas, no generales pero ya significativas: las de los que acuden a las grandes superficies para hacer acopio de los alimentos menos perecederos. Este lunes en Madrid, se podían ver lineales vacíos en los supermercados y carencia de algunos productos frescos (fruta y verduras).

En esta línea, comienzan a transmitirse teorías conspirativas según las cuales no se hacen test del coronavirus para no aumentar las estadísticas de infectados y que la situación es peor de la que nos refieren los portavoces autorizados. Nada ni nadie permite pensar que las cosas son de esta factura. Al contrario.

Estos comportamientos que se hacen eco de bulos son irresponsables y exigen la máxima contención. La disciplina se refiere no solo a los hábitos de higiene (lavado de manos, uso de pañuelos desechables, permanencia en el domicilio cuando se perciban síntomas, no acudir a los centros de salud sino comunicarse con el servicio de emergencias) sino también a las actitudes ante este fenómeno en el que no hay que descartar —todo lo contrario— algunos rasgos histéricos.

La morbilidad que causa el virus es alta, pero la mortalidad se refiere singularmente a aquellos enfermos con patologías previas, de ahí que los fallecidos son, por lo general, de edad avanzada. Existe, pues, una amplia franja de población vulnerable, integrada por las personas muy mayores y con defensas disminuidas y otras con enfermedades ya contraídas. En ese segmento poblacional hay que volcar todos los esfuerzos.

No hay que tener contemplaciones en suspender actividades que impliquen concentración de personas por encima de un número que debe ser reducido. Organizadores de eventos —largamente preparados— no deben resistirse a la obviedad de que es mejor prevenir que curar y, en todo caso, arriesgarse a nuevos contagios. Todas estas medidas conllevan perdidas económicas que, en algunos casos, son de importancia. Los ciudadanos están observando cómo sus ahorros en bolsa se desploman, cómo los negocios que requieren asistencia de público se deterioran.

Foto: Broker de Wall Street

Y se plantea ya un serio problema familiar con cientos de miles de niños en sus casas que deben estar al cuidado de personas responsables, con lo que eso repercute en las actividades laborales. Las empresas no tienen más alternativa que entender el momento y colaborar con presteza. La tecnología es un paliativo para sostener unos determinados e imprescindibles niveles de actividad. Y hay que armarse de paciencia, de consciencia de la situación e instalarse en una espera activa. En este sentido, en necesario que los mensajes de las autoridades abran el angular de sus recomendaciones: no basta con advertir sobre las medidas de higiene. Hay que informar sobre qué deben hacer los niños en casa (por ejemplo: deberes, lectura, juegos), cómo manejarse en el teletrabajo y cómo implementar fórmulas de cooperación ciudadana.

Es, por fin, imprescindible dejar para más adelante, para cuando todo pase (que pasará), el análisis de lo que se pudo hacer y no se ha hecho; si estas o aquellas medidas se tomaron en su debido momento; si la prevención pudo ser mejor de lo que fue y la coordinación resultó o no la adecuada.

En nuestra literatura, tenemos la obra de teatro lopeniana de 'Fuenteovejuna', una metáfora del comportamiento social en un momento crítico. El protagonista de este libreto es el colectivo popular y refleja un rasgo idiosincrático de los ciudadanos españoles. Es lo que procede: acabar, entre todos, con el coronavirus sin distraernos estérilmente en debates político o de otra naturaleza que nos aparten del afán esencial. Coordinación, disciplina y ciudadanía. Todos a una, como en Fuenteovejuna.

En el Gobierno se han registrado hace muy pocos días episodios de descoordinación serios. Este es el momento de olvidarlos, de aparcarlos y confiar en que el Ejecutivo central y las comunidades autónomas afiancen los mecanismos de interlocución y todos los niveles de las administraciones públicas alcancen el máximo nivel de eficiencia. Nos encontramos ante una emergencia global que en España ofrece síntomas de particular gravedad: el contagio por coronavirus.

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