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El 'decepcionante' Putin y las extremas derechas europeas
¿Es Putin un soviético nostálgico? ¿Un zarista con apetitos imperialistas? ¿Un comunista? ¿Un conservador? Es evidente su extremo nacionalismo, pero ¿esa característica le convierte en un icono de la extrema derecha?
¿El próximo Gobierno italiano será 'amigo' de Putin? ¿Se comportará Roma como Budapest? ¿Cuarteará Giorgia Meloni, más aún, el disenso de la Unión Europea sobre las sanciones a Rusia y el envío de armas a Ucrania? ¿Han sido las elecciones en Italia un balón de oxígeno para el Kremlin? O, en otras palabras, ¿de verdad Putin es la referencia de los partidos radicales de derecha en el Continente?
Por razones históricas, Polonia, Finlandia, Suecia y las repúblicas bálticas —en todos esos países hay formaciones de derecha extrema— detestan a Rusia y son partidarias de las medidas más duras para disuadir al sátrapa. No ocurre lo mismo en otros Estados de la Unión en los que están al alza organizaciones de derecha dura. Por ejemplo, las de Hungría e Italia, pero también en Francia —la Agrupación Nacional de Le Pen— e incluso en España, donde Vox tiene establecida una línea argumental benevolente con Moscú.
La cuestión es saber a qué principios ideológicos responde Putin y su régimen. ¿Es un soviético nostálgico? ¿Un zarista con apetitos imperialistas? ¿Un comunista? ¿Un conservador? Es evidente su extremo nacionalismo, pero ¿esa característica le convierte en un icono de la extrema derecha?
La respuesta bien podría encontrarse en el sólido ensayo de Mark Galeotti titulado '
Advierte Galeotti una constante de la política de Putin: “No tiene inconveniente en representar muchos papeles distintos para públicos diferentes mientras le parezca útil, pero más allá de las fundamentales inamovibles cuestiones de poder, la seguridad y el respeto, todo el resto es actuación”. El aviso parece serio, porque resultaría, según este texto bien acreditado académicamente, que el líder ruso no es un ajedrecista inteligente, ni es particularmente valiente, ni brillante y, en cambio, sí temeroso permanente por su salud, adinerado tanto como cualquier otro de los oligarcas y, en ocasiones, cobarde. También irreflexivo o ingenuo y mal informado, atributos que confirmarían los reveses que está sufriendo en Ucrania, por más que le saliesen bien la ocupación —incruenta— de Crimea en 2014 y las invasiones de Georgia y de Chechenia, que cursaron, ambas, con enormes crueldades.
Putin sería un miembro de la última generación del ‘Homo sovieticus’ que ha glosado la ucraniana Svetlana Aleksiévich —Premio Nobel de Literatura en 2015— en un escalofriante relato (‘El fin del Homo sovieticus’, Editorial Acantilado, primera edición de 2015) en el que constata que “ideas ya pasadas de moda vuelven con fuerza a la palestra pública: la del gran Imperio ruso, la de la mano de hierro, la excepcionalidad de Rusia”, añadiendo que el futuro de los rusos “vuelve a estar desubicado” y que “todo lo soviético vuelve a estar de moda”.
Nuestra autora redactaba estas impresiones antes de la invasión de Ucrania, pero después de la ocupación de Crimea, lo que preanunciaba que Putin actuaría como Catalina la Grande: “No tengo otra forma para defender las fronteras de Rusia que ampliándolas”. Un criterio de los zares, luego de la nomenklatura soviética —de Stalin a Brezhnev— y ahora también de Putin.
Volvamos al presidente ruso y las extremas derechas. Dice textualmente Galeotti: “La decepcionante realidad para los fanáticos de la extrema derecha en Occidente que lo ven como el patriarca ideal es que Putin no responde para nada a ese ideal”. Efectivamente, es “duro, despiadado incluso, pero desde un punto de vista social dista mucho de ser el paladín del conservadurismo que ellos imaginan. Defiende el control de armas y el derecho al aborto” y no es especialmente hostil a la homosexualidad. “Es cristiano ruso ortodoxo confirmado, pero no ha manifestado ningún atisbo de antisemitismo”. Según el autor, “aunque se complace en el uso coloquial (...) de un lenguaje espantosamente sexista, incluido algún chiste sobre violaciones, también se aparta de la norma habitual entre muchos rusos de su generación por su disposición a escuchar y algunas veces incluso a dar poder a algunas mujeres”. Y, así, según el autor, “Putin carece de cualquier tipo de compromiso ideológico”.
Este es el personaje, poliédrico, sobre el que convergen algunas complacencias radicales en la Unión Europea. Pero, en opinión de Galeotti, ya muy extendida, Putin “está moribundo, con su capacidad creativa agotada, y todas sus contradicciones y disfunciones proliferan haciendo metástasis, como un cáncer”. En definitiva, que las derechas radicales que observan en el presidente ruso una referencia soberanista, conservadora, berroqueña y convincente, es muy posible que estén equivocadas y que el ruso acabe “relegado a los libros de historia, si bien no en los términos deslumbrantes y gloriosos que siempre soñó”. De momento, ha puesto en jaque a Occidente y todos aquellos que —como el ridículo Berlusconi o el milhombres Salvini— secundan al autócrata perpetran una gravísima traición a la libertad cívica.
¿El próximo Gobierno italiano será 'amigo' de Putin? ¿Se comportará Roma como Budapest? ¿Cuarteará Giorgia Meloni, más aún, el disenso de la Unión Europea sobre las sanciones a Rusia y el envío de armas a Ucrania? ¿Han sido las elecciones en Italia un balón de oxígeno para el Kremlin? O, en otras palabras, ¿de verdad Putin es la referencia de los partidos radicales de derecha en el Continente?
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