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El epítome Belarra y el ocaso de Podemos
La ausencia de Belarra en la reunión de Valencia es un mensaje tan rotundo, tan inequívoco, que marca un antes y un después en la refundación de la izquierda a la izquierda del PSOE
Así relata Íñigo Errejón su alejamiento definitivo de Podemos en su libro 'Con todo' (Planeta): “El partido está evolucionando en la dirección marcada por Vistalegre II, un partido de resistencia, que se enfrenta a los poderes y que tiene una base militante cada vez más convencida y cercana a esa hipótesis. El resto de la gente simplemente se ha marchado. Creo que lo que va a pasar no me interesa ni yo tengo sentido ahí dentro. Creo que yo ya no tengo futuro aquí. No es un partido que pueda tener un cambio 'a posteriori' que vuelva a albergar posiciones cercanas a las mías. Es un partido poscomunista que no apuesta por la estrategia transversal y populista y que está cómodo en la posición que ha construido. En ese partido yo no voy a sobrevivir. La inercia es que nos transformamos o nos matan […]”.
La cita textual está extraída de las páginas 231 y 232 de un texto que explica por qué los cofundadores de la organización morada la fueron abandonando y en la que solo quedó la figura de Pablo Iglesias que, tras las elecciones del 4 de mayo de este año en Madrid, dejó el escaño, la secretaría general de la formación y abandonó la política activa.
El acto de hoy en el teatro Olympia de Valencia reúne, a convocatoria de Mónica Oltra (dirigente de Iniciativa PV, partido coaligado con otros en Compromís), a Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno, afiliada solo al PCE y designada sucesora al frente de la lista presidenciable de Podemos por Pablo Iglesias; a Ada Colau, lideresa de los comunes catalanes; a Mónica García, política emergente de Más Madrid, y a Fátima Hamed Hossain, dirigente del Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía en Ceuta.
Y, aunque no estará, revolotea la adhesión de Manuela Carmena. Es chocante pero cierto: al acto —de connotaciones inequívocas— no han sido invitadas ni Ione Belarra, secretaria general de Podemos, ni Irene Montero, ministra de Igualdad. La significación del acto, por una parte, y la exclusión de las representantes de Podemos, por otra, invitan a una interpretación poco esperanzadora para el partido morado.
Podría afirmarse sin demasiado riesgo a errar que la reunión de políticas de izquierda en Valencia marca el ocaso de Podemos del que Belarra, su secretaria general, constituye un epítome, un resumen de lo que hoy por hoy representa la organización que dirige: la ministra de Asuntos Sociales es una política sin trayectoria e inexperta, con manifiesta falta de idoneidad para el liderazgo y que cancela las más escasas expectativas de que Podemos pueda mantenerse como un partido relevante.
Belarra es la imagen de la impotencia morada y, seguramente, la dirigente a la que tocará prestar cuidados paliativos a la organización averiada que le legó Pablo Iglesias y cuyo grupo parlamentario cometió el fatal error de entrar en el estupefaciente reparto de cuatro magistrados del Constitucional con el PP y el PSOE el pasado jueves, mientras desde las bancadas de Vox y de Ciudadanos les coreaban el “sí se puede” a modo de gorigori funerario.
Es muy posible que haya una futura representación parlamentaria a la izquierda del PSOE, pero Podemos no será ya su núcleo. Díaz, quizá con Oltra y Colau —aunque con dudas si lo hará también con García— encabezará una opción diferente, así lo ha reconocido ya la alcaldesa de Barcelona, en la que Podemos será una variable menor. Porque a esa formación le ocurre lo que cuenta Errejón en su libro: su gente, “simplemente, se ha ido” o se está yendo. De ahí que la ausencia de Belarra en Valencia sea un mensaje tan rotundo, tan expresivo, tan inequívoco que marca un antes y un después en la auténtica refundación de la izquierda a la izquierda del PSOE.
Podemos, observada su trayectoria electoral desde 2015 a 2019, ha sufrido una auténtica sangría de votos y escaños, tanto en el Congreso de los Diputados como en los Parlamentos autonómicos. Arrancó con más de cinco millones y en la última confrontación electoral (10-N de 2019) superó por poco los tres; desapareció en Galicia, se quedó a la mitad de lo que era en Euskadi y descendió en Cataluña. Y en Madrid, pese a que Pablo Iglesias saltó a la palestra, se situó con solo 10 escaños, 261.000 votos, un 7,21% de los válidamente emitidos. Quinta fuerza política, muy ampliamente superada por Más Madrid que sobrepasó al PSOE. Un Waterloo.
“El partido evoluciona en la dirección de Vistalegre II, que se enfrenta a los poderes y que tiene una militancia cada vez más convencida"
Yolanda Díaz, si da el paso de liderar a ese espectro de la izquierda, desea hacerlo sobre bases diferentes a las de Pablo Iglesias y su Vistalegre II. Se trataría de una izquierda más estratégica, con mayor sentido de poder, quizás hasta más pragmática y, desde luego, más amenazante para el PSOE y limitativa de su capacidad de expansión porque contaría con la complicidad sindical nunca considerada por Iglesias y Podemos. Y, sobre todo, más articulada conforme a la geometría mental del PCE, siempre eficiente en los procesos de organización interna y en los procedimientos de toma de decisiones. Pero, para que todo ese plan funcione, Podemos debe dejar el actual protagonismo —camino lleva— y colaborar subalternamente en el proyecto. O sea, debe desaparecer el amateurismo político cuyo epítome es Ione Belarra y ese rasgo “resistente” al que alude Errejón. Por eso Díaz trata de establecer una red de conexiones periféricas menos contaminadas con el asamblearismo morado para cubrir territorio y amplios nichos electorales.
Y, si avanza en ese propósito —y el acto en Valencia es un paso importante—, Sánchez irá restando meses al calendario de la legislatura. Al secretario general del PSOE le conviene que Podamos siga en su decadencia pronunciada y que Yolanda Díaz no termine de formular su proyecto. Pero, si su vicepresidenta segunda engulle a los morados y se pone manos a la obra, diga lo que diga, habrá elecciones antes de 2023 porque el terreno que las lideresas reunidas a orillas del Turia quieren conquistar es, en parte, el propio del PSOE. Se está organizando, después de aquel susto de muerte que los socialistas se llevaron en junio de 2016 (71 escaños bajo el mando de Iglesias), otro intento de desembarco de la izquierda más izquierda en las playas de Normandía del PSOE.
Así relata Íñigo Errejón su alejamiento definitivo de Podemos en su libro 'Con todo' (Planeta): “El partido está evolucionando en la dirección marcada por Vistalegre II, un partido de resistencia, que se enfrenta a los poderes y que tiene una base militante cada vez más convencida y cercana a esa hipótesis. El resto de la gente simplemente se ha marchado. Creo que lo que va a pasar no me interesa ni yo tengo sentido ahí dentro. Creo que yo ya no tengo futuro aquí. No es un partido que pueda tener un cambio 'a posteriori' que vuelva a albergar posiciones cercanas a las mías. Es un partido poscomunista que no apuesta por la estrategia transversal y populista y que está cómodo en la posición que ha construido. En ese partido yo no voy a sobrevivir. La inercia es que nos transformamos o nos matan […]”.