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Iglesias, inexpugnable. Podemos, en recesión
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José Antonio Zarzalejos

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Iglesias, inexpugnable. Podemos, en recesión

Los morados cabalgan sobre las contradicciones y una de ellas, la más grave, es que el partido se hunde al mismo tiempo que su máximo líder se blinda

Foto: El vicepresidente, Pablo Iglesias. (EFE)
El vicepresidente, Pablo Iglesias. (EFE)
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Las elecciones catalanas del ya improbable 14-F van a demostrar, seguramente, que las cosas le van bien a Pablo Iglesias, pero mal a su partido —Podemos— por sí y por sus confluencias. Porque el secretario general de los morados se ha hecho inexpugnable en su organización desde que en mayo del pasado año, en la III Asamblea Ciudadana, se prolongase su mandato hasta 12 años ininterrumpidos y más si así lo decidiera la militancia. En la formación no hay nadie, ni remotamente, con posibilidades de hacerle sombra, ni siquiera Irene Montero, actual ministra de Igualdad, a la que su departamento y su propia inconsistencia política y gestora han terminado por devorar.

El protagonismo de Iglesias es absoluto, hasta el punto de que su socio Izquierda Unida se asemeja mucho más a una muleta, y su compañero de fatigas, Alberto Garzón, a un peón de la cuadrilla del 'maestro' quien, además, deposita su confianza en el actual secretario general del PCE, Enrique de Santiago, y en Jaume Asens, ambos los hombres fuertes del grupo confederal de Unidas Podemos en el Congreso.

El proyecto de Iglesias se ha personalizado en detrimento del de Podemos. Destruidas las confluencias gallega y vasca (se vio en los resultados del 12 de julio pasado), absorbida la valenciana por Compromís, destruida la andaluza con la disidencia de Teresa Rodríguez y fracturada la organización en Madrid con la iniciativa de Errejón con Más País, solo Cataluña se presenta como un inseguro bastión electoral de los morados.

placeholder El vicepresidente segundo del Gobierno y secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El vicepresidente segundo del Gobierno y secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Los comunes de Ada Colau van a peor. En la legislatura que comenzó en 2017, obtuvieron ocho escaños con 326.000 votos, lo que hacía un 7,46% de las papeletas válidamente emitidas. Venían de una plataforma ciudadana de izquierdas que obtuvo en 2015 tres diputados más (11) y 366.000 votos, un 8,94% de los emitidos. Las encuestas de los periódicos catalanes le auguran una nueva recesión electoral.

Podemos, se analice cualquiera de las confrontaciones electorales celebradas desde 2016, está a la baja. Los morados ceden sistemáticamente votos a las fuerzas fronterizas: en Galicia, desaparecieron entregando su bolsa electoral al BNG, y en el País Vasco, se quedaron en la mitad de lo que eran en favor de EH Bildu. En Cataluña, podría estar fraguándose otro revés, porque el electorado que pretende captar la candidata Jéssica Albiach, líder electoral de Catalunya-En Comú Podem, propugna una “republica plurinacional de carácter federal”, un extraño constructo conceptual que compite muy mal con el mensaje claro y terminante de ERC, que reclama la independencia de Cataluña.

Las listas republicanas amenazan a las de los comunes y es posible que hasta el PSC se lleve voto 'común' en una comunidad en la que el rostro de Ada Colau ya no es precisamente el de Mona Lisa, sino el de una alcaldesa que ha perdido sus mejores connotaciones en la gestión de una Barcelona que no se reconoce a sí misma. El efecto Illa será incisivo en ese ámbito ideológico.

Hay que ver cómo mueve sus bazas en Cataluña. ¿Va a pelear su espacio combatiendo a ERC, que es su aliado en el Congreso? ¿Lo hará contra el PSC?

Aunque, como seguramente ocurrirá, los comunes morados no obtengan un buen resultado en Cataluña, Pablo Iglesias mantendrá en el Gobierno una posición firmísima. La coalición PSOE-Unidas Podemos no se visibilizaría sin el secretario general de Podemos, aunque sí sin otros de sus ministros porque, salvo Yolanda Díaz en el departamento de Trabajo, su labor ha sido este año poco menos que traslúcida. UP lleva semanas desaparecida pese al temporal, la tercera ola pandémica y el serio debate sobre el precio de la luz, que en enero se ha incrementado en 110%, asunto que está contemplado en el acuerdo de coalición y al que este miércoles aportó exigencia al Gobierno como si la formación no integrase también el Consejo de Ministros.

Ahora hay que ver cómo mueve sus bazas en Cataluña. ¿Va a pelear su espacio combatiendo a ERC, que es su aliado en el Congreso? ¿Lo hará contra el PSC, que es su socio en el Consejo de Ministros? Unidas Podemos ha desaprovechado todo un año en el Gobierno para institucionalizarse. Por el contrario, se ha aliado, en vez de con el PSOE —sin perjuicio de marcar sus diferencias, especialmente en el terreno de las políticas sociales—, con los partidos antisistema, incurriendo en la contradicción —sobre la que cabalga siempre, pero siempre también con muy malos resultados— de tener un pie en el BOE y otro en la marginalidad de la impugnación del modelo constitucional mediante el estéril esfuerzo de combatir la monarquía parlamentaria, asunto que se ha convertido para los morados en una obsesión. ¿En qué se diferencia ahora Podemos de ERC o EH Bildu en las cuestiones de fondo?

Es nuevo que un líder emerja —Pablo Iglesias— a la vez que su partido Podemos se hunde, pero quizás esa sea una de las crípticas contradicciones de esta iniciativa que nació en las europeas de 2014 y que desde entonces, tras un pico electoral en 2016, viene descendiendo a ritmo acelerado. Podría ser que Iglesias haya llegado a la conclusión de que los cielos se toman por asalto mejor con Otegi y Rufián que con sus compañeros complutenses y las indisciplinadas confluencias. Quizá por esa razón, los electores de Podemos valoran más en las encuestas a Pedro Sánchez que a su propio líder.

Las elecciones catalanas del ya improbable 14-F van a demostrar, seguramente, que las cosas le van bien a Pablo Iglesias, pero mal a su partido —Podemos— por sí y por sus confluencias. Porque el secretario general de los morados se ha hecho inexpugnable en su organización desde que en mayo del pasado año, en la III Asamblea Ciudadana, se prolongase su mandato hasta 12 años ininterrumpidos y más si así lo decidiera la militancia. En la formación no hay nadie, ni remotamente, con posibilidades de hacerle sombra, ni siquiera Irene Montero, actual ministra de Igualdad, a la que su departamento y su propia inconsistencia política y gestora han terminado por devorar.

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