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Cuando Sánchez despertó, la derecha todavía seguía ahí
La coalición con UP ha sido un fracaso para Sánchez y el PSOE. Hoy, el Gobierno aprobará, como lenitivo, un anteproyecto de ley de paridad, pero la reforma del solo sí es sí la salvará el PP. La ley trans es un adefesio sin arreglo
Sea cual fuere el sentido del voto de Unidas Podemos a la toma en consideración de la reforma de la ley orgánica de libertad sexual (solo sí es sí) y pese a la aprobación en el Consejo de Ministros de hoy de un oportunista anteproyecto de ley de paridad, no se alterará la convicción generalizada de que nominar como una coalición al actual Gobierno es un eufemismo. El de Sánchez ha sido y está siendo un Gabinete en el que se yuxtaponen, pero no se integran, intereses recíprocos porque son contradictorios. Sólo uno les vincula: atarse al poder, retenerlo y tragarse cualquier incoherencia que pudiera abortarlo. La coalición nació del fracaso de los socialistas y de los morados y comunistas en las elecciones del 10 de noviembre de 2019 —ambos tuvieron peores resultados que en abril de ese año— y, por eso, la gestión gubernamental ha sido para los dos socios una constante frustración.
Las coaliciones tienen sentido cuando los partidos que las forman comparten un acuerdo global, retirando del programa las discrepancias insolubles. En el caso del Gobierno español, muy por el contrario, se ha producido un reparto temático que ha creado dos ejecutivos estancos: el socialista y el de Unidas Podemos. De facto, tenemos dos gobiernos que han estado, y siguen, en constante controversia. El desbarajuste se trata de solventar con un discurso impostor que proclama lo que no tiene este Gobierno: solidez y solvencia. Todas las coaliciones se basan en la necesidad impuesta por la aritmética, pero ninguna de las conocidas en Europa se ha comportado de manera tan disfuncional y, sobre todo, tan descaradamente incoherente. Ni se recuerda a un presidente como Sánchez tan demediado en su autoridad, que es, de continuo, contestada por su socio radical en connivencia con los aliados parlamentarios, separatistas vascos y catalanes.
Si, como al escribir estas líneas parece definitivo, Unidas Podemos y varios grupos de la llamada mayoría de la investidura votan contra la toma en consideración de la reforma de la ley de libertad sexual —apadrinada hasta el paroxismo por Montero, Belarra y las mujeres de los ministerios de Igualdad y de Derechos Sociales y Agenda 2030—, se producirá un auténtico esperpento: que la derecha en la oposición respalde al PSOE y al propio Gobierno y lo rescate de “los efectos indeseados” de una ley pésima cuya autoría colegiada rebasa las responsabilidades de las ministras moradas. También la ley trans, ya en vigor, establece unos criterios que chocan abiertamente con el feminismo absolutamente mayoritario, tanto en los cuadros como en la militancia socialistas.
Hoy, de no mediar un pacto insospechado, será la derecha la que salve a Sánchez de uno de sus errores más significativos: su banalidad política. Permitió, aceptando sin rigor la cuota de poder entre los ministerios de los unos y de los otros, una ley que perseguía la ruptura de algunos fundamentos esenciales del sistema democrático, como la presunción de inocencia, haciéndolo a lomos de una técnica jurídico-penal errónea. La derecha enmendará con su apoyo a la reforma el enorme despropósito del PSOE y de UP, aunque el efecto sanador de dicha rectificación tardará tiempo en notarse. Muy pronto, las revisiones de sentencias con reducción de sanciones a los delitos sexuales sobrepasarán la barrera psicológica de las 1.000, y pronto también los excarcelados condenados por estos ilícitos serán más de 150. Insoportable, desde el punto de vista ético y desde el político.
Es la derecha también la que está dando soporte a Sánchez en sus paseos europeos, en los que el presidente se muestra como un adalid de la causa ucraniana persistentemente cuestionada por Montero, Belarra y, por supuesto, por Pablo Iglesias, además de por ERC y Bildu. De no contar con el apoyo del PP, España estaría con Sánchez alineada en la invasión de Rusia a Ucrania como Turquía o Hungría. Y, para que nada falte, podría suceder que sea la derecha la que apoye al Gobierno en la reforma del sistema de pensiones que, tal y como está planteada por el ministro Escrivá, resulta inaceptable para la izquierda extrema y los secesionismos catalán y vasco y los sindicatos. De esa reforma depende buena parte de la recepción futura del monto total de las ayudas financieras de la UE. De tal manera que en los últimos meses de esta legislatura podrá evitarse su naufragio porque la derecha está ahí mientras los socios del PSOE, y parte del propio socialismo, se enfeudan en sus radicalismos.
Sánchez dice no desear pactar nada con el PP, pero, después de lo que vamos a contemplar mañana, 8 de marzo (una colisión abierta entre el feminismo auténtico y el disidente y desnortado del transgenerismo), y las consecuencias políticas sobre el disenso de la reforma de la ley de libertad sexual que hoy se toma en consideración en el Congreso, no va a tener más remedio que asumir dos realidades: la primera, que su coalición con Unidas Podemos ha sido un fiasco irrecuperable y hasta humillante para él y para el PSOE, y, la segunda, que la derecha democrática española socorrerá a los socialistas en episodios que sin su apoyo serían calamitosos para España. Y así, remedando el cuento universal de Augusto Monterroso, cuando Sánchez despierte de la ebriedad de su egotismo, la derecha todavía estará ahí. Ahora, para salvar intereses generales, luego, para sustituirle y gobernar —Feijóo no puede ser Rajoy a estos efectos— revirtiendo los desaguisados de este cuento chino de la “coalición progresista” a la que, según las varias encuestas publicadas ayer, delatan que los electores le han tomado la medida.
Sea cual fuere el sentido del voto de Unidas Podemos a la toma en consideración de la reforma de la ley orgánica de libertad sexual (solo sí es sí) y pese a la aprobación en el Consejo de Ministros de hoy de un oportunista anteproyecto de ley de paridad, no se alterará la convicción generalizada de que nominar como una coalición al actual Gobierno es un eufemismo. El de Sánchez ha sido y está siendo un Gabinete en el que se yuxtaponen, pero no se integran, intereses recíprocos porque son contradictorios. Sólo uno les vincula: atarse al poder, retenerlo y tragarse cualquier incoherencia que pudiera abortarlo. La coalición nació del fracaso de los socialistas y de los morados y comunistas en las elecciones del 10 de noviembre de 2019 —ambos tuvieron peores resultados que en abril de ese año— y, por eso, la gestión gubernamental ha sido para los dos socios una constante frustración.
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