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Un relato para descifrar a Pablo Iglesias
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José Antonio Zarzalejos

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Un relato para descifrar a Pablo Iglesias

Su marcha precariza la coalición de Gobierno, engrandece el perfil de Ayuso y entrega a Díaz un partido desvencijado y herido. Un ejercicio autodestructivo

Foto: El candidato a las elecciones de Madrid, Pablo Iglesias. (EFE)
El candidato a las elecciones de Madrid, Pablo Iglesias. (EFE)
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La decisión de Pablo Iglesias de dejar la vicepresidencia segunda del Gobierno para dar la batalla en las elecciones autonómicas del 4-M en Madrid tendría alguna lógica si el propósito, previamente consensuado, fuese el de encabezar una lista de unidad de todas las opciones de izquierda (PSOE, Más Madrid y Podemos) con solventes posibilidades de ganar por mayoría absoluta —o suficiente— y ser investido presidente de la comunidad.

Sin embargo, el secretario general de los morados no parece haberse garantizado ni lo uno ni lo otro. Por el contrario, que él pueda ser el galvanizador de la unión de las izquierdas en Madrid resulta inverosímil y que sin tal agrupación lleguen los partidos de ese espectro a superar a la suma de escaños de PP y Vox es improbabilísimo. Más aún cuando, en el supuesto de que Ciudadanos superase el 5% y entrase así en la Asamblea de Vallecas, los naranjas jamás votarían una coalición en la que Podemos estuviese incluido.

Foto: Pablo Iglesias. (EFE) Opinión

Si Iglesias no va a encabezar una lista única de las izquierdas y si no va a poder ser investido presidente de la Comunidad de Madrid, ¿por qué abandona el Consejo de Ministros a los 15 meses de entrar en él como vicepresidente?, ¿por qué entrega la sucesión de su liderazgo en el Gobierno y la futura cabeza de lista a las elecciones generales a Yolanda Díaz, ministra de Trabajo? En definitiva, ¿por qué se procura a sí mismo una aparente eutanasia política y hasta personal?

No siempre las respuestas de lo que ocurre en la política surgen de la propia política. En ocasiones hay que recurrir a otras disciplinas de indagación sobre determinadas decisiones personales —la sicología— para comprender comportamientos que, en apariencia, carecen de una narrativa lógica, de un relato coherente. Y desde esa perspectiva se da una comprobación empírica: Pablo Iglesias, antes o después, destruye todo lo que antes ha creado.

Eso acaba de suceder con su aventada y sorprendente decisión. Porque, con su marcha, deja tocado el Gobierno de coalición por el que tanto suspiró, a la vez que libra a Pedro Sánchez de su contradictoria presencia en el Consejo de Ministros, lo que sugiere una huida preventiva ante su fracaso gestor en el Gabinete y el fin del ninguneo al que el secretario general del PSOE le sometía a la chita callando.

Su abandono del Ejecutivo convierte en irreal la coalición y la precariza sin remedio, mucho más cuando otorga testamento en favor de la ministra menos ajustada al modelo de dirigentes de Unidas Podemos. No es demasiado especulativo sospechar que Pedro Sánchez, con los Presupuestos aprobados y a la vista de los resultados del 4-M en Madrid, y después de implementar la primera fase de los fondos europeos, disuelva las Cámaras y convoque elecciones generales.

Foto: La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ocupará la vicepresidencia segunda en sustitución de Pablo Iglesias y será la candidatura de Unidas Podemos a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales. (EFE)

Por otra parte, Pablo Iglesias llama a la unidad de un partido que él ha destrozado apartando a sus cofundadores, diluyendo hasta la desaparición a las confluencias que convergían con Podemos y provocando sustituciones (en Valencia) y escisiones (Andalucía y Madrid) en territorios esenciales para la implantación sólida de cualquier fuerza política con propósito de ser un partido de Estado. Añádase a este estropicio de Iglesias el fiasco que se está fraguando para el Gobierno y para él mismo en Cataluña en donde, pese a sus íntimas relaciones con ERC, habrá una Generalitat independentista que no contará con los comunes, su partido corresponsal allí.

Hiere la coalición gubernamental, ha destrozado Podemos —desde el pico electoral de 2016 no ha hecho sino emprender una cabalgada hacia su irrelevancia— y, a mayor abundamiento, engrandece hasta límites que ni ella ni su partido podían sospechar a Isabel Díaz Ayuso a la que le otorga la credencial de enemiga superlativa, condición que la izquierda le negaba. Que este regalo a la presidenta en funciones de la Comunidad de Madrid se lo oferte tildando a la derecha de “criminal” (sic), se inserta en el parámetro autodestructivo en el que hay que encuadrar los comportamientos de Pablo Iglesias.

Foto: Foto: EC.

Y este es el relato para descifrar a un hombre sin brújula, sin un esquema consistente de referencias personales e ideológicas, que comenzó traicionándose a sí mismo con la compra de un chalet en Galapagar y colocando a su compañera en el Consejo de Ministros y termina por dejar un Gobierno por el que luchó de modo insomne y entrega la primogenitura a la ministra más alejada de las coordenadas de Podemos, un partido que transmite desvencijado, en caída libre electoral y en el que no tiene enemigos porque los ha fulminado a todos.

placeholder La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE)
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE)

Y, para rematar, pretende competir en el territorio más adverso de todos los posibles para Podemos y para él mismo, sobredimensiona a la candidata de la derecha “criminal” (sic) y —dados su discurso y actitud— estimula una histórica movilización de las derechas con el riesgo de que no ocurra lo mismo en las izquierdas en cuyas querellas internas ha intervenido siempre a sangre y fuego.

El relato de Iglesias es el de su autodestrucción cuando podía haber sido bien diferente si Podemos hubiese aprovechado la quizás irrepetible ocasión del 10-N de 2019 para institucionalizarse y convertirse en un fuerza de izquierda que, como otras en Europa (ahí están los Verdes en Alemania), adquiriese en el poder lo que le faltaba: sentido de Estado, estrategia, capacidad performativa —las palabras que transforman la realidad— y una aportación constructiva a la convivencia. Nada de eso ha supuesto Podemos bajo el liderazgo de Pablo Iglesias que está escribiendo el epílogo a una experiencia fallida: la suya y la de su partido al que acude el líder en su auxilio como el “deus ex machina” de las tragedias griegas.

La decisión de Pablo Iglesias de dejar la vicepresidencia segunda del Gobierno para dar la batalla en las elecciones autonómicas del 4-M en Madrid tendría alguna lógica si el propósito, previamente consensuado, fuese el de encabezar una lista de unidad de todas las opciones de izquierda (PSOE, Más Madrid y Podemos) con solventes posibilidades de ganar por mayoría absoluta —o suficiente— y ser investido presidente de la comunidad.

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